144. El diario de Laura (en la lluvia)

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Zac se levantó. Dejó caer el vestido. Me abrazó. Estaba congelado y con la ropa mojada.

—  Estás caliente— dijo él.
— Vamos al auto— dije.

Lo tomé de la mano. Madie recogió el vestido. Subimos al auto, Zac y yo en el asiento trasero.
Tomé el abrigo que Jill me dio en caso de que encontráramos a Zac. Lo cubrí con él.

Zac parecía triste y distante. Al menos su mente lo estaba. Me moría por preguntarle qué había pasado, pero imaginé que sólo quería ir a casa.

— ¿Y ahora qué te pasó, niñito?— dijo Madie.

La falta de consideración de Madie no me sorprendió.

— ¡Madie!— la reprendí.
— Tengo derecho a preguntar— dijo ella.
— No, no es cierto— le dije—. Ahora llévanos a casa. Le avisaré a Jill y a Lucille que vamos para allá.

Tomé mi teléfono. Les escribí un mensaje rápido. Jill llamó enseguida. Quería hablar con Zac.

— Zac, es Jill— le dije—. ¿Quieres hablar con ella?

Él salió del estado mental en donde estaba. Me observó. Le ofrecí mi teléfono. Lo tomó. Se lo puso en el oído.
No dijo mucho, sólo monosílabos. Me regresó el teléfono después de un rato.

— Jill estaba muy preocupada— le dijo Madie enojada—, y todo lo que dices ahora es “sí” y “no”.
— Me disculparé— dijo Zac.
— Pues ojalá sea una buena disculpa— dijo ella.
— Madie, basta— le dije.
— No soy yo quién hace cosas que preocupan a todos— dijo ella.

Zac, que ya parecía triste, debió deprimirse más.

— En serio, ya no digas nada— le dije.
— Ya no lo haré— dijo ella—, podrían salir huyendo otra vez.
— ¡Madie!— dije enojada.
— ¿Por qué te enojas conmigo y no con él?— dijo ella.
— ¿Podrías dejar de comportarte así? Pareces una niña— le dije.
— ¿Ahora yo soy la infantil?— dijo ella—, ¿Acaso soy yo quien sale corriendo cuando escucha cosas que no le gustan?
— No sabes nada— le dijo Zac bastante decaído—. En verdad no sabes nada.
— Sé que eres un tonto— le dijo ella mientras estacionaba el auto al lado de una calle—. No reconocerías algo real ni aunque te golpeara en la cara.
— Repite eso y te golpearé en la cara yo— le dije a ella.
— ¿Cuál es tu problema?— le preguntó Zac, ya no parecía triste, parecía enojado.
— Tú eres mi problema, niño— le dijo ella—. Simplemente no te cansas de darle problemas a los demás.
— Si lo dices por ti, yo no te pedí que vinieras a buscarme— le dijo Zac.
— Tú no pero ella sí— me señaló Madie—, ¿Sabes porqué? Porque se preocupa por ti aún cuando no debería. Porque aún después de todo lo que le has hecho ella sigue queriendo ayudarte. Todos quieren ayudarte y parece que nunca te das cuenta de eso. Eres un niñito tonto y también muy patético.

Me quedé en silencio mirándolos. Madie estaba enojada. Zac también.

— No me conoces, no deberías decir nada sobre mí— le dijo Zac.
— Digo lo que veo— dijo ella—. Y lo que veo es a un ser humano incapaz de apreciar las cosas buenas que le pasan. Estás rodeado de buenas personas y honestamente no te las mereces.

Esperé que Zac dijera algo. Pero no. Se puso el gorro de su abrigo y se giró hacia la ventana.
Sí, había ignorado a Madie. Eso funcionaría para terminar una discusión con cualquier persona, pero no con Madie.
De repente, ella se pasó a los asientos traseros.

Madie era probablemente la persona más explosiva que conocía. Como una bomba de tiempo. Y la cuenta regresiva había llegado a su fin.

— ¡No me ignores!— le dijo ella mientras trataba de quitarle el gorro.
— ¿Qué demonios te pasa?— le dijo Zac tratando de defenderse.
— ¡Madie, déjalo en paz!— dije mientras trataba de quitárselo de encima.

Madie tenía una fuerza extraordinaria posiblemente por tanto comer pizza, así que fue imposible alejarla de Zac. Al principio Zac simplemente trataba de apartarla de él pero en algún momento comenzó a defenderse dando pasó así a la pelea más tonta que he visto en mi vida. Ni siquiera se estaban golpeando, sólo trataban de hacer caer al otro mientras se gritaban cosas.

Madie logró quitarle el gorro del abrigo a Zac. Me sorprendió que Madie fuera más fuerte que él. Según me había contado Evan, Zac era muy fuerte.
Entonces ella tocó su cara. Se detuvo. Se alejó de él. La observé.

— Estás muy caliente— le dijo ella.
— ¿Qué?— dijo él.

Lo observé.

— Tu cara está roja— dije.
— Es porque estaba peleando— dijo Zac.

Me acerqué y toqué su frente. Estaba ardiendo.

— ¿Te sientes bien?— le pregunté.
— Claro— dijo.

Madie se acercó. Lo observó con detenimiento.

— ¿Seguro que estás bien?— le preguntó ella.
— Sí— dijo Zac.
— Te creo— dijo ella—, pero antes una pregunta. ¿Dónde está Laura?

Cuestioné a Madie con la mirada.

— ¿Cuál de todas?— dijo Zac.
— Sí, estás enfermo— dijo Madie.
— ¿Qué? ¡No!— dijo Zac.
— Y ya hasta estás alucinando. Sólo hay una Laura y debes estar muy mal porque ella está a tu lado.
— Zac, resiste— le dije.

Madie se pasó al asiento del conductor.

— Lo llevaremos al hospital— dijo Madie—. Avísale a Jill y a los demás.

Tomé mi teléfono. Escribí un mensaje con las manos temblorosas. Luego me acerqué a Zac. Lo cubrí con su abrigo y lo abracé.

Con razón se veía más decaído de lo normal.

— No te preocupes, todo estará bien pronto— le dije.
— No, Madie tiene razón— susurró él—. No merezco nada.
— No es cierto— le dije—. Eres una buena persona. Ahora deberías de tratar de dormir, llegaremos pronto al hospital.
— Lucille dijo que yo...— dijo él—, y yo le dije que... yo le dije que...
— No digas nada, trata de descansar— dije.
— ¿Qué haces?— me dijo Madie—, aprovecha que está confundido y sácale toda la información que quieras.
— Tal vez ese sea tu método pero no el mío— le dije.
— Qué aburrida— dijo ella—. Pero sí, ese es mi método. Zac, escúchame. Necesito que me digas qué sientes por Will.
— ¡Madie!— le dije.
— Tenía que decirlo, sé que todos quieren preguntarle— dijo ella.
— Will— dijo Zac, que se veía más enfermo que antes—, él...
— ¡No digas nada!— le dije.
— ¡Laura, no seas tonta!— me dijo ella.
— No quiero que me odie— dijo Zac—. No quiero. Quiero que me quiera.

Entonces se puso a llorar. Sí, sin que le importara. Lo abracé. Miré feo a Madie.

— Ese niño ya se rompió— dijo ella.
— ¡Tú cállate y conduce!— le dije.

Abracé a Zac fuerte. Él siguió llorando.

— Él ya te quiere— le susurré a Zac al oído—. Mucho y siempre te va a querer.
— ¿Le podrías decir que yo también lo quiero?— me dijo él en un susurro—, ¿Podrías?
— Pues...
— ¿Podrías decirle que vuelva? Porque... quiero que vuelva... quiero... que regrese...

Lo abracé más fuerte. Y miré la lluvia por la ventana. No podía hacer nada más.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora