94. El extraño (y furioso) diario de Zac

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Al día siguiente, debía preparar el desayuno antes de ir a la escuela porque seguía castigado por aquella vez en la que robé el auto de George. Pero eso ya no me importaba. Había planeado algo durante toda la noche, luego de que papá y Jill se asustaran por verme vomitar y me mandaran a mi habitación a descansar, no sin antes advertirme que no importaba que excusa pusiera, iría al médico quisiera o no. Para hacerlo peor, no podía dejar de pensar en lo que pasó cuando me encontré con Will y repentinamente ya nada tenía sentido.
En pocas palabras, ya no tenía nada qué perder. Me sentía mal, enojado y frustrado por lo de Jimi. Además, seguramente Jason iba a tratar de que Evan no buscara venganza, pero nunca me dijo nada a mí.

Quizá los demás iban a buscar una manera de resolver ese problema de forma educada y ética. Yo era presidente del consejo estudiantil y generalmente ese tipo de cosas me gustaban... pero no ese día. Mi mente sólo pensaba en venganza.

Así que faltaría a la escuela. Me desperté temprano. Después de la ducha, busqué la ropa más oscura que tenía. Tomé las gafas oscuras de Jill, mi cartera y mi teléfono. Metí mi bate de baseball favorito en una mochila junto a dos botellas de pintura color amarillo y un potente solvente que papá guardaba en la cochera. Tenía un cartel enorme listo. Revisé la hora: eran las 5:00 am.

Salí sin que nadie me viera. Caminé por las calles oscuras y frías. Después de un rato, llegué a casa de Lucille. Tomé mi teléfono y le llamé a George. Le dije que saliera a la calle porque estaba en su puerta. Que era urgente y que no debía decirle nada a la profesora. Él lo hizo. Entonces le expliqué lo que trataba de hacer. Generalmente él y yo no coincidíamos en casi nada y para ser honestos nos odiábamos a muerte pero no esa vez. Sabía que él me apoyaría. Me dio las llaves de su auto y me deseó buena suerte. Me fui de ahí no sin antes decirle que no le dijera nada a nadie, ni a Lucille.

Tenía una meta clara y no iba a arrepentirme.

Alrededor de las 8:00 de la mañana llegué a mi destino. Dejé el auto de George estacionado en la calle, no muy lejos de la universidad por si me descubrían y debía huir rápidamente. El bate de baseball estaba guardado dentro de mi mochila. La tomé y me la cargué. Caminé hasta la entrada. Ahí una persona estaba solicitando la credencial de alumnos para poder dejar entrar. Yo iba preparado. En la noche falsifiqué una que parecía real. Tuve mucho tiempo para planear cada uno de mis pasos, para investigar a dónde debía ir y a qué horario. Me dejaron entrar. Mi altura me ayudaba a parecer perfectamente un universitario.
Me guíe por el lugar sin titubear, como si supiera perfectamente a dónde ir.

Atravesé el campus. Derek debía estar por ahí, tomando clases. No había forma de que faltara ese día, debía entregar un proyecto según la información que logré sacar de la página de facebook de un grupo de estudio al que pertenecía.

Mis párpados se sentían pesados. Pero ya era demasiado tarde para dar vuelta atrás. Caminé al estacionamiento de la escuela. Me asomé un poco y pude ver: habían cámaras de seguridad. Tomé mi teléfono. En la noche, mientras creaba mi elaborado y vengativo plan, me percaté de que sería difícil ejecutarlo con esas cámaras ahí. Así que contacté a un alumno de la universidad que aceptó hackear esas cámaras a cambio de una pequeña tranferencia bancaria que realicé desde mi teléfono celular. Así que le envié un mensaje diciendo que ya estaba en mi posición. Sólo me quedó esperar la señal para realizar mi tarea.

Esa noche en donde no dormí nada, descubrí que nosotros no éramos los únicos tontos que fueron timados por Derek. Fue así como encontré a Tay (si es que ese era su verdadero nombre), alguien que además de ser un genio en informática, también lo odiaba. Lo demás fue fácil. No sabía cuál había sido su historia ahí pero no me importaba. Mi mente estaba concentrada en lo que vendría.

