43. El diario de Jimi

418 71 16
                                    

— No entiendo— dije nervioso—, ¿Por qué no debería de volver a hablar con él?
— Si te lo pido, ¿Lo harías?— me miró atentamente.
— Yo...— me sentí perdido—, Evan es mi novio y...
— Ya sé que lo quieres— me dijo, había mucha gente afuera, me sentía confundido—, pero yo... no quiero que...

Alguien tomó mi mano. Me giré y vi que era mi madre. Me miró como diciendo "ya es hora de irnos". Pero no me moví. Me quedé observando la cara de Zac. Y traté de entender lo que pasaba. Pero no podía. Él jamás me pediría algo así. Era una buena persona. No haría que yo me alejara de Evan. Pero me lo había dicho. Y tenía una mueca de tristeza enorme en la cara. ¿Por qué?

— Jimi— dijo, lo observé consternado—. Si vas a ver a Evan... yo puedo ir contigo y...
— No sé lo que está pasando pero... puedo arreglarlo y... todo va a estar bien, lo sé...
— Jimi— tomó mi mano—, no importa lo que pase, quiero que sepas que yo... yo... sólo quiero verte feliz.

No pude decir nada más. Él se giró y se perdió entre la multitud. Mamá me miraba confundida. Tomó mi mano y me guió hasta el estacionamiento. En algún momento entré al auto con papá. Cuando dejé de buscarle un significado a las palabras de Zac, ya estaba de camino a casa. Todo era confuso. Sólo estaba seguro de una cosa: algo pasaba y no era bueno.
Llegamos pero yo no pude estar ahí más tiempo. La incertidumbre me mataba. Y me oprimía el pecho.

— Discúlpame mamá— le dije—, pero tengo que ir a ver a alguien ahora.
— ¿Qué? ¿No quieres descansar?
— Tengo que ir.

Salí disparado. Eran vacaciones. Evan debía estar en casa. Y yo tenía que hablar. Debía saber por qué estaba actuando extraño. Por qué no hablaba con Zac. Por qué él se veía tan triste. Por qué nadie me dijo nada. Y repararlo. Por que todo tenía una solución, ¿No?

Llegué a su casita pero por más que golpeé la puerta nadie me abrió. Comencé a preocuparme. Evan no estaba en casa.

— Se fue a trabajar— me dijo un chico—. Llegará hasta la tarde. O hasta mañana.
— Necesito hablar con él.
— Puedo darte la dirección de su trabajo, si quieres.

Afirmé con la cabeza. ¿Estaba bien que fuera a su trabajo? ¿Debería? ¿No sería una gran molestia? Me dio un papelito. Lo tomé. No estaba muy lejos. Igual si iba corriendo podría llegar rápido... aunque ya era muy tarde. Si me apresuraba podría estar ahí antes de que anocheciera...

El chico, que parecía ser un vecino, se fue y decidí no perder más el tiempo. Salí trotando hasta la calle. Si mi orientación no me fallaba debía estar en el camino correcto.
No entendía nada. Pero para eso iba. Para entender. Hacía frío. Ese era un diciembre muy frío. Las calles estaban vacías. Y el cielo ligeramente nublado.

Encontré la tienda de 24 horas en la que trabajaba Evan. Exacto en donde dijo ese chico. Respiré profundo. Sentía el viento frío en mi cara. Me acerqué y mi corazón latía rápidamente. La sensación de que todo estaba mal era más fuerte que antes.
Entré luego de reunir todo mi coraje. Miré alrededor pero no vi nada. Evan apareció detrás de una puerta exclusiva para personal. Llevaba una caja en los brazos. Lo observé atentamente por unos segundos. Se veía melancólico.

Puso la caja en el suelo y como si algo lo impulsara a mirar en mi dirección, sus ojos se posaron en mí. Parecía muy sorprendido. Me acerqué. Traté de sonreír pero realmente no tenía ganas.

— ¿Podemos hablar?— dije.

Me miró fijamente mientras asentía con la cabeza. Me dijo que debíamos salir afuera. Lo seguí. Ya era prácticamente de noche. Se detuvo en la acera. Y me miró.

— ¿Ya regresaste del concurso?— dijo.
— Sí. Quería verte. Fui a tu casa pero un chico me dijo que estabas trabajando.
— Como estoy de vacaciones tomé doble turno.
— Eso ésta bien.

Por un momento, no sé cómo, no reconocí a ese chico frente a mí. Era el mismo pero a la vez no lo era.

— ¿Qué ésta pasando?— dije al fin—, ¿Por qué Zac se peleó contigo?
— No nos peleamos— dijo él, en un tono de voz indiferente.
— Él no quiso decirme nada. Pero sé que no se hablan. Y él me pidió que no te viera más. ¿Por qué? Si ocurrió algún malentendido sé que podremos solucionarlo. Somos amigos. No me gusta que estén enojados.
— No hay ningún problema... entre nosotros.
— Entonces— respiré profundo—, ¿Soy yo? ¿Hice algo? Por que si es así lo siento y...
— No hiciste nada, Jimi— me interrumpió, me dio la espalda—. Nada tiene que ver contigo. Ni con Zac. Ustedes están bien.
— ¿Entonces?

No habló por un minuto. Sólo me quedé escuchando el sonido de la ciudad. Y no me podía mover. El frío entumió mis piernas.

— Soy yo— dijo al fin—. Nada de ésto es tu culpa.
— ¿Qué pasó? ¿Por qué están tan raros?
— ¿Recuerdas cuando te dije que hace mucho amé a un chico?
— Lo recuerdo— admití.
— ¿Recuerdas su nombre?

¿Me lo dijo? Realmente no lo recordaba. Sólo recordaba la envidia que le tuve en ese momento.

— No— dije.
— Era Alex.

¿Qué? ¿Alex? ¿Cómo el hermano de Will? Al menos que pudiera ser posible que... No, imposible.

— Él apareció de nuevo en mi vida y yo...— se detuvo, como tratando de pensar en algo—... no quiero perderlo de nuevo.

No era cierto. ¿Evan me amaba, no? ¿Acaso no éramos pareja? ¿Acaso no me dijo que me amaba? ¿Todo lo que pasó en esa tarde en su casa fue una mentira?

— Tú... tú... ¿Lo amas?— dije con inquietud y aunque estaba de espaldas pude ver su cabeza moverse afirmativamente.

No. No era cierto. Por que yo le di todo lo que tenía. Todo lo que podía darle. Ya no tenía más. Y él decía que amaba a otra persona... ¿Qué clase de mundo era ese? ¿Por qué él creía que podía romper mi corazón? ¿Por qué no podía moverme? ¿Por qué no podía decir nada? ¿Por qué las lágrimas salían de mis ojos sin que pudiera evitarlo?

— Lo siento— dijo, aún sin mirarme.

Sentí que todo perdía sentido. Yo, él, Zac, Alex, su casa, su música, el jardín, la escuela, el paraguas de ese día nublado, Romeo y Julieta, los besos, las risas, todo. Se caía. Y se rompía. Yo caí enamorado. Y me rompí. Debí saberlo. Debí.

— ¿Ya no me amas?— pregunté con un hilito de voz.

Pero no me dijo nada. Estaba bien así. No quería que me respondiera. Pero una parte de mí necesitaba escucharlo. Porque creer que iba a dejar de amarlo era imposible. No iba a hacerlo, probablemente nunca. Y necesitaba saber que él no sentía nada para poder convencerme a mí mismo de que era cierto, de que todo se fue a un abismo, tan grande que... no creía poder salir de él.
Es que no era justo. No lo era. Lo amaba mucho. Tanto que dolía. Demasiado. Como nunca. O

Salí corriendo, sin fijarme bien a dónde iba. No me giré para verlo una última vez. No podría. Sólo quería correr y desaparecer mis sentimientos con mis pasos. Y no pensar. Porque todo me llevaba a lo mismo. Lo amaba. No sabía si lo amaba como nunca nadie ha amado. Pero sí sabía que jamás podría haber otra persona que lo amara así, como yo lo hacía.

Dolía. Más que el frío invierno tocando mi piel. Más que cualquier herida que alguna vez me pudiera haber hecho. Quería llorar. Quería gritar. Quería no pensar en nada. Porque absolutamente todos mis pensamientos, desde que él apareció en mi vida, eran sobre lo mucho que lo quería. Y aunque me matara hacerlo, no quería dejar de pensar en él. Porque cuando lo hacía me sentía la persona más feliz del mundo. Aunque en ese momento me sentía el más miserable.

Evan tenía todo de mí. Le lo di todo. Todas mis primeras veces. Mis alegrías más sinceras. Y en ese momento mi tristeza más absoluta. ¿En qué fallé? ¿Cuál fue mi error? ¿Por qué creí que yo era suficiente? No lo era. Nunca lo fui. Debí saberlo. Debí saberlo.

No debí enamorarme tanto. Pero lo hice. Ahora merecía sufrir. Y arrepentirme. Ese era el asunto: no me arrepentía de haberle dado todo a Evan. De amarlo. De seguir haciéndolo. De nunca dejar de hacerlo.

Es que lo amaba. No podía explicar cuánto. Pero esa era la verdad. Y en ese momento, mientras corría por las calles conteniendo mis lágrimas, sabía que era la única verdad.

Rumores De PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora