El poder del aire (6)

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Tom Mc Carty había despertado con un mensaje vía WhatsApp de Hans Wörns, quien lo invitaba a almorzar. Producto del alejamiento que estaba prácticamente consolidando debido a aquellos sentimientos que no creía correspondidos había optado por no responder.

Estaba a punto de darle el sí cuando sonó su teléfono. Era nada más y nada menos que Samantha Rhoades.

— Tom Mc Carty —Le dijo ella, apenas el contestó— ¿Está muy ocupado ahora?

Comenzó a temblar ligeramente debido a la ansiedad que le generaba aquella llamada tomando en cuenta que tal vez era consecuencia de ir primero en el ránking.

— La verdad es que no —Respondió, duditativamente— ¿Por qué?

— Pues porque necesitaba hablar con usted y la señorita Kate Miller, con quien aún no me comunico ¿Podrían venir ustedes hoy a la academia dentro de un par de horas? Necesito hablar con ustedes.

Tom Mc Carty sacó rápidos cálculos mentales. Le había escrito hace un buen rato a su amiga, quien no le había respondido. Lo único que necesitaba en esos momentos era considerar que estaba haciendo lo correcto.

— Por supuesto que sí —Respondió, sin estar seguro de lo que era la disponibilidad de su compañera— ¿En dos horas más sería entonces?

— Si es que pueden antes, mucho mejor. Los voy a estar esperando en mi oficina.

Acto seguido Samantha Rhoades colgó y ahí quedó el, prácticamente desecho de la curiosidad. No sabía cómo enfrentar aquella situación.

Decidió que lo mejor que podía hacer era comunicarse con Kate Miller, y cuando ella no le respondió sintió que estaba desaprovechando una oportunidad monstruosa que lo que tal vez le estaba indicando que era el camino correcto.

En eso decidió bajar casi corriendo las escaleras y en el estacionamiento tomó su bicicleta y pedaleó rápidamente hasta la casa de su compañera.

Tocó largamente el timbre y no salía nadie, y cuando estaba a punto de echarse a llorar producto de los nervios y aquella oportunidad que casi estaba desaprovechando salió la madre de Kate.

Cuando la vió estuvo consciente de que jamás la había encontrado tan igual a su hija como en ese momento.

— Tom, hijo —Dijo ella—. Menos mal que vino.

— ¿Por qué?

— Mi niña no quiere salir de su habitación. Ni siquiera bajó a tomar desayuno ¿Sabes lo que le pudo haber pasado?

— La verdad es que no —Respondió Tom, genuinamente preocupado—. ¿Qué podrá ser?

— Me encantaría saber pues hijo. Dentro de unas horas tengo que irme al trabajo y la verdad es que no sé que hacer ¿Podría usted entrar e intentar averiguar si le pasa algo? Quiero saber en qué podría ayudar a mi niña, por favor.

— Por supuesto que sí.

— Adelante entonces.

Tom ingresó a aquella vivienda y se dirigió inmediatamente a la habitación de su amiga.

— Kate —Dijo, lo más firme que pudo— ¿Estás ahí?

Casi al instante sintió unos pasos que se aproximaban. Desde su posición le hizo un gesto a la madre de Kate Miller, quien bajó las escaleras, según Tom con el propósito de no interrumpir. En esos momentos pensó que le hubiese encantado tener una madre como la de su compañera.

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Aún pensando en esa música solista de Julián Casablancas o de Tom Yorke que no conocía, Mak Savicevic consiseraba que Lerna se estaba demorando demasiado en salir del baño y aquello lo preocupaba un tanto, puesto que solo se oía música en un idioma que en esos momentos reconocía como el ruso.

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