58. El extraño diario de Zac (y un fin de semana con Evan)

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Jimi había hablado con Evan en el receso el otro día. No me dijo de qué hablaron y eso me mataba de curiosidad. Trataría de que me contara el fin de semana. No sería fácil, pero necesitaba saber que estaban bien. Que Jimi estaba bien. Así que el sábado por la mañana tuve una idea bastante buena.

— Evan, ya sé qué haremos hoy— dije en el desayuno.

Papá y Jill me observaron. Miré a Evan al otro extremo de la mesa. Parecía feliz.

— ¿Iremos a algún lugar divertido?— preguntó.
— No, haremos algo mejor— dije.
— ¿Qué cosa?
— Me enseñarás a conducir— dije.

Todos me observaron.

— No presto mi auto— dijo papá inmediatamente.
— Yo tampoco— dijo Jill.
— Tranquilos, no iba a usar sus autos— dije—. No soy tonto.
— ¿Entonces?— preguntó Evan.
— Para eso está George— dije.
— Definitivamente no va a querer— dijo Jill.
— Claro que sí— dije.

Era una mentira. Por supuesto que George no iba a prestarme su auto. Así que lo tomaría prestado yo.

Unas horas después, Evan y yo estábamos afuera de los foros en donde George presentaba las noticias.

— No puedo creer que viniéramos hasta aquí por un auto— dijo Evan.
— Fue divertido, acéptalo— dije.
— Pues sí pero parece demasiado... sobre todo porque George no te prestará nada.
— Ya le pediré perdón otro día— dije—, además creo que no va a darse cuenta. Lo regresaremos sano y salvo.
— ¿Vas a tomar su auto sin permiso?
— Algo así— dije—. Tengo las llaves.
— Pero... a George no va a gustarle eso... ¿Por qué tienes las llaves?
— No preguntes— dije—, sólo gózalo.
— Zac, eres malvado. Me agrada.

Yo sabía en donde George ponía su auto. Hasta tenía su nombre. Había una persona vigilando. Le dije que iba por el auto de mi tío. Ya me conocía porque había estado antes ahí, cuando George nos mostró las instalaciones del lugar. Así que fue fácil hacerme del auto.
Minutos después, Evan estaba conduciendo por una carretera vieja, lejos de ahí.

— ¿Sabes a dónde vas?— le pregunté desde el asiento del copiloto.
— Hay un lugar solitario y con mucho espacio cerca de aquí— dijo.
— Pues a este ritmo no llegaremos rápido. Necesitamos más velocidad— dije.
— No podemos rebasar la velocidad permitida— dijo—. Eso es mínimo lo que deberías saber.
— No hay nadie aquí— dije—, vamos, rompe las reglas.
— Señor presidente del consejo estudiantil, no me diga eso— dijo.
— No estamos en la escuela— dije—. Aquí sólo soy Zac. El auto no es mío, podemos arriesgarlo. En todo caso, las responsabilidades son para George.
— Ya somos mayores de edad— dijo—. Podemos ir a prisión.
— No hay nadie aquí— dije.
— Por suerte— dijo.

Se estacionó en la orilla. Salimos. Era en medio de un bosque. Efectivamente había una llanura grande.

— ¿Cómo encontraste este lugar?— pregunté.
— He vivido mucho tiempo por aquí— dijo—. Antes Lucille salía mucho. Le gustaba la naturaleza. Decía que era liberadora.
— Realmente lo es— dije—. Porque aquí no importa qué nos haya pasado o quién seamos, sólo somos dos personas.
— Eso suena bien— dijo—. Ser sólo dos personas.

Lo observé. Parecía nostálgico. Estaba analizándolo en silencio cuando me sorprendió un sonido: era un cuerpo de agua.

— ¿Hay un río por aquí?— dije.
— Eso creo— dijo—, nunca llegué más allá.
— Deberíamos ir— dije.
— Podríamos perdernos— dijo.
— En serio estás siendo muy aburrido hoy— dije—. No querías viajar tan lejos, no querías que robara un auto y ahora no quieres que vayamos a explorar una zona desconocida.
— ¡Es muy peligroso!— dijo.
— ¿Dónde está tu sentido de aventura?— dije—, además, tú siempre eres el que habla de diversión.
— De diversión buena y segura— dijo.
— Jimi me contaba que regularmente querías hacer cosas tontas con él— dije.
— Eran tontas pero no peligrosas— dijo—. Parece que tú quieres matarnos.
— Claro que no— dije—. Sólo quiero divertirme. De la misma forma en la que harías cosas bobas con Jimi.
— Eso es imposible— dijo—. Es otra cosa.
— Entonces hablemos— dije—. Podrías contarme cosas. Por ejemplo, sobre de qué hablaste con Jimi aquel día.

Me observó.

— De nada importante— dijo—. Mejor te enseño a conducir.

Caminó hacia el auto. Entró al asiento del copiloto. Yo también entré.

— No cambies el tema— dije—. Te ves preocupado por eso. Cuéntame.
— Tú también te ves preocupado por lo de Will pero yo no te pregunto nada— dijo.
— Son cosas diferentes— dije.
— Quizá, pero podrías contarme— dijo.
— No, tú no me cuentas nada.
— Aunque te contara tú no me dirías nada— dijo—. Te conozco y sé que harías hasta lo imposible por no hablar de eso.
— Como tú cuando te pregunto por tus padres— dije.
— Ese es un tema delicado— dijo molesto.
— Lo de Will también es un tema delicado— dije.
— Claro que no— dijo—, apuesto a que le hiciste algo y no sabes cómo solucionarlo, lo que es tonto porque sólo tienes que disculparte.
— No sabes absolutamente nada— dije.
— Pues tú tampoco.
— Claro que sí— dije—. Sé que es triste pero está mal que odies a tus padres.
— No los odio— dijo.
— ¿Entonces?
— No voy a decirte, tú no quieres contarme sobre Will. Y así no funciona la amistad. Si yo te cuento, tú debes contarme, así son los amigos. Pero tú no quieres confiar en mí— dijo enojado—. No confías en nadie. Eso sí es triste.
— Las cosas no son tan sencillas— dije, estaba enojado. Metí la llave al auto y encendí el motor.
— Claro que sí— dijo—. Tú me cuentas y yo te cuento.
— No ganamos nada con eso— dije.
— Tú dijiste que hablar solucionaría las cosas— dijo.
— Tus cosas— dije—. No las mías. Si los problemas se resolvieran hablando no habrían guerras.
— Hay guerras porque hay gente obstinada que no quiere hablar con otros porque no confía.
— ¡No se trata de un problema de confianza!— dije.
— ¿Entonces qué es?— dijo.
— Es otra cosa— dije.
— Pues dime.
— No— dije—, no diré nada. Y sabes qué, creo que el que tiene un grave problema de confianza eres tú. Estás saliendo con Jimi, pero no le contaste sobre tus padres. Eso no ayuda mucho en una relación si me preguntan. Además, es tu novio y sabes que tienen problemas pero no haces nada por solucionarlos. Si yo fuera él, ya me hubiera alejado de ti desde hace mucho.

Miré el volante enojado. Esperaba que él se defendiera. Pero no dijo nada. Entonces me giré a verlo.
Me veía asombrado y triste. Como impactado por lo que dije. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su cara se puso roja.

Me aterró verlo así. ¿Qué había hecho?

— No, es decir— dije, no quería verlo triste—, no sé realmente nada... no deberías escucharme, sólo digo cosas tontas...
— ¡Jimi va a dejarme, lo sé!— dijo más triste que antes, mientras mortificado se limpiaba sus lágrimas con la manga de su camisa.
— ¡No, yo sólo bromeaba!— dije, traté de tocarlo.
— ¡Sé que soy un mal novio y un mal hijo! ¡Pero no puedo evitarlo, no sé porqué siempre termino arruinando todo con Jimi y quiero hablar con mis padres como lo hacen todos los hijos normales pero ellos no se sienten como mis padres! ¿Qué se supone que debería hacer?

Había roto a Evan. No pude hacer más que abrazarlo, aunque fuera incómodo por estar dentro del auto. Mientras lo escuchaba sollozar, no podía dejar de pensar en que yo era terrible, siempre terminaba haciendo llorar a las personas.

De alguna u otra forma, la gente era infeliz a mi lado.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora