49. El diario de Jimi

103 27 5
                                    

¿Qué tan ebrio estaba? seguía preguntándome mientras le ayudaba a Honey a sostener su cabello porque estaba vomitando. Habíamos bajado a su habitación.

— Ya estoy bien— dijo, se veía terrible pero al menos ya podía caminar por sí misma.
— Deberías tomar algo— le dije—, ¿Te duele la cabeza?
— No, ¿Te duele a ti?
— Me siento bien— dije.

No, de hecho era una mentira pero en ese momento no me importó. Todo daba vueltas. Sentía que no podía mantenerme en pie. Pero quería que ella me viera bien.

— ¿Quién dices que eres?— preguntó.
— Soy Jimi— dije.
— Ah, sí... el amigo de Derek.

¡Demonios, había olvidado a Derek! Es más, había olvidado que debía regresar a casa.

— ¿Qué hora es?— pregunté asustado.

Miró su brazo, tenía un reloj.

— Son las doce— dijo—. Doce de la noche.
— ¿Qué?— grité asustado.
— Ah, no, es un siete. Pero parecía doce hace un rato.
— ¿Las siete? Ya es tarde de todas formas— le dije—, debo buscar a Derek para que me lleve a casa...

La observé. Estaba hablando sobre el color de su vestido. Decía que era un rosa pero en realidad era azul. No podía dejarla así.

— ¿Tienes algún amigo de verdad?— le pregunté.
— ¿Qué?— dijo ella.
— Un amigo. O algún familiar. Alguien en quién confíes.
— Tú— dijo feliz—. Tú subiste al tejado conmigo. Debes ser mi amigo, ¿No?
— Sí, claro— dije—, pero además de mí.
— Al final de la calle vive Jessica— dijo—. Era mi amiga en la secundaria. Luego yo la dejé porque no quería que pensaran que mi amiga era una perdedora... la veo todos los días pero no le hablo. Pero era mi amiga. Hacíamos todo juntas... ella... debe odiarme... ¿Verdad? Ella me odia. La abandoné.

Se puso a llorar.
Genial, pensé, al menos hay alguien.

— Ven, iremos con ella— dije.

La tomé de la mano. Bajamos las escaleras. En el trayecto siguió hablando de todo lo que Jessica hizo por ella. Parecía que esa chica en verdad había sido su única amiga. La había dejado por algo tonto pero... quizá no parecía muy tonto en ese entonces. Me sentía mareado. Pero debía dejarla en un lugar seguro. Cruzamos el mar de gente. Llegué a la puerta. La abrimos. Salí. Ella casi se cae. Le dije que se apoyara en mí. Pasó su brazo por mi cuello. Caminamos. Hacía frío. Ella sólo tenía ese vestido azul. Avanzamos por la calle. Lentamente. Ella me dijo en donde vivía Jessica.

Cuando estuvimos frente a su puerta, presioné el timbre. Esperamos. Abrió la puerta una chica morena de ojos bonitos. Nos observó consternada.

— ¿Honey?— preguntó ella.
— Hola Jessica— dijo ella—, fuimos al tejado...
— Deja que yo hable— dije—. Tú eres Jessica, su amiga de la secundaria, ¿No?
— Ya no somos amigas— dijo ella—. ¿Qué hacen aquí? ¿Vienen a burlase de mí como siempre?
— No, para nada— dije—. En realidad acabo de conocer a Honey hace poco y creo que necesita ayuda. Tú ayuda.
— Están ebrios— dijo ella.
— ¡No es cierto!— dijo Honey—, ¡No estamos fríos!
— Dije ebrios— la corrigió ella—, y definitivamente lo están. También fríos, pero más ebrios.
— No sé nada sobre ustedes— le dije, en verdad me sentía muy mareado—, pero creo que no eres mala. Probablemente Honey sí haya sido mala contigo y no dudo que la odies pero... ¿No sientes un poco de pena verla así? ¿Sabes en qué se ha convertido? Era tu amiga.... quizá ahora ya no lo sea porque muchas cosas han pasado y probablemente estoy muy ebrio como para que me creas pero... ella te sigue queriendo mucho. Eres la única amiga que ha tenido. Piensa en ti. Se siente mal por eso. Pero se siente más mal por sí misma. No sé cómo es su vida pero sí sé que la soledad le hace cosas terribles a las personas... ella está sola completamente y no es tarde para que cambie. Te pediría que la perdones pero quizá es demasiado. Sólo ayúdala. Necesita ayuda. Sé que puedes hacerlo.

Ella me observó.

— ¿Quién eres tú?— me preguntó.
— Sólo alguien que creé que las personas podemos cambiar— dije.

Ella se acercó. Ayudó a Honey a apoyarse en ella.

— Haré lo que pueda— dijo—. Ella es un desastre.

Honey empezó a decirle que lamentaba la forma en la que la trató. Bueno, más o menos porque divagaba mucho.

— Si me disculpan— dije—, debo irme.
— Pero...
— Hasta la vista— dije.

Me despedí y regresé lentamente. La calle parecía moverse. Sentía que temblaba pero no dejé de caminar. Llegué a la puerta de la casa de Honey. Abrí. Entonces, sentí unos brazos sostener mis hombros. Miré al frente. Era Derek.

— ¿Jimi? ¿Dónde estabas? Te he estado buscando como loco y... ¿Estás ebrio?
— Hola— le dije—, perdón, fui con Jessica. ¿Sabías que era una buena amiga en la secundaria?
— ¿Qué? ¿Quién es Jessica?
— La chica que vive al final de la calle— dije—, ven, te mostraré.

Tomé su mano. Salimos a la calle.

— Es por ahí— dije, le señalé—, ¿O era por allá?
— Jimi, debo llevarte a tu casa. Estás ebrio.
— No es cierto— dije—, me siento bien...

Y entonces vomité. De milagro no vomité sus zapatos. Después, me levanté y en serio me sentía mal. Derek me ofreció un pañuelo desechable. Lo tomé. La cabeza me daba vueltas pero ya era un poco más consciente de dónde estaba.

— Debo ir a casa— le dije.

Él asintió mientras me guiaba a su auto. Me ayudó a subir. Empezó a conducir. Yo sólo pensaba que daba igual a qué hora llegara, ya era hombre muerto. Le había mentido a mis padres. Además, había bebido. No dejé de atormentarme con eso.

Llegamos a mi casa. Las luces estaban prendidas.

— Hablaré con tus padres— dijo Derek.
— No hace falta— dije—, yo puedo hacer eso. No es tu culpa.
— Pero...
— Gracias por traerme— le dije.

Bajé del auto. Caminé hasta mi casa. Derek seguía ahí. Lo despedí con la mano. Entendió que quería que se fuera. Eso hizo. Busqué mis llaves en mis bolsillos. Encontré mi teléfono. Ya casi eran las ocho de la noche. No tenía ni una llamada perdida. Me pareció extraño. Abrí la puerta. Entré.

— ¿Eres tú, Jimi?— escuché la voz de mi mamá.

No dije nada. Ella se acercó a mí.

— Tiene como unos minutos desde que llegamos— dijo ella feliz—. Apenas acabo de ver tu nota.

La observé. No, no podía mentirle a mi madre. Iba a decirle que todo lo que decía esa nota no era más que una buena y elaborada mentira, cuando al abrir la boca sentí más ganas de vomitar y no pude evitarlo. Corrí al baño.

Después de expulsar hasta mi alma en el baño, miré hacia arriba. Mamá me había seguido. Me observaba intrigada.

— Bebí jugo feliz— le dije al fin.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora