El poder del fuego (11)

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Llevaban largo rato en la academia y en eso vieron pasar a la profesora Maga Pizarnik, quien les hizo un gesto de saludo. A Jack Adams se le pasó por la mente ir a hablar con ella, sin embargo aquella indiferencia no le pudo ser indiferente.

— Estamos mal —Dijo Enzo Ferratti.

— ¡Pésimo! —Corroboró Jack Adams—. Angie Ireland quedó de llegar hasta aquí y Danny Van Bossen no responde.

— ¿Que vamos a hacer?

Jack Adams intentó volver a comunicarse con sus compañeros de equipo pero fracasó rotundamente una vez más. Veía el rostro de desmotivación de su compañero y aquello lo desmoralizaba aún más.

— En fin —Dijo Jack Adams—. Llevamos horas esperando a esta gente que no aparece. Creo que deberíamos salir de aquí e ir a almorzar a algún lugar, aunque por lógica es bastante tarde como para ir a almorzar.

Enzo Ferratti no decía nada y lo siguió en silencio hasta una tratoria que encontraron unas cuadras despues.

— Al mal tiempo buena cara, compadre —Le dijo Jack— ¿Te parece si comemos algo antes de decidir que es lo que vamos a hacer?

El estómago de Enzo rugía poderosamente.

— No tengo hambre —Le respondió a su compañero.

— ¿Cómo no vas a tener hambre? Llevamos muchas horas fuera de casa y no hemos comido nada.

La verdad es que Enzo Ferratti estaba a punto de desfallecer.

— Prefiero ir a mi casa, hermanito. Allá la comida es más barata.

— Lo sé, Enzo, lo sé. Mi propuesta se enfoca hacía la situación de que despejemos la cabeza.

— Se agradece la intención, gran abuelo. El problema es que no tengo dinero como para gastarlo en un restaurant como este.

Jack Adams vió que Enzo agachaba la mirada y aquello lo conmovió muchísimo más de lo esperado. Lo veía pálido y ojeroso y mirarlo así le causaba lastima.

— Entremos —Le dijo resuelto—. No conozco mucho de comida italiana. Tu me recomiendas un plato y yo pago la cuenta, así nos distraemos un rato y pensamos con la cabeza más distraída y descansada ¿Qué te parece?

Oír aquello conmovió profundamente a Enzo Ferratti, quien lo que menos deseaba en esos momentos era ir a encerrarse a su habitación compartida con un lavaplatos norteamericano al pensar en que aún no obtenía puntos y en qué era muy poco probable que los adquiriera en aquel torneo.

No pudo evitar acercarse a Jack Adams y darle un sincero abrazo.

— Gracias hermanito —Le dijo—. En serio muchas gracias.

— No hay de qué —Respondió Jack—. Para eso estamos los amigos. Ahora entremos será mejor, puesto que en cualquier momento me desmayo.

En ese momento se les acercó un maitre, quien los invitó a tomar asiento. Enseguida llegó un camarero a llevarles el menú del lugar.

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Lena Smith ya estaba en casa cuando Constanza Müller y Fanny Silverstein habían llegado de un paseo que habían decidido dar despues de almuerzo.

— ¡Amiga! —Exclamó Fanny Silverstein abriendo los brazos en cuanto la vio— ¿Cómo te fue?

— Muy bien, chicas, muy bien —Dijo— ¿Y? ¿Cómo estamos para el torneo? ¿Han avanzado en algo?

— La verdad es que nada —Respondió Constanza Müller.

Ambas vieron el enorme gesto de insatisfacción que puso Lena Smith.

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