El poder de la tierra (8)

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Había pasado Lena Smith por todos los rincones del campus para avisar que el relato debía entregarse al día siguiente y, Mak Savicevic, Reno Cauldfield, Rob Irwin y Hakan Mastouri estaban en la cafetería mirándose las caras casi así como resignados a la idea de que había cero posibilidades de poder cambiar su destino.

— Yo lo dejaría así —Dijo Rob Irwin, releyendo aquel texto una y otra vez—. Siento que no vale la pena editar, hermanos míos.

— Yo opino que como parodia está perfecto —Dijo Hakan Mastouri.

Una vez más Mak Savicevic se agarraba la cabeza producto de una nueva perdida de puntos.

— ¿Que pasa? —Le preguntó Reno.

— Ocurre que...

— ¿Todo bien hermano? —Intervino Rob.

Mak Savicevic respiró profundamente.

— Si —Dijo de pronto, así como decidido a no generar problemas—. Está todo bien. Decidan ustedes que se hace. Yo voy al baño.

Mientras caminaba rumbo al urinario, Mak Savicevic pensaba en que escribir algo desde cero era prácticamente misión imposible. Le daba pena y al mismo tiempo un cansancio enorme y en eso oye su nombre.

Se gira hacia atrás y no era nada más y nada menos que Jessica Cordoba.

— ¿Sí? —Preguntó sorprendido.

— ¿Que te ocurre oye? ¿Estás nervioso?

Se sentía demasiado agotado como para decidir que estaba nervioso. Más bien creía que estaba en el limbo o algo así, puesto que su cabeza estaba en mil partes a la vez.

— Solo tengo ganas de ir al baño —Dijo sonriendo.

— Tan tímido que eres —Dijo ella— ¿Por qué tan así mi amor?

Miró el suelo, como buscando una respuesta.

— Permiso —Dijo, así como apurado.

— Muy bien —Sonrió Jessica—. Te espero aquí porque me gustaría hablar un poco contigo.

— ¿Sobre qué?

— Anda a aliviarte primero. Te espero aquí.

Llegó al baño y por más que lo intentó no pudo, pese a que breves instantes atrás no podía aguantarse las ganas. Decidió mojarse la cara y un poco el pelo tras sacarse su gorra con orejas que dejó en el bolsillo de la chaqueta.

Ahí estaba Jessica Córdoba cuando salió, esperándolo prácticamente en la puerta. Sintió que no había más remedio que enfrentarse a aquello.

— ¿Sobre qué quieres hablar? —Preguntó, arrugando un poco la cara.

Ella se acercó lo más que pudo y comenzó a tocarse el pelo.

— Creo que tengo opciones de medalla con mi grupo y bueno... Me gustaría que me ayudaras a conseguirla.

— ¿Ayudarte en qué?

— A editar, o a corregir los párrafos ¿Puedes ir a mi casa hoy despues de clases? Podría pagarte, pero eso preferiría verlo en casa ¿Crees que sea posible?

No puede ser, pensó Mak, a propósito de recordar cuando Javier le mostró aquel vídeo. No podía no pensar en otra cosa ni mucho menos concentrarse en algo más que lo que tenía en frente.

— Lo siento mucho —Respondió, decidido a perder la menor cantidad de tiempo posible en ello—. Mi grupo está en problemas y bueno... Yo también estoy en problemas. Quizá tengamos que hacer un relato nuevo y eso nos va a quitar mucho tiempo tal vez.

— ¿Que tanto tiempo oye? Deberías aceptar que tú y tu grupo están hechos de otra pasta. Es evidente que la literatura comercial no es algo que les acomode demasiado.

— Tenemos que aprender —Respondió Mak, calculando positivamente que oír aquello le proporcionaba una sensación más que positiva al respecto.

— Ya pues, por favor —Dijo ella, agudizando la voz y acercándose aún más— ¡Se bueno!

— No es que no quiera. Simplemente ocurre que está vez no voy a poder ayudarte. Tierra no es mi fuerte. No sé si se entiende.

— ¡Por favor, Mak! ¡Te lo suplico! ¡Yo puedo ser muy buena contigo si es que lo deseas!

— No lo sé —Dijo Mak, rascándose la cabeza.

Se sentía arrinconado en parte y en eso apareció Reno Cauldfield. Mak se apartó rápidamente.

— Permiso —Dijo Jessica, sonriendole coquetamente a Mak.

Reno lo miró como con sorpresa y Mak se avergonzó profundamente.

— ¿Todo bien? —Preguntó Cauldfield.

— Sí. Todo bien.

Caminaban de vuelta a la cafetería y en eso Mak revisó su celular y había un mensaje de Jessica Córdoba que prefirió no leer delante de sus compañeros.

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Ahí estaban Kate Miller y Tom Mc Carty conversando con Samantha Rhoades. Ray Pérez y Hans Wörns estaban ahí pero no decían nada.

— Excelente relato —Dijo la profesora—. Es más, me conmueve bastante. Los felicito... Saben demásiado bien simplificar las emociones...

Kate Miller la notó como nerviosa de algo y le pegó con su codo a su compañero.

— ¿Algo que mejorar? —Preguntó Tom Mc Carty.

— Detalles quizás, detalles mínimos. Sacar palabras tal vez ¿Sabían ustedes que ese es el mejor método para corregir un relato?

Hans Wörns asintió con la cabeza en el momento justo que Samantha Rhoades salió a responder una llamada.

— ¡Parece que vamos a ganar! —Exclamó Tom Mc Carty.

Kate Miller seguía vigilando a Samantha, quien apareció breves segundos después.

— En fin —Dijo la profesora, con un tono de voz abruptamente mas pausado—. Para ser sincera, la pelea por el oro está entre ustedes y el grupo de Lena Smith, chicas que, a estas alturas, son escritoras profesionales. El de las chicas está mucho mejor elaborado desde un punto de vista técnico, mientras que él de ustedes tiene muchísima más creatividad ¡Tienen muchas posibilidades de potenciar lo que tienen! ¿Alguna pregunta?

— La verdad es que no —Dijo Kate, muy entusiasmada ante la idea de seguir escalando en el ranking.

Ray Pérez intentaba observar a su compañera. Simplemente la consideraba lo máximo y creía firmemente que su triunfo en la música urbana le iba a abrir puertas con ella tarde o temprano.

— Muy bien —Dijo la profesora— ¿Podrían buscar al grupo de Jessica Córdoba por favor? Díganles que vengan a la sala.

— Yo la busco —Dijo Kate Miller.

En eso comenzó a llamarla por teléfono y su compañera no le respondió, por lo que se prácticamente se sumergió en el campus.

Grande fue su sorpresa cuando la vió conversando con Mak Savicevic, quien la miró al instante.

— Perdón —Dijo.

— ¿Que pasa? —Le preguntó Jessica con una sonrisa.

Sin saber por qué, le dió muchísima rabia que Mak Savicevic estuviese mirando el suelo.

— La profesora te llama —Dijo—. Te espera a tí y a tu grupo en la sala.

Acto seguido se dió la media vuelta, concluyendo positivamente que desde ahí en adelante, la mejor venganza, iba a ser siempre adjudicarse el oro y ojalá en las narices de su compañero que evidentemente le estaba haciendo el vacío.

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