57. El diario de Jimi (y unas arañas)

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Mi tía Beatriz había venido de visita. Mi papá la detestaba. Yo no quería odiarla pero la mujer no me hacía las cosas más fáciles. Por suerte, yo iría a casa de Zac de visita. En realidad me ofrecí para ayudarlo. Él era muy escrupuloso y le gustaba tener todo en orden. Así que programó limpiar su casa de principio a fin. Y como yo no tenía nada qué hacer, decidí ayudarlo.
Sí, limpiar era mil veces mejor que soportar a la tía Beatriz.

Estaba caminando por la calle cuando choqué con Laura. Me sorprendió verla, siendo que no la había visto en todas las vacaciones. Le dije que iba a ver a Zac. Y ella insistió en acompañarme. Pensé que a él no le importaría.

Llegamos. Zac abrió la puerta. Laura dijo que también iba a ayudar. Y a Zac de verdad le molestaba tener que lidiar con otras personas pero cuando se trataba de gérmenes y bacterias, pensaba que más ayuda era mejor.
Todo iba bien hasta que empezamos a limpiar el desván.

Ahí, a plena luz del día, había una familia enorme de arañas.

— ¿Qué hacemos?— dije.
— Hay que exterminarlas— dijo él.
— ¿Cómo?— dijo Laura.
— El insecticida debe funcionar— dijo Zac, convencido—. Jimi, mata a las arañas.
— ¿Yo porqué?— dije.
— ¿Crees que voy a hacerlo yo? No, gracias. Podrían picarme. Y no voy a morir. Soy demasiado sexy para eso— dijo.
— A mí me asustan— dije.
— Bueno, ya saben lo que dicen— nos miró— primero las damas— le dijo a Laura.
— ¿Yo? Ni muerta. Conocí a una chica que conocía a otra que conocía a otra que conocía a otra que conocía a otra que conocía a otra que conocía a un chico que murió luego de que una araña lo mordiera.
— Lástima que no obtuvo poderes de araña— dije.
— Eso sería genial— dijo Zac—. Aunque dudo que estas arañas sean radioactivas.
— ¿Y si lo fueran?— dijo Laura.
— Dejaría que picaran a Will. Así podría sujetar todas sus cosas con telaraña y ya no perdería nada más.
— Eso sería muy bueno— dije—. Pero ya, en serio, hay que hacer algo con las arañas.
— Dicen que hay que combatir fuego con fuego— dijo Laura.
—¿Sugieres que traiga más arañas para que peleen con éstas de aquí?— dijo Zac.
— Sería una guerra de arañas. Podría funcionar— dijo ella.
— ¿Y si una de esas arañas se enamora de una araña de la familia rival?— dije.
— Bueno, creo que ellas tendrían que hacer las pases por el bien de la nueva unión— dijo Laura.
— O se negarían a su romance, lo que obligaría a que tuvieran que verse en secreto para disfrutar de su amor prohibido— dijo Zac—. Luego alguien los delataría, lo que haría que los separaran y encerraran.
— Y morirían de amor— dijo Laura.
— O podrían huir juntos— sugerí.
— ¿A dónde irían?— dijo Zac, curioso.
— La cocina está bastante limpia— dije—. Si fuera araña me gustaría vivir ahí.
— No, la cocina tiene muchos riesgos— argumentó Laura—. Podrían caer en la estufa y morir quemados, podrían haber cucarachas, ratones y otras plagas. Además de que es de los lugares que más limpian. Y algunos químicos para limpiar son bastantes tóxicos. No es un buen lugar para sus hijos.
— El baño tampoco es una opción— dijo Zac.
— Podrían irse al jardín— dije.
— No, hay caracoles. Aunque no creo que los caracoles coman arañas— dijo Zac.
— Es más, creo que las arañas comen caracoles— dije.
— No, esos son los franceses— dijo Laura—. En cualquier forma, aquí parece un buen lugar.
— ¿En medio de la guerra?— preguntó Zac— ¿Quieres que sus hijos crezcan con traumas?
— En épocas de guerras las familias enviaban a sus hijos a vivir al campo con familiares, ya saben, para evitar morir en un bombardeo— dije.
— ¿Tú separarías a una familia así?— dijo Laura.
— No— respondí.
— Es obvio que prefieres estar con tus padres— dijo Zac, convencido.
— Tus padres son geniales— me dijo Laura—. Tu mamá es bastante bonita.
— Y tu papá da miedo— dijo Zac—. Aunque entiendo su preocupación. Quiere que a su hijo no le rellenen la cajuela.
— ¡Ya te dije que no uses esa frase!— le dije enojado.
— Por supuesto, ya es muy tarde para eso— me sonrió victorioso.
— Deja de decirlo así, no enfrente de Laura o las arañas.
— Creéme, Laura no revelaría tus secretos. Y las arañas menos. Aquí todos somos amigos. ¿Cierto Laura?— le dijo, dlla agitó la cabeza afirmativamente.
— ¿Qué estás tratando de decir?— dije.
— Que quiero saber detalles. Ya sabes, de "eso"— dijo.
— No puedo.
— Vamos, dime.
— No quiero.
— ¿Quieres que le pregunte a "él"?
— No sé de qué hablan— dijo Laura—. Me pregunto si las arañas sí...
— Él no podría decirte nada— dije, pero realmente no podía asegurar eso.
— Tal vez sí. No lo sabes.

Miré a Zac. Y a Laura. Y a las arañas. Y ellas eran al menos cincuenta, esperando mi respuesta.

— Estuvo bien— dije avergonzado.
— ¿Eso es todo?— dijo Zac decepcionado.
— Sí. Estuvo bien— dije.
— No me convence. Eso sólo quiere decir que no fue bueno. Le diré a Evan que su desempeño fue malo.
— ¡No es cierto! ¡Yo jamás dije eso!— casi grité.
— Bueno, al menos quedaste satisfecho.
— Sí— dije.
— Oh...
— ¿Qué significa ese "Oh"?
— Nada.
— No es cierto.
— Jimi, no significa nada.
— Claro que sí.
— Por cierto, ¿Al menos lo repitieron?— dijo.
— ¿Repetirlo?
— Sí, es decir, si volvieron a hacerlo.
— Bueno, no porque...
— O sea, sigues siendo un principiante.
— ¡No me digas así!
— Principiante.
— Deja de molestarme.
— Miren, hay muchos puntitos negros en el suelo. Creo que se mueven— dijo Laura.
— No son puntitos. Son arañas bebés que acaban de nacer—dijo Zac.
— ¿Deberíamos correr?— dije.
— Sí, así es— dijo él.

Y salimos corriendo.

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