La fiesta (3)

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Reno Cauldfield había seguido todos los pormenores de las actividades grupales en ambos chats, tanto el de los hombres como en el del grupo completo. Sin embargo no se sentía en condiciones como para interactuar así de rápido tal cual como lo hacían casi todxs y por consecuencia como para ir simplemente así como así a la fiesta de bienvenida y en eso su padre Ian Cauldfield golpeó suavemente la puerta de su habitación. 

— ¡Hijo abre, por favor! —Dijo él— Necesito que hablemos.

Reno abrió de inmediato, puesto que no se atrevía a dejar así a su padre. Si no acataba aquello de inmediato, lo más probable es que él insistiera toda la tarde y solamente pensar en aquello lo hizo vencer  automáticamente cualquier especie de rencor.

— ¿Cómo está el señor Florenzi? ¿Que se siente usar ese nombre que deberías usar allá en la bota?

— Nací en Italia, padre, y está bien. Después vivimos en Berlín por culpa tuya y después en Praga por culpa de mamá y después caí en California porque ustedes dos no fueron capaces de solucionar sus problemas. Ahora estoy en Irlanda. ¿Que te parece?

— Me parece que eres un escritor con bastantes privilegios. No todos tienen la suerte de tener la posibilidad de haber vivido en lugares tan lindos como distintos y sin que jamás le faltara nada.

— Al parecer ese tal Mak Savicevic tuvo esa suerte pues. Tiene un ingles bastante extraño y tiene pinta de saber más de dos idiomas.

— Ese chico ha debido arrancar de la guerra —Dijo Ian, recordando también que su alumno era otro de tantos balcánicos que había conocido y que también habían aprendido español—. Se nota demasiado que tiene mundo, pero tal vez no ha gozado de la misma calidad de vida que con tu madre te hemos estado dando. ¿Dónde se ha visto un escritor jóven que tiene la posibilidad de vivir tanto en Europa como en Norteamérica, tal vez en las mejores partes de aquellas tierras para poder vivir?

— Tal vez hubiese sido mejor haber nacido en Kosovo. Tal vez me hubiese llegado un tiro a tiempo y ahora no estaría pensando en lo terrible que es tener como profesor de literatura a tu propio padre.

A Ian Cauldfield le causó bastante gracia oír aquello, puesto que cuando su hijo se lo proponía podía llegar a ser bastante despierto y eso siempre lo iba a hacer reír.

— En fin —Dijo, con un tono muy distinto al que había empleado con él estando en clases—. Ahora ya sé sobre aquello de que te representa más la bandera de la FIFA. Ahora solo quiero saber si vas a ir a la fiesta.

— No me atrevo a ir, padre —Dijo él—. Además que estoy trabajando en esta maldita obra para poder tener tiempo y así dedicarme más a los estudios.

— ¿Y por qué no te atreves?

— Porque nadie se acercó a hablarme o a intentar conocerme. Debo haber sido el hazmerreír de todos ellos después de como me humillaste. 

— Son idioteces, hijo, son solo idioteces. Tus compañeros y compañeras contaban con más desventajas que tú, viéndolo desde el punto de vista de la integración a la academia. No sé si te diste cuenta, pero habían varias chicas latinas, por ejemplo. ¿Crees que para ellas es algo más fácil que para ti eso de ir y conocer gente?

— A las chicas siempre le hacen las cosas más fáciles cuando vienen desde lejos y bueno, padre, la verdad es que no tengo ningunas ganas de ir porque estuve revisando el grupo del chat y descubrí que no tengo mucho en común con ellos. Prefiero quedarme aquí trabajando en mi maldita obra aprovechando esta semana libre.

— Está bien, hijo, como quieras. Yo ahora voy volando a una conferencia a Leicester. ¿No te gustaría acompañarme? Regresaríamos mañana por la tarde y tendrías todo el resto de la semana para trabajar en tu maldita obra.

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