Hora del receso. La clase completa estaba en el patio, fumando y consumiendo lo recién adquirido en la cafetería de la academia. Ian Cauldfield caminó un buen par de minutos por el campus hasta encontrar a Rob, quien estaba en solitario sentado bajo una escalera del edificio.
— Compadre —Le dijo Ian— ¡Con usted quería hablar!
— Dígame, profesor.
— Prefería que hablemos aire libre. ¿Tienes un cigarro que me convides?
— Por supuesto que sí, profesor.
Avanzaban sin hablar, mientras unos curiosos de la clase los miraban y murmuraban algo.
— Mister Rob, quiero ir directo al grano. ¿Es cierto que estabas algo pasado de copas? Respóndeme con la verdad por favor.
Rob Irwin se dió cuenta de que no iba a poder escapar tan fácil, ya que su profesor sonaba demasiado convencido.
— En la noche me bebí unas cervezas, profesor.
— Los otros días andabas hediondo a cerveza también. No te dije nada, una, porque no me corresponde, y dos, porque pensé que era circunstancial. Ahora veo que no es tan circunstancial. ¿Que te pasa? ¿Tienes problemas en tu casa?
— No, profesor. Pasa que trabajo de noche y...
— Te pedí que por favor no mintieras, Rob. Por último dime qué no quieres contar y se acabó. Por un lado no me corresponde involucrarme en la vida privada de mis alumnos y si es que te pregunto es para ver si puedo ayudarte, nada más que eso.
— Es verdad que trabajo de noche, profesor.
— ¿Y sales tarde del trabajo, cierto?
— No, profesor, trabajo en casa.
— ¿Y en qué trabajas?
— Estudié arte un par de años en Nueva York. Soy pintor, profesor. Mi madre vende mis cuadros, y para poder pintar de forma más convencida necesito beberme unas cervezas.
Fascinadísimo, Ian Cauldfield no sabía qué decir.
— ¿Y qué cosas pintas?
— Lo típicamente comercial por ahora. Hice algunos trabajos con el expresionismo y el surrealismo, pero eso es mucho trabajo. Además que cuesta mucho cobrar lo que realmente valen.
Se habían terminado de fumar el cigarro. Ian Cauldfield aún no sabía qué decir. Simplemente se largó a hablar, puesto que Rob no le inspiraba mucha desconfianza.
— Bien, compadre. Me alegro harto de que trabajes en lo que más te gusta y en lo personal no me molestan los personajes bohemios como tú, diría que al contrario. Es más, me imagino que debes saber que en este campo abunda esta gente y socialmente es algo aceptado, dentro de la profesión, digamos. Lo que si te aconsejo es que te cuides. No deberían decirte nada, al menos los profesores, pero a mismo tiempo deberías saber que aquí aún hay gente de esas que cree que la literatura son atardeceres y palomas volando. Cuídate de tus compañeros también. ¿Estamos?
— Bien, profesor.
— Bien. Les toca fuego ahora.
— Es muy buena gente la señora Pizarnik, pero creo que me anduve pasando con las cervezas así es que preferiría irme a casa. Muchas gracias, profesor.
Ian Cauldfield le estrechó la mano, con mucho respeto. Rob Irwin respondió de forma recíproca.
— Cuídese compadre —Le dijo el profesor—. Cuidese que usted es de los buenos.
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Fin del entretiempo. Clase de habilidades literarias tipo fuego. Con Maga Pizarnik no se podía murmurar tanto, por lo que los aspirantes al trofeo nobel de literatura digital estaban todos en silencio. Si bien a la profesora se le consideraba una buena persona, no permitía mucho la indisciplina, mucho menos tras las malas noticias que les tenían.
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Publicidad Engañosa
Novela JuvenilMak Savicevic, un joven y prometedor escritor que además de odiosamente competitivo es independiente financieramente, decide matricularse en la academia de escritores con el fin de competir por el preciado trofeo nobel de literatura digital. Los pri...