162. El extraño diario de Zac (y los chicos perdidos)

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El año apenas llevaba unas cuantas horas y yo ya estaba derrotado. Cuando papá y Jill llegaron a la casa me encontraron acostado al lado del inflable con forma de Santa Claus gigante que Jill había puesto como adorno en el jardín delantero.

— ¡Zac, estás bien!— dijo papá cuando me vio.
— No, siento unas intensas ganas de golpear a este Santa con un martillo— dije.
— ¿Pero qué haces aquí?— preguntó Jill.
— Me sentía solo allá adentro— dije—. Así que salí. Este vecindario es interesante. ¿Sabían que la vecina de enfrente tiene siete gatos? Lo peor es que los quiere más que a sus hijos.
— Pensé que estarías en la fiesta de cumpleaños de Jason— dijo papá.
— Yo también lo pensaba— dije.
— ¿Qué pasó?— dijo Jill.
— ¿Por qué me están interrogando?
— Porque te ves miserable— dijo papá—. Y nadie debería verse miserable en año nuevo.
— Claro que sí— dije—. Esperen unas horas y Evan tendrá la palabra “Miserable” tatuada en la cara.
— Sí pero te apuesto a que estará feliz— dijo él—. Y tú no pareces un miserable feliz.

Ambos parecían preocupados.

— Estoy bien— dije.
— Estás solo— dijo Jill.
— Estoy con ustedes— dije.
— Por eso es preocupante— dijo papá—. Los adolescentes normales no pasan tiempo con sus padres.
— Porque son tontos— dije.
— No, porque son adolescentes— dijo Jill.
— Es lo mismo— dije.

Sabía que ese interrogatorio no terminaría así que me alejé de ahí. Entré a la casa, subí las escaleras y entré a mi habitación. Cerré la puerta. Me dejé caer en mi cama. Tomé mi teléfono del bolsillo. Tenía muchos mensajes de Evan.

“Zac no te encuentro”

“Zac contesta mis llamadas”

“alfnrbkskdkkrkfkf”

Ese último mensaje debió enviarlo estando muy ebrio.
Comencé a asustarme.

Le marqué. Contestó. Había mucho ruido y al principio no escuché nada. Hasta que el ruido se hizo más débil. Debió ir a algún lugar alejado.

— ¿Quién eres tú?— contestó.

Sonaba diferente.

— Soy Zac— dije.
— ¿Quién?— dijo.
— Evan, vives conmigo— dije.
— ¡Ah, eres el hombrecillo triste que pretende a mi Jimi!

Una vez en el centro comercial me encontré con un sujeto vestido de Santa. Los niños iban a pedirle abrazos pero él al verme se había ofrecido a abrazarme porque le parecí “un hombrecillo triste”. Evan iba conmigo y casi se muere de la risa. Pensé que lo había superado después de contarle a medio mundo pero no, seguía recordándolo.

— ¿Qué tan ebrio estás?— pregunté.
— ¿Quién es ese tal ebrio? No lo conozco— dijo.

Eso había respondido mi pregunta.

— ¿Podrías pasarle el teléfono a Jimi?— dije.
— ¿Vas a tratar de seducirlo?— dijo.
— No, te lo juro— dije.
— Está bien— dijo feliz.

Se escucharon unos ruidos extraños.

— Holaaaaaa— gritó alguien. Retiré el teléfono de mi cara por un momento.
— ¿Jimi?— pregunté.
— Ese es mi nombre— dijo entre risas—, ¿Cómo sabes mi nombre?
— Soy yo, Zac— dije.
— ¡Ah sí, el que una vez trató de besar a Evan!— dijo él.

Vaya, ambos me recordaban de una manera terrible.

— ¿Tú también estás ebrio?— dije—, ¿Acaso no tenías prohibido beber?
— Teléfono, estoy ocupado por ahora. Busco a Zac— dijo él.
— ¡Yo soy Zac!— dije.
— Le prometí que estaría con él. Pero lo perdí. Por eso mamá nunca me dejó adoptar un gato— dijo él.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora