42. El extraño diario de Zac (y la presidencia)

118 25 7
                                    

Primer día de clases. Mi mandato empezaría ese día. Me desperté temprano, y después de mi rutina de las mañanas (en donde tardé mucho tratando de que mi cabello estuviera perfectamente peinado y de que mi corbata luciera simétrica), bajé a desayunar. Jill estaba en el comedor. La observé.

— Te ves perfecto— me dijo—. Te queda el uniforme probablemente mejor que a nadie.
— Se nota que nunca has visto a Evan en uniforme— dije—. Es un desastre pero a las chicas les gusta.
— No a las chicas ordenadas— dijo ella.

Papá apareció por la cocina con el desayuno.

— Olvidé que te tocaba cocinar hoy— le dije.
— Pues no lo olvides mañana porque es tu turno— dijo—. Agradezco que así sea porque soy un desastre.
— No quedó tan mal— dijo Jill—. Eres mejor que yo.

Papá le sonrió. Se observaron. Me alegró ver tanta felicidad.

— Espero que tu primer día como presidente sea bueno— dijo papá.
— Yo no tengo tan altas mis expectativas— dije.
— Son alumnos— dijo Jill—, no puede ser tan malo.
— Lo es— dije—. Son jóvenes que creen poder hacer lo que quieran sin nada que los detenga, tratando de satisfacer sus necesidades básicas de comida, agua y sexo. Son como animales peleando por destacar y no les importa nada más que sí mismos. Sin saber siquiera que la vida es corta. Podrían morir hoy mismo y sus vidas no serían más que un cúmulo de malas desiciones y tiempo gastado en un montón de tonterías que no valían la pena pero que pensaban que sí.

Ellos me observaron.

— Espero que no estuvieras ensayando tu discurso de bienvenida— dijo papá—, de lo contrario asustarás a todos para siempre.
— No, mi discurso es políticamente correcto. Aunque agregué un par de amenazas. No quiero que crean que pueden salirse con la suya— dije.
— Bien— dijo él—, cuando gane las elecciones tú vas a escribir mis discursos.

Tenía que estar en la escuela media hora antes que la hora de entrada. Tenía mi primera reunión con el consejo (bueno, parte de él), y no quería llegar tarde. Jill me llevaría. Llegué diez minutos antes. Mi sentido de la puntualidad ante todo. Cinco minutos después de mi llegada, Emery apareció en la entrada de la sala del consejo. Me agradaba Emery: era callado, listo y siempre sabía qué hacer. Había sido el secretario del consejo estudiantil en el periodo en el que la presidenta lo dirigió y ella me había dicho que era la persona más responsable del mundo.

Tiempo después, apareció Laura. Se veía tan radiante y linda como siempre.

— Hola— me dijo—. Hola Emery.

Él asintió.

Poco después apareció Harry y mi primo Tony.
Harry era el hijo del director de la escuela. Era de último año igual que yo y en todos sus años había sido parte del consejo. Me parecía que más que querer lo hacía por deber. Aparentemente no era una persona destacable. Incluso diría que su presencia era irrelevante. Pero seguía siendo el hijo del director. Además se había ofrecido así que no pude negarme. Tony estaba ahí porque Jill se lo había pedido. Creía que le haría bien. Él me agradaba así que no tenía problema en que fuera miembro.
Nos sentamos. Miré la mesa casi vacía.

— ¿Cuántos miembros tenía el consejo el año pasado?— pregunté.
— Diez contando a la presidenta— dijo Emery.
— Somos cinco— dije.
— Ya se integrarán más en el transcurso de la semana— dijo Laura.
— O no— dije—. Nadie quiere perder el tiempo en esto.
— Sé optimista— dijo Harry—. Hay mucha gente con tiempo libre.
— Generalmente no soy optimista— dije—. Y no quiero a alguien que sólo venga aquí porque tiene tiempo libre y quiere gastarlo. Me tomo muy enserio lo que somos. Las personas aquí deben buscar el bien común entre los alumnos. Que se respeten las reglas.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora