Publicidad engañosa (7)

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Constanza Müller estaba en el taller de fotografía de la agencia de publicidad para la cual trabajaba. Desde su posición se veía la calle y no andaba casi nadie. Demasiado frío en el aire.

Por lo general ocupaba esos tiempos muertos para estudiar, pero era distinto a instalarse de buenas a primeras y comenzar a redactar el informe pese a que solo le habían dicho que tenía que estar a cargo del teléfono de la recepción. Decidió llamar a Lena Smith.

— ¡Aló!

— Hola amiga ¿Cómo estás?

— Aquí en la agencia, sin nada que hacer ¿Y tú?

— En el restaurant, esperando la hora del cierre ¿Que ocurre Constanza? ¿Pasa algo?

Sonó el teléfono fijo del taller de fotografía. Decidió no responder.

— Quería saber cómo les fue en la tarde con las chicas.

— Una lata —Dijo Lena Smith—. No te perdiste de nada. Solo que pelean entre ellas. Las envié a hacer el informe ¿Nos juntamos mañana cierto?

— Sí. Oye, estaba pensando. Como mañana salgo más temprano de aquí, podría pasar a buscarte al restaurante.

— Ya pues amiga. Así pruebas los mocaccinos que hago con la máquina.

– ¿A qué hora cierras mañana?

— Me quedo hasta el cierre, todos los días por esta semana. Mañana incluso tengo que llegar más temprano por haberle pedido a Andrew que me cubriera ¡Todo por algo que no valió la pena!

— ¿Por qué?

— Mañana te cuento ¿A qué hora dijiste que podrías estar acá?

— No te he dicho nada. Mañana cerramos a las seis. Tipo siete estoy por allá.

— Ya amiga, te dejo.

— Yo igual. Está sonando otra vez este maldito teléfono.

— Chau.

— Chau.

Acto seguido, Constanza Müller colgó. Le hubiese encantado tener tiempo para ser más amable, pero algo le ocurría que no podía llevar a cabo aquellos estados de ánimo.

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— ¡Un brindis por los chicos! —Dijo la madre de Rob Irwin— ¡Les va a ir muy bien en el Grand Slam!

Mientras alguien levantaba los vasos de vino, Mak Savicevic no dejaba de mirar la bandeja con carne asada. Había comido bastante, pero aún así, por culpa de su brebaje favorito, necesitaba más.

— Come no más —Le dijo un tío de Rob Irwin que había llegado de visita— ¡Vamos a hablar mal de tí si o sí!

Hubo risas y todos celebraron aquella intervención. Incluso Mak Savicevic, quien dijo:

— Yo no me hago de rogar.

Natalie lo miraba, mientras jugaba con su copa de líquido rojizo y espeso. Dijo:

— Quien como tú, que come y come y no engorda. En cambio una...

Rob Irwin, quien había comido muy poco, seguía bebiendo cerveza. Dijo:

— Gordo, para tí son cincuenta. Hermano Mak Savicevic, para tí deberían ser ciento cincuenta pero te lo vamos a dejar en cien.

— No seas mal educado, Rob —Le dijo su madre—. Siga comiendo tranquilamente, mi niño.

Hakan Mastourí, quien cuando bebía solamente se preocupaba del momento, tomó su teléfono con el fin de revisar el resultado del Borussia Dortmund, que había alcanzado el empate. No dijo nada.

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