Productividad excesiva (4)

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Tras haber ya hablado con todos los grupos, Samantha Rhoades miraba hacia el suelo, dando evidentes muestras de agotamiento mental.

— Cada año es más difícil con esa gente  —Decía, bastante exhausta— ¡Voy a terminar muriendo de un ataque de nervios!

— Vas a tener que participar menos si es que estás tan estresada —Dijo Ian Cauldfield—. Lo que es yo espero todo el año estas competencias.

Acto seguido el profesor Cauldfield se puso su chaqueta.

— ¿Donde va tan apurado el colega? —Preguntó Maga Pizarnick.

— ¡Al Lago Nes! —Exclamó—. Iré a dar un lindo paseo en avioneta.

Acto seguido se despidió con una seña y desapareció.

— Creo que es hora de irse —Dijo Maga Pizarnick, mirando el reloj.

— ¿Vamos? —Propuso Samantha.

Martín West se puso de pie, obecediendo de muy mala gana.

Samantha Rhoades esperó a que Maga Pizarnick se adelantara para comenzar a hablar.

— ¡No quiero estar siempre aquí! —Exclamó casi en voz baja— ¡Necesito ir a otra parte de vez en cuando!

— No te preocupes –Dijo—. Ya cada vez queda menos.

— ¡Debí haber aceptado la invitación de Cauldfield para ir al Lago Ness!

Martín West no quiso responder, tal vez pensando en que era hora de buscar nuevos horizontes. Acto seguido abrió el asiento del copiloto para que la profesora ingresara a su coche y en eso ella comenzó a escarbarse en los bolsillos.

— ¿Qué pasa? —Preguntó el profesor.

— ¡Se me quedó el porta documentos en la oficina! —Se lamentó— ¡Voy a tener que subir sí o sí!

Martín West la miró con una sonrisa.

— Tal vez sean señales —Dijo Samantha Rhoades—. Si quieres me sigues.

Sin decir nada y mirando el suelo, Martín West obedeció. Lo que más disfrutaba de aquella dinámica era mirar por debajo de su falda mientras subían las escaleras sin la necesidad de tener que estar disimulando.

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Tras darse vueltas y vueltas por el condado en su coche incluso llegando hasta las montañas, Javier Busquets regresaba a su casa encontrándose abruptamente con una inesperada sorpresa.

— ¿Qué haces aquí, padre? —Preguntó Javier.

Su padre sonreía de extremo a extremo.

— ¿Javier Busquets? ¿Así te tengo que decir aquí? –Preguntó el señor Szcibor abriendo los brazos— ¡Ven a darle un abrazo a tu padre!

Casi sin darse cuenta como llegó a hacerlo, Javier Busquets obedeció. No recordaba algo así cuando niño pero en ese momento sentía que tenía veinte años menos.

— Vengo a ayudarte a finiquitar este asunto de una puta y buena vez —Dijo el señor Szcibor—. Ya estoy al tanto de la academia y quien la maneja y esas cosas y te pediría que nos dirijamos hacia allí sin la más mínima pérdida de tiempo.

Javier lo miró com cierto escepticismo.

— ¿Qué pasa? —Le preguntó su padre.

— Es que no entiendo por qué quieres ir a la academia.

— ¿Hay que liquidar a ese tal Mak Savicevic, no? Bien pues, tu padre te va a ayudar. Todo esto se trata simplemente de invertir mucho dinero.

Sin entender nada de nada, Javier Busquets guió a su padre hasta las cercanías de la academia, puesto que decidió aparcar a un costado, en el lugar dónde estaba el parque.

— Tú espérame aquí —Dijo— ¿Sabes dónde puedo encontrar la oficina de la encargada de la academia?

— Cuarto piso a la izquierda si es que subes por la escalera y no por el ascensor —Dijo Javier— ¡No entiendo que es lo que vas a hacer!

— Si no puedes ir a la montaña hay que moverla —Dijo el señor Szcibor—. Espérame aquí, hijo. No tienes que hacer nada más, por el momento.

Acto seguido Javier Busquets vió a su padre desaparecer. Todo aquello le parecía bastante extraño y no sabía como comunicarlo.

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Martín West le daba duro a Samantha Rhoades con las piernas abiertas sobre el escritorio. Sus respectivas lenguas se acariciaban con vicio mientras el iba y venia con sus bruscos movimientos pélvicos.

— Más despacio por favor —Decía Samantha, apretando los dientes— ¡Me está doliendo un poco!

Por el contrario a las indicaciones que había recibido, Martín West le dio con muchísima más fuerza. Samantha Rhoades apenas resistía, apoyando sus manos en la superficie de aquel mueble que por suerte era bastante resistente.

Simplemente ya no daba más y se salió, con el fin de acabar con aquello lo antes posible.

— Quiero ver tus senos –Dijo Martín.

De rodillas, Samantha puso la enorme cosa de quien la estaba follando en medio de su escote. Con su lengua intentaba alcanzar la cima de aquello con escaso éxito, pese a que Martín se esforzaba por complacerlo. En eso decidió acelerar aquel trámite lo más posible con el fin de ir a almorzar considerando que no había alcanzado a tomar desayuno.

Sin más preámbulos se la echo a la boca. Tenía ganas de morderla pero se contuvo y en eso lo hizo acabar en su rostro, el cual quedó considerablemente manchado.

En eso oyen unos aplausos de un hombre de negro que estaba ahí con gafas oscuras.

— ¿Quien eres tú? —Le preguntó Martín West, con algo de prepotencia— ¿Qué estás haciendo aquí?

— Silencio —Dijo el señor Szcibor.

Acto seguido sacó un arma y apuntó directamente a la entrepierna de Martín West, cuya semi erección colgaba por los aires.

— Déjalo —Dijo Samantha—. No hay nada que podamos hacer.

— ¿Es que acaso lo conoces? —Preguntó West, tapándose sus partes con ambas manos.

Samantha Rhoades se cubrió el rostro, aún de rodillas.

— Lamentablemente así es —Respondió.

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Una vez que su padre y su tío Francesco se fueron rumbo a aquel paseo que habían planificado durante toda la semana, Reno Cauldfield se comunicó inmediatamente con Savicevic.

— ¡Mak! —Exclamó— ¡Mi tío dijo que sí!

— ¿Decir que sí a qué?

— Dice que me va a prestar su casa en Sitgues y según la fecha del viaje nos va a acompañar ¡El vuelo y la estadía van a ser completamente gratis! ¿Qué te parece?

En eso Reno Cauldfield percibió un silencio que le daba algo de desconfianza.

— Me parece una muy buena noticia —Dijo Mak, prácticamente sin emociones— ¿Qué te parece si nos vemos en un rato más para que hagamos los planes definitivos? Estoy con Rob en estos momentos.

— ¿Y qué es lo que hacen?

— Bebiendo cerveza en la taberna tras haber hecho el plan de trabajo. Estoy con Rob.

— ¿Y puedo ir ahora mismo a reunirme con ustedes?

— ¡Por supuesto, hermano! —Oyó la respuesta de Rob.

Acto seguido Reno Cauldfield colgó y fue por su bicicleta. Su tío estaba feliz de que al fin tuviese algo muy parecido a una pandilla o un grupo de amigos, producto de una infancia que le costaba bastante aceptar.

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