121. El diario de Jimi (y un secreto)

97 21 2
                                    

Honestamente no sabía qué hacer. Le había jurado a Gigi mantener su secreto pero no podía, era malo. Las bromas no estaban bien. Aunque gracias a eso todos creían que Jason en verdad era la persona más genial de la escuela. Pero al principio esas bromas nacieron para vengarse de varias personas. No estaba bien. Pero ellos no eran malos. Sus bromas eran hasta cierto punto inofensivas... pero no por eso dejaban de ser ataques.

Los días pasaban y el día de la siguiente broma se aproximaba. No sabía qué hacer. No quería romper mi juramento. Pero no quería que atacaran a nadie. Además, Zac estaba buscando al bromista. Debía decirle que yo los conocía.

En el receso, en medio del jardín, mientras estaba con los demás, no podía dejar de pensar en eso.

— Me emociona mucho la boda de tus padres— le dijo Laura a Zac—. Seré dama de honor. ¿No es increíble?
— Ya fuiste dama de honor de Lucille— dijo Zac—. No sé porqué quieres serlo otra vez.
— Porque usaré un hermoso vestido— dijo ella—. Será azul. Yo quería que fuera rosa pero Gigi no quiso. Además, a Madie no le gusta el rosa. Es tan injusto.
— ¿La rubia malvada será dama de honor también?— preguntó Zac.
— Suena a que será una boda grande— dije.
— Lo será— dijo Evan—. Muchas personas irán. También los medios. El papá de Zac será sin duda nuestro futuro alcalde.
— No me recuerden eso— dijo Zac—. Me estresa. Y ya estoy estresado por el bromista.
— Yo digo que deberían dejarlo— dijo Jason—. Se cansará y dejará de hacer lo que hace.
— No, ya estamos cerca— dijo Zac—. Tengo mis sospechosos.
— ¿Qué pasará cuando lo encuentres?— dije.
— Será expulsado para siempre de la escuela— dijo Zac muy serio—. Bueno, serán, porque son varias personas. Estoy seguro de eso.

Me levanté de ahí.

— Tengo que irme— dije.
— ¿Quieres que vaya contigo?— preguntó Evan.
— No, tú quédate a investigar con Zac— dije.

Me fui. No, no podía seguir así. Busqué a Gigi y a los demás. Los encontré en la cafetería.

— Hola Jimi— dijo ella—, llegas a tiempo, Chris iba a jugar baseball con una guitarra.
— ¿Podemos hablar?— le dije.
— ¿En privado?
— Sí— dije.

Salimos. Caminamos un poco por los pasillos. Nos detuvimos al final de uno, donde no había nadie.

— ¿Y qué pasa en esa cabecita tuya ahora?— dijo.

Le expliqué lo que planeaba hacer Zac si los descubría.

— No te preocupes, todo estará bien. No nos descubrirán— dijo ella.
— ¿Y si lo hacen?
— No, no lo harán.

Se giró y regresó. Me quedé pensando en eso.

En la tarde, mientras estaba en el salón de clases, no podía dejar de mirar a Gigi. ¿Cómo podía estar tan tranquila con Zac pisándole los talones?
Notó que la veía y se giró hacia mí.

— He pensado en lo que me contaste— dijo ella—. Así que lo hablé con los chicos y cambiamos de parecer.
— ¿De verdad?— dije sorprendido—, ¡Es genial!
— Sí. Ahora la broma se la haremos a Zac.
— ¿Qué?— dije totalmente asombrado.
— Lo hablamos y aunque Zac nos agrada, todos creen que es intocable. Así que le demostraremos a la escuela que hasta él puede caer. También planeábamos atacar al director pero no, con Zac está bien.
— ¡No pueden hacer eso!— dije.
— No te preocupes, dejaremos una nota diciendo algo genial sobre él y nadie se burlará. Será una leyenda viva. Además, esa broma será nuestro retiro. Zac se está acercando mucho a descubrirnos. O al menos eso dice Chris.
— No deben hacerle eso a Zac, es horrible— dije.
— Por favor, Zac se lo merece. Acéptalo, es un poco cretino— dijo ella.
— Pero no lo hace con intención— dije.
— Pero lo hace. Tampoco es amable. Sería divertido. Y seguramente a ti también te ha hecho algo malo.
— Es mi amigo y me ha apoyado mucho.
— Pero te ha lastimado al menos una vez— dijo ella—. Lo sé. Las semanas pasadas no parecieron buenos días para ti y para él. ¿Me equivoco?

Intercambiamos miradas.

— Lo sabía— dijo ella—. Así que no te sientas mal. Disfrútalo. Sigue siendo el nuevo Jimi.
— ¿Nuevo Jimi?— dije.
— Sí. El nuevo Jimi, el que no deja que nadie se burle. El que todos admiran porque es indestructible y cínico.
— No soy cínico— dije.
— Claro que sí. Pero está bien, el mundo es cínico y cruel y por eso debemos ser cínicos y crueles también. Es la única forma de sobrevivir sin perder respeto.
— No creo que esa sea la respuesta.
— Pero tú eres la muestra más clara de que eso era cierto. Antes de ser como yo un amigo te había herido y traicionado, ¿No? ¿Cuántas personas han pasado por encima de ti desde entonces?
Nadie. Porque ahora eres como yo.

La observé.

— No soy como tú, yo jamás le haría bromas a las personas— dije.
— Pero no nos has acusado— dijo ella—. Lo que significa que realmente no te importa. Pero está bien, míranos, todos quieren ser como nosotros. No hay nada mejor que eso.
— Te equivocas— dije—. Nadie debería querer ser amigo nuestro.
— Todos nos admiran— dijo ella.
— ¿Por qué? Sólo somos un grupo de gente que no se conoce que se reune en un lugar para aparentar que la vida es perfecta aunque no es así. ¿Por qué la gente quiere ser como nosotros? Míranos, no sabemos más allá de nuestros nombres.
— Y por eso nadie puede lastimarnos, ni nosotros mismos— dijo ella.

Pensé en Zac.

— Está bien que nos lastimen— dije—. Si es alguien que vale la pena y luego se siente mal por eso. Así es cuando tienes un verdadero amigo. No sé qué te haya pasado a ti y a los demás antes, no sé quién te hirió pero así es la vida. La gente es cruel y puede aprovecharse de ti pero no por eso debes dejar de creer en que allá afuera aún existen personas que valen la pena. Las cosas malas se superan, se aprende de ellas y se sigue adelante. Si tu solución para estar bien con el mundo es hacerle bromas tontas a aquellos que hacen algo que no te gusta, entonces lo lamento pero no quiero formar parte de tu grupo.

Ella parecía muy sorprendida.

— ¿Nos estás rechazando?— dijo.
— Si quieres verlo de esa forma, sí, así es— dije.

Me levanté. Tomé mis cosas. Todos me observaron. Caminé a la puerta.

— ¡Jovencito, vuelva aquí!— dijo el profesor de trigonometría.

No le hice caso. Seguí mi camino.
Recorrí pasillos y atravesé patios. Llegué a la enfermería. La profesora me abrió la puerta.

— Hola Jimi— dijo ella—, ¿Estás bien?

La observé.

— No— dije—. Cambié. Para mal. Sin darme cuenta realmente. Por culpa de un tonto. Pero no quiero ser así. Por eso debo decirle algo.
— No entiendo pero adelante— dijo ella—. Te escucharé.
— Sé quién es el bromista.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora