Productividad excesiva (11)

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Sara Mc Brigde tomaba desayuno tras ir a dejar a su hijo a la guardería. Sentía mareos y le dolía un poco la cabeza. Su madre, cesante hace un par de semanas, se sentó al lado de ella.

— ¿Y tú? ¿En pie a esta hora? —Le preguntó— ¿No se supone que los viernes no hay academia?

— No tengo.

— ¿Entonces?

– Tenemos que hacer un trabajo en equipo.

— Ah.

Nunca había sido mucho el diálogo entre ambas mujeres. Si la madre de Sara no sabía que su hija no iba a clases los viernes era solo porque ese día a ella no le correspondía ir a buscar a su nieto a la guardería.

— ¿Y quién va a ir a buscar al niño?

— Pensé que podrías ir tú.

— Tengo que ir a hacer trámites. No sé si alcance.

— ¡Pero madre! —Protestó Sara—. Es el Grand Slam, es el torneo más importante.

— Mis trámites son importantes también.

— Por favor, mamá ¡El niño sale a las dos!

— ¡Ya te dije que no alcanzo!

Había llorado bastante por la discusión con su madre la noche anterior, por culpa del mismo tema. Decidió salir igual, puesto que si se apuraba, demás que ella misma alcanzaba a llegar antes de las dos. Ya no podía llorar porque no le quedaban lágrimas.

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Jean Manuelle Rodríguez. Según el vivía mal y le costaba reconocerlo. Había despertado hace más de una hora y no se podía levantar culpa del frío que hacía debido a no tener más ropa de cama. No sacaba nada con pagar tanto por vivir cerca de su trabajo nocturno si no vivía bien.

Pensó en que necesitaba una novia, no para que lo ayudara en las cuestiones domésticas y esas cosas, sino más bien para verla como un reflejo de referencia respecto a las cosas que debía mejorar.

Se levantó a duras penas. Fue al baño, que quedaba saliendo de la pieza, al fondo de un pasillo bastante oscuro. Fue saludado por la pareja canadiense que ya iba saliendo. Tras ver la pieza de ellos a través de la puerta no pudo creer que a tan solo metros de él sí era posible vivir mejor. Se metió a la ducha. Estuvo varios minutos. Eso siempre arreglaba en algo las cosas.

Cuando regresó a su pieza ya vestido, le dolió darse cuenta que no tenía nada para comer y en otros tiempos le hubiese dado lo mismo. "¿A quien le importa?", pensó. Revisó su celular y tenía una llamada perdida de Catalina Marchessi, la cual seguramente surgió de cuando se encontraba en el baño. Le devolvió el llamado.

— Aló ¿Catalina?

— Hola Jean Manuelle ¿Dónde estás?

— Acá en la casa. Voy saliendo ¿Y tú?

— Estoy como a una cuadra de tu casa ¿Te espero?

— Es que me voy caminando a la academia.

— No importa. Te espero. Así caminamos juntos.

— Muy bien —Dijo Jean Manuelle—. Espérame en la esquina. Llego en un par de minutos.

Cerró su pieza con llave y bajó corriendo las escaleras. Cruzó la calle y divisó a Catalina, quien en ese rato portaba un café a máquina, que seguramente lo había adquirido mientras lo esperaba.

— Hola —Dijo Catalina—. Caminemos. Camila está recién saliendo igual.

— Hola —Dijo Jean Manuelle— ¿Dónde compraste eso? Yo también quiero uno.

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