Archivos residuales (5)

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Mientras viajaba de vuelta rumbo a Castlebar, Mak Savicevic no podía dejar de pensar en las insistencias de su abuela y de su recientemente conocido entorno familiar, considerando que casi toda su vida la había hecho fuera del país.

—  Deberías vivir aquí y estudiar aquí y escribir aquí —Le decía su abuela Ana en compañía de su tío Radomir, quien no había abandonado Sarajevo en ningún momento de la historia—. Haciendo carrera acá vas a ahorrar un montón de dinero y vas a vivir más tranquilo.

— Y el capital cultural se va a quedar aquí, hijo mío —Le decía Radomir–. Harta falta que hacen aquí buenos escritores y buenos músicos para la reconstrucción cultural de este país, considerando que nuestros hijos perdidos hacen esas cosas en los países que los adoptaron.

–  Además aquí la vida se ha ido occidentalizando. La Bosnia actual con la que recuerdas no tiene absolutamente nada en común así es que no te vas a sentir tan perdido.

Para Mak Savicevic era imposible sentirse parte de un lugar. Su reciente experiencia en Sudamérica le había enseñado que era imposible escapar del caos, considerando que estaba en todas partes.

Después de unos días se enteró de que su tío Radomir andaba dedicándose a la política y el hecho de tener presente aquello hizo que las pocas ganas que tenía de un posible retorno perdiera perspectiva automáticamente.

Por lo menos logró enterarse que en términos generales su familia era nacionalista y conservadora.

En su estadía en Bosnia conoció a un montón de tías y primos y primas que habían estado viviendo en Suiza  principalmente. La matriarca Ana, salvo a la madre de su primo Marko, estaba convenciendo a casi todo el mundo que volviera al país considerando el intercambio favorable con respecto a lo que eran las divisas extranjeras.

— No sería malo que volvieras, primo —Le decía Martina, una chica que había estudiado teatro en una universidad de Zúrich—. Este país podría ser nuestro si es que hacemos las cosas bien, podemos aportar todo lo que aprendimos afuera. Tu escribes obras de teatro y yo las represento. Tengo muchas amigas que actúan también ¡Podríamos formar un gran equipo de trabajo!

— Yo toco algo de batería y podríamos formar una banda también —Opinaba su primo Dejan, quien había sido criado en Hamburgo–. A la abuela le ha ido bien y dice que no tiene ningún problema en mantenerte para que inviertas bien tu tiempo.

— Uno nunca va a estar mejor que en casa —Le decía su tío Radomir.

Por las noches, Mak Savicevic salia a una especie de patio que habían detrás de las bodegas en el almacén propiedad de su abuela, quien disfrutaba bastante de la ayuda de su nieto, que pasaba todo el día allí trabajando y escribiendo en los ratos muertos. Ahí se fumaba un cigarrillo mirando las estrellas, pensando en que tal vez había sido un error contarle a su abuela sobre sus desgracias en Sudamérica, cuestión que la había vuelto mucho más aprehensiva. Ella solía decirle que no iba a estar nunca más seguro que en su propia casa.

— Este es y va a ser siempre tu hogar —Le decía Ana, mientras él le ayudaba con las cuentas del negocio—. Esta casa es lo suficientemente grande y ahora vivimos bien. No es necesario que te expongas tanto para ganarte la vida o para cumplir tus sueños.

A veces se quedaba pensando en aquellas propuestas mirando el cielo. En realidad vivía en las afueras de Sarajevo, dónde todo era campo. Sin embargo un par de tíos que tenía, veteranos de guerra que vivían en casa con su abuela que pasaban emborrachandose con vino barato, demostraban no sentir mucha simpatía por él, tratándolo como un intruso prácticamente, todo por ser hijo que quien era, o sea de nadie.

No obstante, Mak Savicevic sentia que nunca en su vida iba a conocer la noción de un hogar o de una patria o de un lugar establecido. Casi no recordaba cuando había tenido que huir de Bosnia por primera vez producto de la guerra, y cuando casi se estaba haciendo la idea de que Montenegro se había transformado en su lugar definitivo en el mundo tuvo que mudarse a Ingletarra producto de la crisis económica post guerra. Jamás había logrado adaptarse del todo a ninguna parte y aquello, lejos de derrotarlo, se había transformado en una especie de señal que consistía en la motivación de tener que saber moverse siempre.

Durante su estadía en Sarajevo no escribió absolutamente ninguna palabra de sus artículos periodísticos por encargo. A cambio de eso tomaba el brief con las bases del Grand Slam, una y otra vez, con el fin de competir en aquello lo más preparado posible.

La noche anterior a su partida definitiva rumbo a Castlebar su abuela había decidido compartir un cordero a la parrilla con toda la familia. A Mak le llamó la atención la enorme cantidad de gente que fue a despedirlo y por más que lo intentaba era incapaz de empaparse de un sentido de pertenencia, que al menos lo hiciera conmoverse con la convocatoria que generaba su presencia.

Sus tíos brindaban con rakija mientras algunas tías aún insistían con la idea de que desertara de aquel viaje.

— Quedate aquí, niño. Así ayudas a tu abuela con el negocio.

— Puedes estudiar en la Universidad de Sarajevo. Puedes especializarte en literatura española o algo así.

— O hacer clases de español definitivamente ¡A este país le hacen falta talentos como tú!

Mak Savicevic simplemente sonreía, con la boca cerrada.

El alejamiento de las letras periodísticas y el trabajo adelantado que en términos de tiempo se le estaba agotando habían hecho que el se recargara de energías. La competencia más importante de la academia, el Grand Slam, estaba a punto de comenzar y el hecho de que su equipo estaba lentamente articulandose nuevamente desde las cenizas lo hacía confiar enormemente en la noción de que lo bueno recién comenzaba.

La mañana de su partida su abuela lo llamó hasta su habitación y le extendió un sobre con euros en efectivo. Mak se negó a recibir pero su abuela no se lo permitió.

— Quiero que hables con tu jefe de los artículos periodísticos por encargo y quiero que le digas que estos días no vas a poder escribir para ellos. Desde ahora en adelante te voy a enviar una pequeña cantidad de dinero para que puedas estudiar algo más tranquilo, ya que te niegas tanto a quedarte aquí.

— Insisto, abue —Dijo Mak—. No es necesario.

Su abuela Ana se acercó y le tocó los ojos.

— Quiero que estos ojitos tan lindos se sigan viendo igual. No quiero ver que te matas trabajando, hijo mío ¡Por favor acepta este dinero!

Mak Savicevic lo consideraba un tanto inútil. El dinero en Irlanda no valía lo mismo que en Bosnia.

Recordando por última vez aquella despedida pisó por fin el aeropuerto de Dublin. Pensó quedarse un rato en la capital de Irlanda antes de tomar el autobús rumbo a Castlebar. Quería caminar un rato antes de irse a casa.

En eso oyó su nombre.

Por un momento pensó que podía ser gente de la policía pero grande fue su sorpresa al divisar a Rob Irwin ahí.

— Hermano —Dijo él, con una sonrisa que a Mak le pareció bastante conciliatoria.

Acto seguido se dieron un abrazo bastante prolongado.

— ¿Que haces aquí? —Le preguntó Mak— ¿Esperas a alguien?

— Te esperaba a tí, hermano mío. Siento que tenemos muchas cosas que hablar.

— ¿Cómo supiste que llegaba hoy?

— Estaba en casa de Reno cuando le llegó el mensaje.

— ¿Eso quiere decir que se están arreglando las cosas?

— Por supuesto que sí, hermano. Estas peleas tontas nos han hecho perder demasiado tiempo.

Aquello si que no lo esperaba, que alguien fuera a buscarlo al aeropuerto y que ese alguien fuese Rob, absolutamente sobrio.

— Me gustaría beber unas cervezas por ahí antes de ir a Castlebar —Propuso Mak— ¿Será posible?

— Creo que es perfectamente posible —Dijo Rob Irwin—. Llevo ya varios días sin lanzarme y la ocasión lo amerita bastante, hermano mío.

Acto seguido abandonaron el aeropuerto, a pie. Mak Savicevic consideró una muy buena idea el hecho de ir a buscar sus maletas más tarde tomando en cuenta que lo único que necesitaba en esos momentos era emborracharse.

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