El poder de la tierra (4)

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Les habían cerrado el bar y antes de irse definitivamente de ahí compraron una botella de vino que les costó alrededor de cuatro veces más de lo que hubiesen pagado en una tienda de licores y luego caminaron hasta ese castillo que está en un acantilado desde donde se veía un panorama completo del mar.

Rob Irwin y Mak Savicevic habían hablado de muchas cosas durante aquella caminata en el más completo desorden de temáticas y palabras. La parte positiva de aquello es que sentían que por fin se estaban entendiendo.

— Las chicas son una trampa, hermano mío —Dijo Rob Irwin, tras presenciar que lentamente iba amaneciendo—. Saben cuál es el punto débil de uno y bueno, es ahí donde atacan y nosotros perdimos. Cada vez es más difícil oponer resistencia.

— No lo sabré yo —Respondió Mak, tragando un buen sorbo de vino y recordando las bragas de Mika en el suelo—. Es increíble como funcionan las cosas en estos tiempos.

— Y va a empeorar, hermano mío —Insistió Rob—. Las redes sociales han dejado muchos asuntos en evidencia con respecto al comportamiento de las mujeres.

— ¿Cómo así?

— Son como trofeos, hermano. Trofeos que se venden al mejor postor. Tu das y das y ellas no dan nada más que lo que exhiben a la vista. Estoy borracho, hermano mío.

Mak Savicevic intentó conservar el equilibrio y en parte le costó bastante trabajo, puesto que el frío y la borrachera no eran una buena mezcla. Hubiese deseado estar en la cama pero al mismo tiempo no, puesto que necesitaba vivir nuevas experiencias para poder plasmarlas en aquel eterno espacio en blanco que tenía en su cabeza. Si estaba ahí era porque quería ganar.

— Tengo marihuana —Dijo Mak.

— ¿Estás bromeando hermano?

— Por supuesto que no.

— ¿Y por qué no me dijiste en el bar?

— Pues porque no sé armar. Tengo de todo pero no sé armar.

Hacia un viento algo difícil como para aquella misión, por lo que Rob Irwin extrajo una pipa de su bolsillo. Mak Savicevic fue el primero en fumar.

— Mi objetivo es la competencia —Dijo, intentando no toser—. Quiero terminar primero en el ranking y sé que está bastante difícil, pero al menos quiero intentarlo. Me preocupa bastante lo del torneo de habilidades literarias tipo tierra porque no le entiendo nada a esa comadre de Samantha Rhoades.

— Yo tampoco hermano, pero es lo que hay que intentar hacer el lunes.

— ¿Que vamos a escribir para el lunes? ¿Quien va a intentar dirigir ese avance?

— Los chicos te esperaban a tí, hermano mío. No quisieron hacer nada sin considerarte a tí ¡Deberías estar orgulloso y arrepentido!

— ¿Arrepentido por qué?

— Por dejarnos botados en el bar, hermano. Lo que hiciste fue mostrar una clara señal de debilidad.

Tiene razón, pensó Mak Savicevic, intentando no pensar demasiado en el origen de sus distracciones. En el estado en el cual estaba iba a ser más o menos fácil ceder ante la idea de soltarse y definitivamente no, Rob Irwin no era el interlocutor adecuado, mucho menos durante el curso de aquella madrugada.

— ¿Te gusta esa chica? —Le preguntó Rob.

— ¿Cuál chica?

— La morena esa, que es amiga de ese negro homosexual. La chica es muy bonita y al parecer fue demasiado amable contigo porque desde que trabajaste con ella estás demasiado cambiado.

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