Sonó la alarma de incendios de todo el campus. Esa era la señal. Significaba que las cámaras ya estaban bloqueadas, al menos las del estacionamiento. Había llegado la hora de la acción. Además, gracias a la alarma, habría todo un caos que era bastante conveniente.

Corrí por el lugar. Me puse el gorro de mi abrigo y las gafas de Jill. Busqué el auto de Derek que pude identificar gracias a que subía fotos de él en instagram. Lo encontré. Tomé el solvente y empecé a rociarlo sobre él mientras recordaba lo que pasó el día anterior. La pintura quedó hecha un desastre. Me sentía terriblemente enojado. Todos habíamos sido muy amables con Derek, en verdad queríamos ser su amigo y el miserable sólo estuvo pensando en rellenarle la cajuela a Jimi todo el tiempo. No, no sentiría ningún remordimiento por eso. Además, no sólo le había pagado a Tay por bloquear las cámaras, también le pedí bloquear la puerta del estacionamiento para que nadie entrara. Seguramente afuera todos estaban envueltos en un caos total ya que al activar las alarmas de incendios automáticamente hacían que los aspersores rociaran agua en absolutamente cada rincón de la escuela desde arriba.

Tomé la pintura amarilla. Empapar su auto con ella fue muy divertido. No tanto como sería destrozarlo. Así que saqué mi bate. Lo sujeté fuerte. Imaginé que ese auto era su cara. Rompí los vidrios, los espejos y con mucho esfuerzo le quité una llanta.

Miré mi obra maestra: era hermosamente destructivo. Mi madre me había dicho que la gente de su familia tenía una terrible tendencia a ser malvada y en ese momento le creía, sentía los genes malignos en mi cuerpo. La venganza no sólo era dulce, si no que era imposible de detectar. No tendría consecuencias porque gracias al cartel, Derek sabría que fue algún amigo de Jimi. Si intentaba acusarnos, tendría que decir lo que pasó con Jimi y sería peor para él. Así que sufriría en silencio. No había mejor venganza que eso.

Metí mis cosas en mi mochila. Salí de ahí saltando la cerca porque no podía ir por la entrada. Había un caos: gente corriendo de un lugar a otro porque pensaban que en verdad había un incendio, otros estaban muy mojados gracias a la alarma y los profesores no sabían cómo tranquilizarlos. Todos se dirigían a la salida. Mezclarme con ellos no fue difícil. Salí de ahí rápidamente. Imaginé que algunos ya se habían ido a buscar sus autos (porque la puerta se abrió cuando estuve afuera), quizá hasta Derek estaba ahí.

Caminé por las calles. Me llegó una foto. Tay le había sacado una a Derek, en donde aparecía viendo su auto. Mi cartel que decía con letras enormes la palabra “Traidor”, había sido un éxito. Nadie sospechaba de mí. Todo salió perfectamente. Mientras me alejaba de la universidad, los bomberos y un camión de la policia pasaron al lado mío. Me sentía mal por todos los de esa escuela pero valió la pena, indudablemente.

Subí al auto de George y conduje hasta alejarme de ahí un poco. Luego me detuve al lado de una calle. Miré mi teléfono. Me habían estado llamando y mensajeando en el transcurso de la mañana pero estaba demasiado ocupado para contestar. Me sorprendió saber que tanto Evan, Jimi, la profesora y George parecían desesperados por contactarme. Entonces llegó a mi mente una posibilidad: George debió delatarme.

Así que le llamé.

— ¿Zac?— dijo.
— ¿Le contaste a alguien lo que iba a hacer?— dije enojado.
— Sí pero eso no es lo que preocupa ahora, ¿Estás en la universidad?— preguntó.
— No, voy a casa— dije.
— ¿Qué?— dijo sorprendido—, ¿Significa que Laura no está contigo?
— ¿Laura?— dije incrédulo.
— Ella debe seguir ahí— dijo él.
— ¿Porqué? ¿Qué haría ella aquí?— pregunté.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora