Actividades secretas (3)

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En simples términos todo seguía igual que siempre.

Era una típica tarde de viernes en plena época de exámenes finales en la academia para Martín West, profesor de habilidades literarias tipo agua para los aspirantes al trofeo Nobel y profesor de letras en el instituto tecnológico de Mayo.

Iba recién llegando a casa después de haber dejado durmiendo a Samantha Rhoades, con quien había decidido postergar aquella charla del cierre de la academia producto de que era algo que no esperaba.

Acababa de culminar su labor docente del año pre reprobando a quince de treinta alumnos posibles. Lo hizo sin nada de remordimientos, tras considerar que aquellos tecnócratas no sabían nada de nada de letras e iban a andar perdidos durante el próximo curso, por lo que a la práctica, según él, poco menos que les hacía un favor haciéndolos repetir de nivel.

El cierre forzado de la academia también lo había metido en problemas, puesto que no iba a poder reprobar a nadie y aquello a finales de semestre siempre iba a ser como una especie de droga.

No le importaba lo que dijera Samantha Rhoades, quien prefería la mano blanda, puesto que así, con los alumnos aprobados por unanimidad, las subvenciones que le otorgaba aquella institución que financiaba la academia eran muchísimo más altas y ese era en el fondo el secreto que compartía con el señor Szcibor, quien al ser abogado, seguramente estaba al tanto de aquellas actividades tan herméticas como corruptas.

Además de casi no representar su edad, Martín West era delgado excepto por sus brazos, quienes lucían firmes, así de manera natural. También tenía el cuello un poco largo, su estatura casi alcanzaba el metro ochenta y pese a que trabajaba en casa a esas horas vestía ropas excesivamente formales.

Sus colegas lo encontraban algo torpe y bastante rarito y a él no le importaba lo que dijeran de él, al menos ellos, puesto que se creía portador de una media intelectual bastante superior a la de todos sus colegas juntos, además de considerarlos que académicamente eran unos sobrevalorados que estaban dispuestos a hacer cualquier estupidez con tal de llamar la atención de las nuevas generaciones.

Sin embargo se había aburrido bastante ese año, justo en el cual se había propuesto ser más amable y tolerante con sus pares, ya que encontraba cada vez más patético eso de andar tan en solitario tomando en cuenta su edad y su situación, por muy amante de Samantha Rhoades que el fuese, prácticamente por una casualidad del destino.

Tras una última discusión con ella producto del reclamo a mano armada que había hecho el apoderado de Javier Busquets antes de hacer el amor por última vez, Martín West reconocía que añoraba esa vida social que nunca había vivido ni siquiera en su etapa de la universidad y mucho menos en el plano virtual, cuestión que le daba mucha vergüenza ostentar porque lo hacía sentirse mucho más perdedor, incluso en aquel escenario que lo hacía poseedor del estatus que consistía en ser uno de los mejores escritores del mundo en ese momento.

A eso de las siete de la tarde decidió abrir una botella de vino para dar por finalizado anticipadamente el año de academia producto de aquel cierre forzado. Casi ni le importaba, puesto que estaba harto de hacerle clases a escritores mediocres.

Vivía solo en un bello departamento con terraza casi a las afueras de Castlebar y pese que algunas veces se sentía decadente, al mismo tiempo estaba contento; Otro año más de carrera en la docencia y le faltaban apenas unos meses para completar su doctorado, tomando en cuenta que para él era fundamental avanzar en su carrera, en todos los frentes posibles.

Así era su vida y jamás se lo cuestionaba, puesto que, según su lógica, cada cual poseía lo que se merecía y que si hasta ese momento había hecho todo bien, tarde o temprano llegarían consecuencias más satisfactorias.

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