60. El extraño diario de Zac (y flores amarillas)

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Como si se tratara de un ritual, Evan y yo emprendimos el camino. Llevaríamos a cabo mi último plan. Creí que era imposible que fracasara, en vista de que sólo éramos dos. Pero tanto él como yo estábamos decididos. Mientras Evan conducía, varias personas me llamaron. Primero fue George, preguntando por su auto. Corté abruptamente la llamada. Después Lucille, porque George debió acusarme. Fue entonces cuando vi las ventajas de tener una pareja, podían solucionar cosas que tú no así que parecía un buen acuerdo. Luego, cuando eran poco más de las cinco de la tarde, papá llamó. No contesté.

Le escribí un mensaje diciendo que Evan y yo estábamos en medio de una misión importante. No podía decirle el plan porque creí que interferiría. Le dije a Jill cuando llamó que llegaríamos a casa pronto. Además, no duraríamos más de unos minutos en nuestro destino. Al menos eso pensaba. Pero como siempre, mis planes nunca salían como yo quería.

Nos alejamos de las grandes ciudades. Llegamos a una zona rural pequeña. Evan se internó en ella. La conocía bien, aún cuando vivió muy poco por ahí. De camino nos detuvimos a comprar flores. Se me hacía una falta de respeto llegar con las manos vacías.

Llegamos. Dejamos el auto a un lado del camino. Subimos un pequeña montaña. Pasamos por una puerta enorme. Adentro habían muchas lápidas. Los cementerios no me gustaban aunque parecían pacíficos. Imaginaba que después de una vida tan agitada era un buen lugar para descansar para siempre. Al menos en ese aspecto la muerte no parecía tan mala.
Me sentía abrumado en ese lugar y lo único que hacía era seguir a Evan. Entonces repentinamente él se detuvo. Observé: había una pequeña lápida.
Entendí que habíamos llegado.

Acomodé las flores. Miré a Evan. No parecía triste. Pero su cara no me gustaba. Comprendí que de la única forma en que me gustaba Evan era cuando estaba feliz.

— Creo que deberías decir algo— dije.
— ¿Como qué?
— No lo sé— dije—, algo. No has venido aquí en mucho tiempo. Si quieres puedo dejarte solo.
— No— dijo rápidamente—, no me dejes.
— Bien— dije—, no lo haré.

Estuvo en silencio mucho tiempo, pensado probablemente. Yo me quedé justo detrás de él. Me dediqué a observar su espalda, esperando algo.

— Compraste flores amarillas— dijo.
— Eran las únicas que tenían— dije—. Ya es muy tarde, tuve suerte en conseguir flores.
— Eran sus favoritas— dijo sin mirarme—. Mamá amaba las flores amarillas porque decía que le recordaban el color de mi cabello. Yo lo odiaba porque mamá era pelirroja. También mi tía y Lucille. Quería ser como ellas. Mamá decía que mi cabello era como el sol. Que era alegre y brillante. Entonces yo siempre estaba feliz. Era muy llorón. Pero trataba de ser fuerte porque el sol nunca debía estar triste. Era como una especie de promesa.

Sólo puede observarlo ahí, frente a la tumba de su madre.

— Siempre me pregunté cosas— dijo—. De hecho lo hago todo el tiempo. Me pregunto cuál se supone que es el propósito de que siga con vida. Si el universo espera algo de mí. Pero lo que nunca he dejado de preguntarme es si mi madre puede verme desde donde está. Porque quiero creer que no pero en caso de que pueda... ¿Estará avergonzada de mí? ¿Le gustará lo que soy? ¿Le agradaré?

La voz de Evan se quebraba. Yo sentía unos inmensos deseos de acercarme, atraparlo y no dejarlo hablar. Porque todo sonaba doloroso y nadie merecía ese tipo de dolor.

— Lo hace— interrumpí tratando de contener mis emociones.
— Nunca podré saberlo— dijo.

Lo observé. Se quedó callado de nuevo. Comprendí que tampoco me gustaba el Evan callado. Me gustaba cuando hablaba mucho. Cuando contaba historias sobre cuando un amigo suyo metió un lápiz por su nariz o sobre porqué las ballenas podrían conquistar el mundo.

Pero no así. Odiaba ver a Evan triste. Lo odiaba en serio.
Entonces hice lo que generalmente hacía cuando estaba enojado y lleno de emociones encontradas: exploté.

— ¿Sabes qué?— dije enojado—, no es justo. Para nada. Y no vine hasta aquí sólo para escucharte hacer preguntas.

Evan me obsevaba sorprendido.
Yo miré la tumba. Me dirigí a ella.

— ¿Sabe una cosa, señora?— le dije—, este sujeto de aquí es un buen tipo. ¿Quiere saber porqué? Bien, le diré. Es posiblemente una de las personas más estresantes y escandalosas del mundo. Cuando lo conocí tuve ganas de dispararle con una arma. Y estoy seguro de que yo tampoco le agradaba pero él en lugar de odiarme como lo hace la mayoría de las personas que no me conocen, él quiso ser mi amigo. Y gracias a eso puedo decir que soy una mejor persona. Así que si está en alguna parte viendo a su hijo y no se siente orgullosa de lo que es, entonces usted es una tonta.

Me di cuenta de que definitivamente había arruinado el plan. La idea era que Evan cerrara ciclos, no que yo fuera a gritarle a una lápida. Me giré para verlo. Él me observaba con los ojos llorosos. Lo observé y quería perdirle perdón pero no pude decir nada. Sólo lo vi inclinarse en el suelo hasta quedar sentado ahí, con la cabeza abajo. Me dejé caer a su lado. Traté de llamar su atención pero él no me hizo caso.

Entonces, cuando estaba muy asustado pensando que lo había lastimado, él me miró y empezó a reírse. Muy fuerte. Me quedé mirándolo como tonto. ¿Qué estaba pasando? ¿Evan había caído en la locura?

— ¡Ojalá hubieras visto tu cara cuando estabas hablando!— dijo entre risas.
— ¡No es divertido!— dije enojado y avergonzado.
— ¡Claro que sí!— dijo.
— ¡Qué no!— dije.
— Sí porque le estabas hablando a alguien que...— se detuvo y me observó—... que no volverá.

Nos observamos. Evan ya no reía. Su cara era todo lo contrario.

— Mi mamá ya no volverá— dijo con lágrimas en sus ojos y con mucho trabajo—. Ella murió.

Tomé su mano y traté de tragarme mis emociones. De ser fuerte. Sólo pensaba que por primera vez en mi vida, debía ser fuerte.

— Pero está bien, ¿No?— dijo, se limpió sus lágrimas—, está bien.
— Estará bien— dije, sentía que no podía respirar porque evitar llorar me estaba costando mucho—. Tú estás aquí y... papá dice que las personas que vivimos en este mundo estamos formadas por pequeñas partes de todos nuestros antepasados... y de esa forma todos viven en nosotros. Tu mamá vive en ti.

Eso hizo reír a Evan. Una sonrisa tenue, pero era una sonrisa, que era mejor que nada.

Y justo cuando creí que ya no lloraría más, lo hizo. Muy fuerte. Entonces lo abracé como aquella vez en la que me ayudó a dormir. Tan fuerte, como si pudiera salir huyendo. Pero no, él no haría eso. Me abrazó. Cerré los ojos, no porque no quisiera ver lo que pasaba. Si no porque quería recordar eso. Así, la próxima vez que sintiera que la vida ya no valía la pena, recordaría que un buen día estuve con alguien que me necesitó. Entonces todo tendría sentido porque la vida era vida si podíamos ayudar a otros.

Miré de reojo la lápida. Entonces pensé que la madre de Evan era maravillosa porque aún después de todo, seguía impulsando a otros a seguir adelante.

Así es como se sabía que una vida había sido bien vivida.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora