El poder del agua (9)

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Tras no haber contemplado que iba a fracasar estrepitosamente una vez más, Rob Irwin decidió que no había nada más que decidir y casi sin darse cuenta se encontraba en la calle, no atreviéndose a lamentar tanto una situación que si bien no lo consideraba tanto un asunto irreparable, era evidente que más temprano que tarde aquello le podía llegar a generar un problema más serio.

En ese momento no le quedaba más remedio que entregarse a las solitarias calles de Castlebar. Aún no amanecía y se había llevado consigo la botella de ron que tras vaciarla definitivamente decidió romperla contra una pared y, tras fijarse que había una pareja observándolo decidió huir casi sin ganas, puesto que en esas circunstancias no estaba de ánimos como para prestarse para una discusión callejera.

Recordó una vez más el asunto del accidente. Aquella situación era la causante de todo, de un derrotero que iba lentamente ampliandose. El asunto de ir a terapia lo había descartado momentáneamente simplemente por el hecho de que el sexo lo consideraba una trampa y al mismo tiempo una actividad que estaba cada vez más sobrevalorada y en eso se sentó en la acera y sacó su cuaderno de la mochila con el fin de escribir un poema.

A medida que iban saliendo las palabras sus deseos de llorar se tornaban cada vez más profundo, por lo que cada cierto instante iba votando el aire. No quería que las cosas fuesen como estaban siendo pero al mismo tiempo no tenía ningún interés por cambiar el destino, cuestión qué, más que tenerlo sin cuidado, lo mantenía en un constante estado de alerta.

Sabía que la única forma de sacarle provecho a la situación consistía en plasmar toda aquella mierda que tenía adentro en las palabras que en ese instante iban saliendo de su lápiz azul, una de las pocas cosas que había logrado conservar desde su vuelta a Nueva York.

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Tras saber de antemano que no iba a alcanzar a dormir producto de todo lo que había trabajado en el transcurso de la noche, Mak Savicevic se había estirado apenas en el sofá con la luz encendida, todo para no quedarse dormido, y cuando comprobó que el desenlace era inevitable debido a la falta de horas de sueño optó por irse inmediatamente a la ducha, ya que, mal que mal, cada vez se acostumbraba más a la idea de que le era más conveniente dormir de día.

Una vez que se preparó una taza de café y encendió un cigarrillo, Mak Savicevic comenzó por fin a pensar en serio lo que le había sucedido con Jessica Córdoba. Aquel fracaso sí que lo consideró un golpe muy bajo, tomando en cuenta que desde ahí en adelante ya casi se le iba a hacer imposible tener la confianza suficiente en sus medios como para volver a abordar a otra chica, al menos en lo que el consideraba a corto plazo.

Pese a la compañía de sus amigos, no era ningún misterio para él que se sentía bastante solo. Creía que aquella sensación era la causante de estar tan así, tan ido algunas veces y tan desmotivado. Recordó con fuerza aquella sensación que le producía el hecho de estar en Sarajevo junto a su familia, en la cual sus primos y primas solían llevar a sus parejas en cada reunión familiar que se les presentaba y ahí estaba él, sin siquiera la presencia de sus padres.

Estaba en lo más absorto de sus pensamientos cuando creyó que era un sueño prácticamente el golpeteo de la puerta que no paraba de sonar.

— ¡Rob! —Exclamó de pronto, de golpe volviendo a la realidad— ¿Estás bien?

— Sí, hermano. Estoy bien —Dijo, mostrando una colilla de marihuana— ¿Tienes encendedor?

Mak Savicevic apuntó a la mesa y el olor invadió inmediatamente sus fosas nasales. Pese a que eran horas de salir rumbo a la academia decidió compartir aquello con Rob tras volver a calentar más agua para otra bebida caliente.

— ¡Léelo vos mismo, hermano! —Exclamó Rob de pronto, bastante eufórico, extendiéndole un rugoso cuaderno abierto.

Mak Savicevic tuvo que esforzarse bastante en comprender aquellos garabatos, y una vez que lo hizo no pudo evitar dejar caer una lágrima.

— ¿Está bonito o no, hermano? —Preguntó Rob Irwin.

Sin dar crédito a lo que acababa de leer, Mak Savicevic fue a buscar el agua que acababa de hervir otra vez, con el fin de aprovechar aquella instancia de estar de espaldas a su compañero y así limpiar sus lágrimas. Aquella soledad absoluta descrita por su compañero le era algo demasiado familiar en esos momentos, una cuestión que le afectaba demasiado en una mañana como aquella.

En ese instante decidió que era mucho más oportuno ir por las cervezas que tenía en el refrigerador en lugar del café, puesto que el aire acondicionado lo estaba sofocando demasiado, incluso más allá del hecho de que el rostro de Rob Irwin en sí hacía que le diera sed.

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Jessica Córdoba estaba por ahí a esas horas, con el fin de hacer su último trámite. La llegada de Andrés cambiaba absolutamente todo el panorama, y había concluido que lo mejor que podía hacer era satisfacer sus caprichos lo antes posible, antes de que fuera demasiado tarde. Por un lado habia querido darle si o si un premio a Mak Savicevic, a quien pretendía seguir hasta su casa con el fin de que le ayudara a corregir un texto. Cumplir de buena manera lo que ella pretendía que fueran sus últimas labores con Javier Busquets le iba a dar el impulso suficiente como para también esa última infidelidad antes de tomarse en serio la reconstrucción de su relación.

Javier Busquets la estaba esperando afuera de los baños.

— Hola —Le dijo el.

Jessica Córdoba iba con el ánimo firme de culminar con aquello lo antes posible.

— Ven aquí —Le respondió ella, tomándolo de la mano y llevándolo inmediatamente a encerrarse en uno de los retretes.

En cuanto estuvieron allí ella se arrodilló al instante.

— ¿Quieres que te dé una buena mamada, verdad? —Le preguntó ella, tomando su verga inmediatamente.

— Por supuesto que sí —Le respondió él, intentando acomodar su media erección en la boca de ella.

Jessica Córdoba seguía firme con aquello en sus manos. Lo meneaba con muy poco énfasis mirándolo directamente a los ojos.

— ¿Cuál es el plazo que tengo para devolverte el dinero? —Le preguntó ella, con la boca muy abierta y acercandola cada vez más.

— Todo depende de lo que hagas ahora —Le respondió él, extrayendo su celular desde el bolsillo.

Acto seguido, Jessica Córdoba se lo echó a la boca. Le daba pausadamente, casi sin ganas, pero al mismo tiempo utilizando al máximo la delicadeza de sus movimientos orales, cuestión que sí o sí podían hacer reaccionar a cualquiera. Según su experiencia era solo cosa de tener paciencia.

— Quiero metertela —Le dijo Javier.

Jessica Córdoba procedió en su labor con mucho más ímpetu. Prefería tragar semen antes que otra cosa, tomando en cuenta que quería guardar sus ganas de tener sexo para más tarde.

— ¡Jessica! —Ordenó Javier.

Se le iba a hacer mucho más difícil negarse que cualquier otra cosa, por lo cual optó por levantarse y poner los brazos contra la pared cuando casi inmediatamente Javier le subía la falda y le bajaba las bragas antes de darle una breve dosis de sexo oral, consciente de que hasta el momento le iba a ser fácil cerrar los ojos y pensar en otra cosa hasta que Javier se la enterró casi sin más preámbulos.

En ese momento se sintió más afortunada que nunca por el hecho de que su compañero no tuviese su verga del todo dura mientras ponía su culo lo más erecto posible, con el fin de que Javier no tuviese ninguna posibilidad de aguantarse las ganas.

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