114. El extraño diario de Zac (y un abuelo)

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No había visitado al abuelo desde hacía mucho. No porque no quisiera, si no porque él vivía en otro estado, uno muy alejado. Él me agradaba. Era inteligente y muy elegante. Sobre todo eso último. Era como uno de esos ancianitos británicos que pasaban en las películas, con modales elegantes y que vivía en una casa enorme antigua y decorada con pinturas raras. Me gustaba ir ahí de niño porque solía imaginar que estaba embrujada y entonces me ponía a buscar fantasmas.
Nunca encontré ninguno, pero no perdí las esperanzas. No hasta que cumplí diez años.

El abuelo era muy distinto a papá. No se parecían físicamente, los rasgos de papá eran más suaves. En general papá era más suave. El abuelo era estricto y por una gran parte de mi vida (cuando el abuelo vivía en la casa en donde yo vivía solo antes) se encargó de educarme. Fue gracias a él que nació en mí el gusto por leer, sobre todo por la historia. El abuelo solía contarme relatos que le contó a él su padre, que fue a una guerra. Nunca supe bien cuál, él no hablaba de eso.
Así que yo solía buscar libros y ver si la información que él me decía coincidía con los textos.

También me enseñaba muchas cosas. Siempre vestía de traje (razón por la que yo también vestía así), solía decir que la imagen que proyectamos nos da credibilidad. Aprendía mucho con él. Hasta que se cambió de casa hacía muchos años.

Volver me asustaba porque yo ya no era su nieto. Entonces ya no tenía ningún pretexto para visitarlo.
Pero cuando llegué él no dijo nada. Me invitó a pasar y me ofreció café. Luego se puso a hablar sobre lo difícil que es conseguir un chofer de confianza en esas épocas porque descubrió que su último chofer usaba su auto para visitar a sus amigos.

— ¿Cómo está tu padre?— preguntó—, ¿Aún sigue planeando volverse alcalde?
— Sí— dije—. Y le irá muy bien en eso.
— La política no es algo que yo haría o recomendaría— dijo—. Pero a tu padre siempre le gustó llevarme la contraria.
— Pero yo soy presidente del consejo estudiantil de mi escuela— dije—. Y no me gusta llevarte la contraria para nada.
— Sí pero a ti te queda— dijo—. Tu padre es demasiado bueno. La política requiere de un temperamento fuerte.
— No soy tan fuerte como parezco— dije.
— Sí lo eres. Por eso estás aquí. Aún después de todo.

Nos observamos. De repente, muchos recuerdos tristes nublaron mi mente pero los suprimí rápidamente. Me había vuelto bueno con eso.

— Estoy aquí porque necesitaba un descanso— dije—. Porque no puedo hacer nada bien.
— Eso sí que no lo creo— dijo—. Eres alguien muy perfeccionista.
— Por eso. Las personas no lo son— dije.
— Ah sí, tu padre me dijo que ahora tienes amigos. ¿Cómo vas con eso?
— Mal— dije—. Muy mal. No sé ser amigo de alguien.
— Qué raro. La gente debería de amarte. Como a mí me aman.
— Yo también pensaba eso.

Nos miramos. Sí, mi abuelo y yo éramos muy parecidos.

— Hacer amigos es difícil— dijo—. Conservarlos sobre todo.
— He ahí mi problema— dije.

Me observó. Miré su barba cana y sus anteojos. Parecía serio.

— ¿Qué pasó?— dijo mientras se acercaba a su escritorio y tomaba una botella de whisky.

Se sirvió un trago. Lo bebió todo.

— Traicioné a mi amigo— dije.
— ¿Intencionalmente?
— Sí pero... no. Es decir, no quería pero... lo hice de todas formas.
— ¿Te sientes mal por eso?— preguntó.
— Mucho.
— ¿Te disculpaste?
— Salí corriendo— dije.
— No soy muy bueno con eso de hacer amigos pero... ¿No hubiera sido mejor que te quedaras a disculparte?
— No es tan sencillo— dije—. En verdad quiero mucho a mi amigo.
— ¿Entonces porqué lo traicionaste?

Lo pensé. Recordaba cuando traté de besar a Evan. En realidad mientras estaba ahí, al borde de que nuestros labios se tocaran, no pensé realmente en si era Evan. Pudo haber sido cualquier otra persona. Lo que me absorbió realmente fue lo extrañamente familiar que me resultaba esa escena. Como si... ya la hubiera vivido antes. Pero no recordaba haber tenido deseos de besar a nadie antes. No así. Era demasiado confuso.

— Es complicado— dije al fin.
— Quizá deberías despejar tu mente— dijo—. Llegas en una buena época. Noviembre es el mejor mes para hacer cosas en esta ciudad. Además, no has estado aquí desde hace mucho.
— Me gustaría pasear por aquí— dije—. Ver cómo ha cambiado la ciudad.
— Entonces busca un abrigo. Hace mucho frío. No me sorprendería que empezara a nevar.

El estado en donde vivía el abuelo estaba muy al norte del país. Así que siempre hacía frío. Pero me gustaba, era de las pocas oportunidades que tenía para ver nieve.

Salimos. El clima era malo pero pasable. Todo había cambiado. Muchos negocios que recordaba de niño habían sido remodelados y otros desaparecieron o cambiaron. Las casas antiguas parecían ser las mismas pero se sentía el peso de los años. En verdad había pasado el tiempo, lo veía perfectamente en la cara del abuelo, en cada arruga y en cada cana.

Por varios días sólo se trató de mi abuelo y yo. Recordábamos viejas anécdotas, hacía chistes sobre mi padre, me enseñaba lugares que sólo él conocía y hablábamos sobre política, sobre ciencia y sobre cualquier cosa.

No quería regresar a casa. Pero sabía que debía hacerlo algún día. Pensé que terminar la semana sería lo mejor.

Realmente lo fue. Sentía que ahí, con el aire congelado, podía respirar.

Un día de esa semana, el abuelo estaba en la terraza bebiendo su café. Yo sabía que no era sólo café, debía estar mezclado con alguna clase de alcohol. Siempre hacía eso. Por eso él simpatizaba con mamá, ambos solían beber juntos mientras criticaban a papá.
Me uní a él y me senté en una silla cercana.

— Hace frío— dijo—. Ideal para beber hasta perder la razón.
— Tú harías eso sin importar el clima— dije.
— ¿Tu padre ya no bebe?
— No, hace mucho que no bebe para nada— dije—. Quizá en la boda de George bebió pero sólo un poco. A Jill no le gusta que beba.
— Ah, siempre me olvido de esa mujercita— dijo—. ¿Cómo está ella? ¿Aún quiere casarse con mi hijo?
— La última vez que la vi aún quería— dije.
— Qué bien. Tu padre necesita estabilidad. Me agradaba más tu madre pero esta chica es sin duda mejor. Ojalá no salga huyendo el día de la boda.
— Jill nunca haría eso— dije.
— Tu madre quería hacerlo el día de su boda— dijo él—. Dijo que saltaría por una ventana y buscaría a algún pandillero.
— No sabía eso— dije—. ¿Dónde encontraría un pandillero de último minuto?
— Para tu madre no sería difícil. Pero no lo hizo.
— ¿Sabes porqué?— dije.
— Bueno, tú ya estabas por ahí— dijo—, eras un bebé deforme pero ya existías. Entonces ella decidió lo que sería mejor para ti. Tu padre nunca se enteró de que estuvo a punto de ser abandonado en el altar. Tu madre siempre fue un desastre, lo sigue siendo hasta ahora. Huía de todo. Pero por ti dejó de hacerlo. Quizá deberías hacer lo mismo.

Lo observé.

— Ya sé que debería dejar de huir de las cosas— dije—, es sólo que... da un poco de miedo.
— Lo sé. Pero, ¿Qué es lo peor que podría pasar?
— Que Jimi me odie para siempre— dije.

Como lo hace Will, pensé.

— Bueno, si eso pasa, aún cuando fuiste totalmente honesto con él y te disculpaste, siempre puedes venir aquí a tomar un respiro. Tu madre lo hacía cuando las cosas no salían bien. Espero que venga a visitarme pronto.
— ¿La esperas? ¿Aún después de lo que hizo?

Nos observamos. Lo recordé. Él no era mi abuelo.

— Tenía sus razones— dijo—. No será nada de mí pero sí es mi amiga.
— ¿Y yo?— dije—, ¿También soy tu amigo?
— Tú eres mi nieto. Siempre lo serás— dijo—. Sin importar qué pase. Puedes venir aquí si sientes que las cosas no están bien. Entonces después de un tiempo te sentirás mejor y regresarás a tu vida sabiendo cómo arreglar las cosas.

Sonreí. Miré al cielo. Me sentía mejor.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora