48. El diario de Jimi

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Miré el vaso que me acababa de dar. Pensé en probar su contenido. Lo hice y me sorprendió no saber lo que era, pero sí sabía muy dulce. Le dije a ella que era delicioso. Me sonrió. Entonces me llevó a lo que parecía otro jardín. Ahí estaba uno de esos juegos inflables para niños. Lo miré sorprendido.

— ¿Alguna vez has querido saltar en uno de estos pero se supone que no deberías de hacerlo?— preguntó.
— Muchas veces— dije.
— Pues este es todo mío.
— ¿En verdad es tuyo?— pregunté sorprendido.
— Mis padres me lo compraron. Así que hay que aprovechar.

Se quitó los zapatos y se subió. La observé. No me sentía cómodo (sobre todo porque no había nadie más ahí). Miré mi vaso. Decidí beber todo.

— ¡Es divertido!— dijo ella mientras seguía saltando.

Me quedé un rato observándola. Se veía que se estaba divirtiendo. Y yo ya estaba ahí... no tendría nada de malo saltar un poco. Además, si Derek no me veía en donde me dejó, probablemente me buscaría.

— Bien, pero serán sólo unos minutos— dije.

Me quité los zapatos y subí. Nunca me había subido a uno de esos. Fue en verdad divertido. La observaba y ella parecía en verdad feliz y relajada por estar ahí. Ya no me sentía incómodo. Muy pronto, en verdad estuve saltando libremente, sin que me importara nada.
De repente, nada más éramos ella y yo, saltando como desquiciados pero sin que nadie más nos viera. En el cielo sólo había oscuridad y las luces de la ciudad que se veían cada vez más borrosas.

Por cada salto, veía una parte del cielo, como si estuviera cada vez más cerca. Sentía el aire frío tocar mi cara. Las luces me mareaban. Ella se reía muy fuerte. Tomó mi mano.

— ¿No es genial?— dijo ella—, ¿No sientes como si pudieras tocar el cielo?
— ¡Así se siente en verdad!— le dije feliz.
— ¡Hay que llegar más alto!— dijo—, ¡Sé a dónde deberíamos ir!

Se detuvo. Saltó al suelo. La seguí. Buscó sus zapatos. Yo también, un poco mareado. Luego me tomó de la mano y entramos. La casa era muy grande. Habían personas por todas partes. Todas saludaban a Honey. Pasamos por una mesa con unas botellas. Ella se detuvo. Tomó unos vasos. Me dio uno. La observé beber. Eso hice yo también. La música estaba muy fuerte pero no me molestaba. Era como si no estuviera ahí. La gente hablaba pero parecían murmullos. Sólo personas moviendo sus labios. Me abrumaba todo ese ambiente. Asustado, miré al suelo. Pero me detuve en mi mano, que sujetaba fuertemente la de ella.

Entonces pensé en Evan. En la forma en la que sujetó fuerte mi mano cuando hablaba de su madre. Recordé todo lo de esa tarde, en casa de Will. Su cara, su voz, sus ojos. Pensé que no quería volver a verlo así. De hecho, para ser honesto, desde ese día no podía dejar de pensar en que no era capaz de ayudarlo. No había nada que pudiera hacer por él.
¿No se suponía que yo debía estar con él? ¿Entonces porqué la persona que estaba a su lado era otra y no yo?

— Ven, vamos— dijo ella y me guió por más pasillos.

Bebí todo lo del vaso. Luego lo dejé en un escalón. Ella subió los escalones. Me llevaba. Nos encontramos con personas. Demasiados rostros, todos la conocían. Le decían que era la mejor fiesta del mundo. Ella los saludaba mientras sonreía... se veía feliz y hermosa.
Yo no me sentía feliz.

Después de muchos escalones, llegamos a una zona oscura. Ella dijo que por ahí había una puerta. Caminamos con cuidado. Yo sólo la seguía. La oscuridad parecía infinita. Hasta que de repente, una luz apareció. Ella había encontrado la salida. El frío golpeó mi cara. Salimos.
Era la parte más alta de su casa. Podía ver el tejado.

— ¡Hay que ir más alto!— dijo.

Empezó a trepar por el tejado. Le dije que parecía peligroso pero me dijo que iba ahí todo el tiempo. La seguí.
Una vez arriba, se sentó. Yo hice lo mismo. Miré hacia abajo. Todo parecía pequeño. La ciudad se veía hermosa desde ahí.

— ¡Somos los reyes del mundo!— gritó.

La observé. El viento agitaba sus cabellos.

— Tú sí pareces una reina— le dije.
— ¡Soy una reina!— grito—, ¡Estoy ebria pero soy una reina!
— ¿Estas ebria?— pregunté.
— Tú también— dijo contenta—, bebimos jugo feliz. ¡Somos unos reyes felices!

¿Así se sentía estar ebrio? Porque no se sentía muy diferente...

— ¿Crees que si saltamos podríamos alcanzar el cielo desde aquí?— preguntó.
— Si tratas de saltar desde aquí te puedes caer— le dije.
— No, puedo volar. Las aves nunca se caen.
— Si se golpean con algo se caen— dije.
— Como en los videos de gaviotas torpes en youtube— dijo ella.
— ¡Amo esos videos!— dije.
— ¡Lo sé, son graciosos!

Empezó a reírse y a preguntarme si había visto un video donde una gaviota le quitaba la comida a un niño. Yo sí lo había visto y en verdad era gracioso. Entonces nos pusimos a reírnos como locos. Después de unos minutos de risas tontas, comprendí que sí debía estar ebrio.

— Tengo sueño— dijo mientras se recostaba sobre el tejado.
— ¿Vas a dormir aquí?— le pregunté.
— ¡Claro que no, tonto!— dijo—, ¡Voy a ver las estrellas!

Me acosté junto a ella. Era incómodo pero dejó de importarme. Miré las estrellas.

— Deberías regresar a tu fiesta— dije.
— No quiero, no conozco a nadie— dijo.
— Parecía que sí.
— Ellos me conocen a mí— dijo—. Pero yo no quiero conocer a nadie.
— Al menos debes conocer a alguien— dije.
— Sé cómo se llaman algunos. Pero no los conozco. Me he acostado con ellos pero no los conozco.
— ¿Con ellos?— dije asustado—, ¿Con cuántos?
— No lo sé, muchos.
— ¡Eso no está para nada bien!— dije preocupado—, ¡Deberías acostarte con alguien que amaras! Además, ¿Sabes lo que son las enfermedades de transmisión sexual?
— Suenas como mi papá... me pregunto dónde estará...
— ¿No sabes dónde está tu papá?— pregunté.
— No le he visto en meses.
— ¡Qué terrible!— dije—, ven, hay que buscar un teléfono. Debes hablarle.
— No le gusta que lo llame. No quiero hacerlo— dijo, sonaba triste—. No quiere saber nada de mí. Yo tampoco quiero saber nada de él.
— ¿Y tu mamá? ¿Dónde está ella?
— Murió.
— ¿Entonces con quién vives?— pregunté.
— Con nadie.
— ¿Vives en esta casa tan grande tú solita?

La observé. Empezó a reírse. Me levanté y la miré consternado.

— Te preocupas demasiado— dijo entre risas—. Haces muchas preguntas. Los que se acuestan conmigo nunca preguntan nada.
— Pues qué bueno que no soy uno de ellos— dije—. Porque es terrible que alguien sólo te busque para una cosa y luego desaparezca. ¿No te sientes mal por eso? ¿No sientes como si no les importaras?

Se levantó y me miró. Parecía muy sorprendida. Entonces se puso a llorar. Muy fuerte. La abracé.

Pensé que ella me había parecido la persona más feliz del mundo. Pero al final sólo estaba sola. Rodeada de mucha gente, pero sola.
Supe a qué se refería Zac aquella vez.

Por un momento, pensé que últimamente, todos parecíamos muy solos.

— Ven, hay que bajar— le dije.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora