Espíritus competitivos (1)

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No sé que diablos estoy haciendo, pensó Jack Adams tras ir al banco central de Londres a retirar sus ahorros. ¿Cuando vas a despertar? ¿Cuando va a ser el momento en que hagas algo por ti mismo sin necesidad de sentirte culpable?, se preguntó a sí mismo. No estoy haciendo nada de malo, se dijo, para consolarse y firmó con la mayor convicción que pudo aquellos papeles, puesto que aquella acción había sellado definitivamente su suerte de ahí en adelante.

Había heredado la casa familiar en Londres, puesto que decidió el mismo comprarsela a sus padres con el fin de que estos se fuesen tranquilamente al Condado de Mayo a vivir su vejez con el dinero obtenido por ello más otras rentas y otros negocios que les habían proporcionado una considerable fortuna tras una buena cantidad de años invirtiendo sus tiempos y energías en ello.

Había en la casa cinco habitaciones y tres cuartos de baño. Habían habido discos y libros también, pero alguien se los había llevado y la decoración del espacio se reducía prácticamente a cero. Tenia también un buen patio, lo cual podía permitirle tener alguna mascota, pero en lugar de aquello había un montón de latas y botellas vacías de cerveza y césped mal cuidado. Tenía también mucha pena y nostalgia y un corazón más que roto. Lo habían despedido del aeropuerto hace dos meses y hacía tres que su mujer lo había abandonado.

Su madre y su padre lo fueron a visitar a Londres y decidieron poner algo de orden en su higiene habitacional en vez de ser invasivos, puesto que optaron por reparar la casa en silencio en lugar de acosar a su hijo con preguntas, puesto que hablaban por teléfono por lo menos tres noches a la semana.

Jack Adams era el mayor hijo de los tres. Los menores estaban estudiando en universidades norteamericanas con becas deportivas y todo indicaba que iban a hacer su vida allí. 

Durante las noches recordaba a Nadia Dumitrescu, su ex mujer. Generalmente encendía el equipo de sonido y escuchaba las mismas y viejas canciones del lindo y querido grunge de los años noventa. Abría la ventana de su habitación y dejaba que el helado aire londinense le llegase directamente a la cara, mientras estando acostado bebía cervezas en latas de medio litro y fumaba cigarrillos. Los fines de semana salía a estirar las piernas, y en su posición de espectador lejano del entretenimiento,  podía presenciar como los demás se divertían desde lejos y el sufría aquello desde demasiado cerca. Ni siquiera lo motivaba ir al Stanford Brigde a ver un partido del Chelsea, ya que el fútbol era lo único que le gustaba de su país de origen.

Su madre tenía 55 años y poco los aparentaba. Jack Adams tenía 34 y su aspecto desaliñado de los malos tiempos lo hacía verse mucho mayor. A veces solía pensar que el hecho de haber vivido toda su vida en la misma casa lo había hecho perder las nociones del mundo real pero aquello no lo consideraba como una cosa mala. Mamá lo trataba bien y había hecho varias cosas buenas por él, como por ejemplo recomendarle que postulara a la academia del trofeo Nobel digital, una especie de carrera a larga distancia de la cual le había hablado su amiga Maga Pizarnik, una simpática escritora de Noruega que era fanática de Julio Cortázar y que hacía clases allí.

— La edad límite es hasta los 35 años —Le dijo su madre— Aún estás a tiempo y yo creo que abandonar esta casa te haría muy bien. Este lugar deberíamos definitivamente venderlo.

— Tendría que pensarlo, mamá —Respondió él— Si decidí comprarte esta casa es porque no me gustaría que mis hermanos no se despidieran de ella si es que algún día deciden regresar.

Otra de las cosas buenas de haber vivido ahí fue haber disfrutado mucho de su trabajo como controlador aéreo, más por el sueldo que por vocación y eso lo hacía vivir tranquilo, puesto que el trabajo le quedaba a escasos cinco minutos en coche.

Cuando lo despidieron del aeropuerto casi no le importó. Pocas cosas le estaban importando demasiado durante aquel negro presente y casi se alegró, puesto que cada vez le costaba más levantarse y subirse al coche para llegar ahí por las mañanas. Lo despidieron por reducción de personal, aunque en la oficina, decían las malas lenguas, estaban hartos de soportar ver a un tipo hacer su trabajo con pocas ganas. Y al llegar ese día a casa y tras contarle a su madre por teléfono esta se puso a llorar. Le decía que no se preocupara, que después de las malas venían las buenas. Le dijo que quizá era la oportunidad definitiva de dedicarse a la literatura, puesto que el futuro de la familia estaba lo suficientemente asegurado por al menos un par de generaciones más y que ya no iban a necesitar sus constantes asesorías en su condición de Ingeniero.

Por esos días recibió un extenso mensaje de Nadia Dumitrescu, su ex novia. Le pedía perdón por las circunstancias, por hacer que las cosas hayan sido de ese modo. Le había guardado un enorme cariño por mucho tiempo y con eso intentaba decirle que hacía mucho tiempo había dejado de sentir pasión por él. Sus planes nunca fueron quedarse tanto tiempo a vivir en las islas y eso solo lo había hecho por el, por el ciudadano británico con gustos musicales norteamericanos que había conocido en Paris, por eso en cuanto Vitor Moraes, ciudadano brasileño que andaba de paso por Europa haciendo música por las calles y que había conocido en el tranvía le propuso llevarla a conocer Bahía primero y después el resto de Brasil y de Sudamérica, no lo dudó un segundo. Solo sentía lástima de si misma debido al hecho de haber prolongado tanto aquel viaje, puesto que de aquellos 7 años, desde hacía tres por lo menos que no se atrevía a abandonarlo. Pero el día llegó y decidió que no aguantaba más y creyó que era el momento de partir, puesto que no podía permitir que se le estuviese yendo la vida de esa manera atrapada en una burbuja primer mundista, y mientras sacaba sus libros y sus discos intentaba no sentirse culpable por la decisión que estaba tomando porque habían sido largos siete años dentro de los cuales no había viajado a ninguna parte, considerando también que su unico sueño siempre había sido recorrer el mundo y también se había cansado de esperar que él, Jack Adams, priorizara el hecho de asegurar su futuro económico en su condición de británico de clase media alta en lugar de vivir la vida como el quería.

Enfatizaba bastante en aquella idea de que era lo que ella necesitaba para su vida, puesto que en cuanto desembarcaron en el canal de Panamá, desde donde pretendían partir aquella travesía que habían planificado por las noches mirando el Atlántico que atravesaban esperanzadoramente, el dueño de un bar que había oído sus ensayos por la proa les ofreció cantar en él, así es que durante sus primeros días tuvieron una especie de trabajo fijo, puesto que después de hacer su show los ayudaban a limpiar y a cerrar el local a cambio de un alojamiento ubicado en las afueras de la ciudad, muy cerca del Océano Pacífico. Era un hotel de paso y ahí podían cocinar y dormir, en un principio en habitaciones separadas y luego en la misma pieza, por razones que no iban al caso y desde luego que no era necesario explicar. Sí, es necesario que me explique, pensó Jack Adams, y así se lo hizo saber en su brevísima respuesta que le hizo llegar al día siguiente. Trataba de conservar la calma, puesto que con el dinero y el tiempo que tenía podría ir a buscarla y luego tener una especie de vacaciones en el Caribe para después retornar y ya en Londres planificar una vuelta al mundo con toda la logística que aquello  requería y así, en resumidas cuentas, ayudarle a cumplir su sueño.

Aquella experiencia de mensajes virtuales se las contó a su padre, quien entre pernods y pernods que se bebieron una tarde en la terraza del Café Select en Paris en un fin de semana de vacaciones padre/hijo, le aconsejó que diera vuelta la página definitivamente.  "La vieja tiene razón" le dijo. "Es hora de que te dediques a la literatura ". Ahí recordó que prefirió la ingeniería antes del arte, puesto que sentía que para escribir necesitaba más experiencias de vida que academia y al fin sentía que las estaba viviendo y había llegado el momento de satisfacer esa necesidad de academia.

Un mes más tarde estaba buscando departamento en Newport y cuando aceptaron su solicitud de ingreso en la academia decidió que debía romper para siempre con su vida londinense, por lo que tras firmar aquellos papeles decidió bloquear a Nadia de todas las redes sociales.

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