198. El extraño (y perdido) diario de Zac

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Caminamos varias calles mientras él no soltaba mi mano y me hablaba de todas las veces en las que ayudó a alguien. Era un chico que hablaba mucho y gracias a eso supe que era universitario. Aunque seguía sin recordar de dónde lo conocía. Tenía la impresión de ya conocerlo pero no lograba entender de dónde.

Llegamos a una casa ubicada en un vecindario tranquilo. Él tomó unas llaves del bolsillo de sus pantalones y abrió. Me invitó a entrar. Yo no debía estar en mis cinco sentidos porque de otra forma nunca aceptaría la invitación de un desconocido, pero en ese momento me sentía tan cansado y desolado que acepté. Entré. La casa era bonita. Estaba muy limpia. Esperé encontrar gente ahí pero no había nadie.

— Bienvenido— me dijo él—. Siéntete como en tu casa.
— ¿Vives solo?— pregunté.
— No, alguien más vive conmigo— dijo él—. Pero todavía no llega, debe estar en su trabajo.

Me imaginé que debía ser un amigo suyo universitario. Generalmente los compañeros de la universidad debían vivir juntos para que los gastos fueran más fáciles de llevar.

— Te prepararé té— dijo él muy feliz.

Se fue. El lugar estaba muy silencioso así que después de un rato esperando en el sofá, decidí ir a buscarlo. Estaba en la cocina.

— Hola— dijo—, ya casi tengo el té. Pero aún no decido cuál es mejor para alguien que está consternado.

Miré que tenía muchos tipos de té.

— No sabía que existían tantas variedades de té— dije asombrado.
— Puedes hacer té de casi cualquier cosa— dijo él.
— A mi abuelo le gustaría ver esto— dije.
— Podrías llamar a tu abuelo— dijo él.
— No, él vive hasta el otro extremo del país.
— Qué mal— dijo él—. Eso debe ponerte triste. Pero el té siempre me alegra y estoy seguro de que te gustará.

Ben no se equivocaba. No sabía cuál té eligió para mí pero su sabor herbal me relajaba. Así que lo bebí lentamente mientras él me contaba historias sobre el origen de su té favorito.
Por un momento se me olvidó todo lo que había pasado. Miré mi reloj: ya eran las 3:00 pm.
No me preocupé, no sentí que fuera tan tarde.

Se escuchó un sonido en la puerta. Ben, que estaba sentado a mi lado en la mesa de la cocina, se levantó de golpe y corrió a la puerta. Se asomó.

— Ya llegué— dijo una voz masculina.
— ¡Lou, adivina lo que encontré!— le dijo Ben.
— No me digas que otra vez trajiste a otro perro— dijo la otra persona.

Entró por la cocina. Lo miré y él me miró a mí.

— Hola— dije un poco apenado.
— ¡Sorpresa!— dijo Ben.
— ¿Te encontraste a una persona?— le dijo el chico a Ben.
— Es Zac. Estaba perdidazo— dijo Ben—. Así que lo traje a que tomara té. Siento que lo conozco pero no sé de dónde.
— Ben, tú siempre dices eso de cada perro que encuentras— le dijo el chico.
— Es que es maragrandioso encontrar a alguien, es casi como si fuera el destino— dijo Ben.

¿Maragrandioso? ¿Existía esa palabra?

— Además me han dado recompensas por encontrar perritos perdidos— dijo Ben.
— ¿Y qué crees que te darán por llevarte personas que encuentras en la calle?— dijo el otro chico enojado.
— Nadie puede darme nada porque los padres de Zac no están en la ciudad— dijo Ben—. Y su abuelo vive hasta el otro lado del país. Pero Zac dice que puede volver solo a casa, lo que es increíble porque aunque es muy alto es sólo un chico de instituto.
— ¿Qué?— dijo el otro chico—, ¿Acabas de traer a un menor de edad a esta casa sólo porque lo encontraste en la calle?
— Pero estaba perdidazo— dijo Ben.
— ¿Qué te pasa, quieres ir a prisión?— le dijo el otro chico.
— Pero míralo, está tan solo— dijo Ben.

El chico me miró y yo a él. Era curioso pero también sentía que lo conocía.

— ¿No nos hemos visto antes?— me preguntó.
— ¿Tú también sientes que lo conoces?— le dijo Ben.
— Qué raro— dije—. Creo que los conozco a ambos pero no recuerdo cómo.
— ¿No nos conocimos en la universidad?— me preguntó el chico.
— No— dije.

Nos quedamos mirándonos sin saber de dónde nos conocíamos.

— Si no sabemos de dónde es— dijo Ben—, ¿Nos lo podemos quedar?
— ¿Qué? ¡No!— dijo el otro chico.
— Pero no tiene a dónde ir— dijo Ben.
— Puedo volver a casa— dije—. Vivo en la ciudad vecina.
— ¿Y qué haces por aquí?— me preguntó el chico.
— Visitaba a un amigo en el hospital de la ciudad— dije—. Aproveché que no hay nadie en mi casa para salir. Mi padre se casó recientemente y salió de vacaciones con mi nueva mamá. Me dejaron al cuidado de mis tíos pero ellos empezaron a pelear y odio escuchar eso— dije un poco triste—. Me recuerda a mis padres antes de que se divorciaran.

Miré mis zapatos. En verdad me sentía muy triste. Luego recordé que quizá había hablado de más y miré a las personas frente a mí. Pero ellos no parecían incómodos. Es más, Ben lucía muy conmovido.

— ¡Pobrecito!— dijo Ben—, ¡Has pasado por tanto! ¡Quédate aquí tanto como quieras!
— No quiero ser una molestia— dije—. En verdad puedo regresar a mi casa. Me costará saber dónde estoy pero si puedo llegar a una estación de autobuses seguramente podré volver.
— ¡No te dejaremos ir solo, podrías perderte! Aunque ya parecías muy perdido antes de que te trajera aquí— dijo Ben.
— En realidad estaba bien— dije—. Sabía más o menos dónde estaba.
— Pero te veías muy triste— dijo Ben.
— Lo estaba pero... sólo necesitaba un momento para pensar.
— ¿Significa que te secuestré cuando te traje aquí?— dijo Ben asustado—, ¡Oh por dios, iré a prisión!
— No, yo quise venir contigo— dije—. Principalmente porque siento que te conozco.
— Qué bueno, no quiero ir a prisión— dijo Ben.
— Nadie irá a prisión— dijo el otro chico—. Llamaremos a tus tíos y ellos vendrán por ti.
— ¡No, yo puedo volver solo a mi casa!— dije preocupado.
— No te dejaré ir solo a casa— dijo él—. No pareces estar pasando un buen momento y es mi deber como profesor preocuparme por ti aunque no seas mi alumno.
— ¿Eres profesor?— dije.
— Sí. Perdón, no me presenté— dijo—. Soy Louis Callahan, profesor en una universidad.
— Pero pareces muy joven— dije.
— Sí, todos le dicen eso— dijo Ben.
— Así que dame el número de teléfono de tu tíos y yo les llamaré por ti— dijo.
— No, ellos van a enojarse conmigo— dije—. Principalmente porque me fui corriendo y no les dije nada.
— ¿Escapaste de ellos?— dijo Ben.
— ¡Es que se estaban peleando!— dije.
— Deben estar preocupados por ti— dijo el profesor.
— ¡No quiero volver con ellos!
— ¡Jovencito, harás lo que yo te diga!— me dijo el profesor.

Traté de defenderme pero no pude. Él en verdad era una figura de autoridad. Así que le pasé mi teléfono. Tenía muchas llamadas perdidas pero como mi teléfono estaba en modo silencioso no las atendí.
Él le marcó a Lucille.
Hablaron por un rato hasta que entonces él reconoció a Lucille. Fue raro. No entendí qué pasaba hasta que al fin lo conecté todo.

— Él es el amigo de la universidad de Lucille— le dije a Ben—. Nos conocimos brevemente en su boda.
— ¿Entonces Lucille es tu tía?— me preguntó Ben.
— Ella se casó con George— dije—. Y él es hermano de Jill, la chica que se casó con mi papá.
— Oh, qué inesperado— dijo Ben sorprendido.

El profesor Callahan terminó su llamada y me dio mi teléfono.

— Vendrán por ti en un momento— me dijo él.
— Gracias, ahora estoy en problemas— dije enojado.
— No, ellos están en problemas— dijo el profesor—. Qué irresponsables. Pero ya me escucharán cuando lleguen.

Esperé un momento mientras Ben me enseñaba unas cosas de la escuela hasta que alguien llamó a la puerta. El profesor se acercó a abrir. Yo sólo miré angustiado.

— ¿Will?— dijo él.

Me quedé pasmado de la impresión.

Will entró a la casa. Aún llevaba su bata de doctor y parecía agitado.
No sabía qué hacía ahí pero me sentía muy aliviado de verlo.
Corrí hacia él. Lo abracé. Y todo se sintió mejor. Como si no pudiera pasarme nada.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora