Citas y competencia (10)

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Tras haber estado nuevamente todo el día anterior bebiendo en su habitación como un animal sediento en el desierto, Rob Irwin despertó con un dolor de cabeza abominable. Aquello era mezcla del exceso de cerveza barata y unas agotadoras jornadas de sobre pensamientos.

Encendió la tele. Ahí pasaban un partido de la premier league, cuestión que lo hubiese entusiasmado altamente de no estar en ese estado, ya que lo hubiese movilizado a buscar aún más cervezas, más aún viendo que el Manchester United iba perdiendo casi irreparablemente.

Intentó incorporarse con el fin de buscar explicaciones, ya que el suicidio lo había descartado por un asunto de que la cobardía no era lo suyo, aunque ni de eso estaba tan seguro. De todos modos prefería creer que su estado de ánimo no era nada más y nada menos que consecuencia de cierta falta de medios como para solucionar su problema.

No pudo evitar recordar la primera vez que estuvo ahí en esa habitación. En ese entonces era de colores y estaba limpia y ordenada y no había latas vacías de cerveza tirada por todas partes. Creyó que podía ser el inicio de algo mejor, sin embargo el infierno era algo que portaba el mismo, tanto en su cuerpo como en su espíritu. Tampoco había olor de humo de cigarrillo desvanecido y, pese a que en Nueva York se sentía entre los suyos con toda la mierda que revoloteaba alrededor de él, no veía con malos ojos estar ahí para empezar de cero.

De todos modos ya en el vuelo de vuelta a Irlanda había divisado ciertos destellos de lo que se venía o de lo que se podía venir producto de las consecuencias de su accidente.

— Hola —Le dijo la chica que iba al lado.

Rob Irwin, de gafas oscuras, no tuvo ninguna posibilidad de estar inmediatamente consciente de lo que vivía en ese momento y tampoco había mucha escapatoria, puesto que simplemente eran señales que se le adherían única y exclusivamente por tener una especie de tabula rasa en todo su ser.

— Habla con confianza —Dijo la chica, sonriendole como si estuviese haciendo algo prohibido o censurable—. Yo también tuve que echarme una buena cantidad de cervezas encima para poder volar.

Lejos de creer que la literatura era como su religión, Rob Irwin creyó firmemente que en ese momento lo era la bebida, y cada vez que se encontraba con alguien de su religión, sentía que mostraba lo mejor de si mismo, pese a toda la mierda mental que podría haber detrás de todo eso.

Sin embargo la chica que le hablaba era una de las más hermosas que había visto en su vida y aquello tal vez marcaba un precedente, un asunto de quizá no estaba tan solitariamente en ese limbo. No era capaz de dar crédito a lo que vivía en ese momento, ya que era incapaz de no poder poder gobernarse por las señales, cuestiones que le iban marcando como una especie de hoja de ruta en su vida.

— ¿Que haces aquí? —Le preguntó a la chica, mostrándole todos sus dientes— ¿Acaso este vuelo te quedaba mucho más cerca que la tierra?

La chica se rió y aquello a Rob le dió buena espina, considerando que por algo había estado pensando todo lo que había estado pensando.

— Todo un poeta, amigo ¿Por qué lo dices?

— Es evidente que te arrancaste del cielo para llegar hasta aquí.

Tras mirar nuevamente la risa de aquella chica, Rob Irwin comprobó que todo era una especie de absurdo, más aún cuando la chica sacó un par de latas de cerveza del bolso. El recibió instantánea y precisamente, abriendo la lata en el acto y pegando un buen trago, otra vez presenciando aquella sonrisa que a esas alturas no sabía si provenía del cielo o del infierno.

— ¡Que agradable sujeto! —Exclamó la chica— ¿A qué te dedicas?

— No sé si soy de los buenos, pero soy todo un poeta, tal cual como lo decís.

— ¿En serio eres poeta?

— Y manipulador de las palabras en general. Viajo hasta Castlebar para matricularme en la academia de escritores.

— ¿Cuál academia?

— Trofeo nobel de literatura digital. Algo es algo.

La chica sonrió de una forma que a Rob Irwin le pareció muy graciosa, puesto que le daba a entender que aquella boca tenía múltiples personalidades.

— ¿Así es que vas a Castlebar? Que coincidencia.

— ¿Por qué?

— Acabo de romper con mi novio y bueno, mi abuelo tiene una estancia en Castlebar. Iré allí a recuperarme despues de una buena temporada en el infierno. Veo que estás en las mismas, por eso te hablo de estas cosas. Tal vez logre tomar buenas fotografías ¿Has estado antes allí?

— No.

— ¿Y dónde piensas alojar?

— En casa de mi madre que acaba de enviudar de su segundo matrimonio. Su ex marido le dejó una casa enorme allí.

— ¿Eres Irlandés?

— De los suburbios de Dublín.

Hasta ahí recordó la conversación, puesto que el resto de la charla trató sobre temas que hubiese conversado con cualquier otra persona especial con la cual llevase interactuando muchos años tras haber leído los mismos libros y visto las mismas películas. Parte de aquello consistía en comparar la fotografía con alguna unidad literaria, la cual podía ir desde un simple párrafo hasta un relato muy corto.

En eso irrumpió su madre en su habitación casi sin avisar y lo primero que hizo fue abrir ventanas y cortinas.

— ¡Aquí apesta! —Exclamó, con una voz que a Rob Irwin le pareció excesivamente maternal— ¿Hace cuánto tiempo que no te metes a la ducha?

A Rob Irwin le parpadearon los ojos. No había comido desde hace dos días y se sentía débil y sin fuerzas. Tal vez lo que había estado pensando eran solo delirios de hambre

— ¿Hasta cuándo vas a seguir así?

— ¿Así cómo?

— Te veo así y no reconozco a mi hijo, por más que lo intento no puedo ¿Cuando vas a superar eso y empezar a hacer tu vida de una vez por todas? El pasado no se puede arreglar ni reparar, pero de tí depende que el futuro sea mejor.

— ¿Según tú cuál es la solución?

— Verte hacer deporte, por ejemplo. Eras un chico sano antes de irte a Nueva York, el mejor de los mejores. Te busca alguien en la sala. Métete a la ducha. Le diré a esa persona que te espere.

— ¿Quien es esa persona?

— Dice ser amigo tuyo y no es Mak Savicevic ¡Levántate ya!

Quería llorar, pero las lágrimas no le salían. Rob Irwin optó por taparse la cabeza con sábanas y frazadas y girar su rostro hacia la pared.

— Tienes que levantarte, hijo ¡Tu talento es enorme! Hace un muy lindo día afuera y deberías disfrutarlo ¡Arriba! ¡Te va a hacer muy bien hablar con tu amigo!

La mierda continúa, pensó Rob Irwin, de una u otra forma. Había que hacer tiempo como sea esperando aquel final, cuestión inevitable por lo demás, siendo buena o siendo mala aquella existencia en aquel lugar que sentía que solo habitaba él y nadie más que él.

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