El poder del aire (9)

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Jessica Córdoba acababa de colgar el teléfono y la llamada que había recibido de Javier Busquets había hecho que se le quitaran las ganas de divertirse.

— ¿Qué pasa? —Le preguntó Mak.

Casi le daba pena verlo ahí en el sofá, sentado con su erección.

— Creo que tendré que irme —Atinó a responder.

Se acomodó sus ropas mientras veía que Mak hacía lo propio.

— ¿Que pasó? —Le preguntó.

— Problemas domésticos —Mintió Jessica Córdoba—. La rommie canadiense está en problemas.

Mak se sentó en el sillón, absolutamente abatido. Ella se acercó a consolarlo.

— Oye.

— ¿Qué?

— Esto no es tu culpa. Además estuviste muy bien este ratito.

Lo veía abatido, como que si lo que estaba ocurriendo era algo que a su compañero le partía el alma en esos momentos.

— Ya pues Mak —Le dijo—. Solo que no quiero que te lo tomes personal.

En realidad no tenía que decirle bajo ningún punto de vista las causas de su decisión. Javier Busquets la había llamado para amenazarla, bajo la lógica de que él la estaba vigilando, día y noche y que el podía perdonar y aceptar cualquier cosa, incluso que no quisiera tener sexo con él, pero que por ningún motivo y bajo ningún punto de vista iba a tolerar una traición.

— ¿Oye?

— ¿Que?

— No me gustaría que pensaras mal de mí. Tal vez en el futuro, si es que tu llegases a ser prudente con lo que acaba de pasar, podemos culminar lo que hicimos alguna vez.

En eso a Jessica Córdoba se le ocurrió una idea. Quería amarrar en algo a aquel chico tímido por naturaleza. Si hacia eso iba a contar con un aliado en la academia para siempre. En el fondo había aprendido bastante de Javier Busquets y más o menos ella sabía como utilizar todo aquello a su favor.

— Yo creo en estas cosas —Le dijo Jessica—. El que come callado, come dos veces.

Acto seguido le dió un beso, con lengua y todo. Pese a que era una despedida, se quedó con ganas de más.

— Oye —Le dijo.

— ¿Que?

Buscó su verga inmediatamente y la tomó.

— ¿Cuanto te demorarías en acabar en mi boca? Supongo que comprendes que estoy lo suficientemente apurada.

Mak Savicevic no pudo evitar agarrar sus senos mientras ella se la movía.

— Me demoro lo que yo quiera —Dijo Mak, jadeando al máximo de placer—. Puede ser un minuto o puede ser una hora.

— Esperemos que sea un minuto —Le respondió.

Acto seguido Jessica se sumergió. Mak Savicevic no daba crédito a su suerte, mientras su compañera hacía aquello con demasiado ímpetu. El sexo es una trampa, se repetía a si mismo, mientras creía firmemente que si no tuviese la cabeza en otra parte en estos momentos. Jessica Córdoba se la meneaba y deslizaba su lengua desde arriba hacia abajo.

— ¿Te falta mucho? —Le preguntó.

— Puedo acabar ahora mismo si tu quieres —Le respondió Mak.

— ¡Hazlo ahora, por favor! —Exclamó.

Jessica Córdoba volvió a sumergirse y en cosa de unos pocos segundos acabó en el labio de ella, quien siguió succionando. Al cabo de pocos minutos ya habia extraido hasta la última gota.

Acto seguido ella se puso de pie y se dirigió al fregadero. Mak Savicevic se levantaba inmediatamente para ir al baño. Se encontraron en el pasillo que separaba la sala del dormitorio y del baño.

— A nadie —Le dijo Jessica, tras darle un intenso beso en la boca—. Recuerda, el que come callado come dos veces.

La dejo en la puerta y una vez que su compañera desapareció, Mak Savicevic se fue inmediatamente a su cama. Cerró los ojos e intentó dormir con el fin de reponerse de todo aquello.

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Rob Irwin insistía con la idea de que tanto Reno Cauldfield como Mak Savicevic estaban un tanto distraídos.

— Estar enamorado te hace perder la perspectiva —Alegaba Rob, una vez más bebiendo con Hakan Mastourí.

— Una chica de allá de Francia me rompió el corazón –Respondió Hakan, bebiendo un largo trago de aquella lata de cerveza—. Desde que eso se superó, ahora soy una puta roca.

— Se dice que en las antiguas culturas, cuando querían maldecirte, te deseaban que te enamoraras.

Rob Irwin no podía sentirse peor al analizar aquel tipo de desgracias.

— ¡Nunca hay que enamorarse! —Exclamaba Rob Irwin— ¡Jamás de los jamases!

— ¡Hay que follarselas a todas! —Dijo Hakan Mastourí, casi con euforia— ¡Salud, hermano! ¡No por nada ganaste el torneo de habilidades literarias tipo agua!

En el fondo Rob Irwin estaba asquerosamente deprimido. Pese a que se las daba de rudo, en el fondo lo que lo tenía así era el poco reconocimiento que el sentía que no poseía. Nadie reconocía que había logrado ingresar al top ten casi sin esforzarse, por ejemplo.

– ¿Que pasa hermano? —Le preguntó Hakan Mastourí— Te veo cabizbajo.

— Estoy preocupado por los chicos —Dijo Rob—. Se nota demasiado que están con la cabeza en otra parte,

— Deberías preguntarles que es lo que les pasa pues, hermano.

— No sé si funcione —Dijo Rob.

En eso golpearon la puerta de su habitación. Era nada más y nada menos que su madre.

— ¿Qué pasa? —Le preguntó Rob Irwin— ¿No te enseñaron a golpear antes de entrar?

Su madre lo miró bastante enfadada.

— ¡Tú! —Exclamó— ¿Cuantos días más piensas seguir bebiendo? ¿Acaso no sabes hacer otra cosa?

— Es mi vida, madre.

— ¡Emborracharse y hablar estupideces! ¿Esa es acaso tu vida?

Rob Irwin no daba crédito a lo que oía, puesto que aquellas palabras le dolían demasiado. No podía dejar de pensar en lo que eran su vida y sus impulsos de mandar todo a la mierda.

— ¡Gané el puto torneo más difícil de primer año porque mide el talento! —Casi gritó— ¡Soy el puto amo y a nadie pareciera importarle! ¡A nadie!

Acto seguido, Rob Irwin abandonó inmediatamente su habitación. Sentía un horrible impulso de ir a arreglar cuentas con Mak Savicevic.

— ¿Para dónde vas? —Le preguntó su madre— ¿Por qué no descansas un rato? ¿No se supone que mañana tienes clases?

Hakan Mastourí intentó atacarlo pero Rob Irwin se resistió con fuerza. Acto seguido salió de casa y cerró la reja con un sonoro golpe.



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