138. El extraño (y frío) diario de Zac

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Salí de mi casa. Hacía frío afuera. Di un par de pasos antes de pensar en porqué demonios era yo quien se iba, si esa era mi casa. La que debió irse (al menos de mi habitación) debió ser Laura.

Enojado y triste, entré. Me encontré a Laura en las escaleras. Desvíe mi mirada a la cocina mientras caminaba hacia allá.

— Zac, perdóname— dijo ella mientras me seguía—, no quería decir eso...

No respondí.

— ¿Vas a ignorarme?— me preguntó.
— No quiero hablar ahora— dije.

Empujé la puerta de la cocina.

— ¿Podrías dejar de comportarte como un niño?— me dijo.

Entré y cerré la puerta.
Me sentí aliviado por un momento. Hasta que recordé que no estaba solo. Me giré.
Todas me miraban. La tía Janeth, Gigi, Madie mientras me enseñaba su lengua, Lucille, otra chica que era amiga de Jill y la misma Jill.

— Disculpen la intromisión— dije.

Me acerqué a Lucille.

— ¿Me prestas las llaves de tu auto?— le pregunté.

Había un horrible silencio incómodo. Lucille, un poco turbada por lo que pasaba y seguramente sin entender nada, metió su mano a la bolsa de su abrigo. Me dio sus llaves. Las tomé. Salí de ahí.

Laura estaba afuera. Me pasé de largo. Caminé a la puerta, la abrí y salí sin mirar atrás.

— Zac, ¿A dónde vas?— preguntó Jill.

Me giré. No sólo Laura me seguía, también ella.
Parecía preocupada. Y los adornos navideños de fondo no iban bien con su cara consternada.

— Al auto de Lucille— dije—. Estaré adentro. Afuera hace frío.
— Zac, escúchame— dijo Laura.

Seguí mi camino. Abrí el auto y entré. Cerré la puerta. Laura estaba ahí, golpeando la ventana mientras me decía que debía dejarla explicarse.

Una de las cosas que había aprendido de Lucille porque pasaba mucho tiempo con ella, era que tenía un gusto musical similar al de Evan. Así que apreté un botón y empezó a sonar una canción. No recordaba su nombre pero era de los Red Hot Chili Peppers, así que le subí el volumen. Miré a Laura. Sus labios se movían rápidamente. Parecía más enojada que nunca.

Sabía que me estaba portando mal y que ella tenía razón en todo pero... simplemente no quería escucharlo.

Dijo algo y luego se fue. La observé irse. Jill la siguió. Me quedé ahí. Terminó la canción y empezó otra también de los Chilli Peppers. ¿Por qué Lucille los escuchaba estando tan cerca de navidad? Jill se la pasaba cantando villancicos todo el día.
Estaba en eso cuando apareció Jimi. Nadie lo acompañaba. Lo observé.
Se quitó su abrigo.

¡Morirá de frío!, pensé y salí inmediatamente. Corrí a él y lo abracé.

— ¿Qué demonios estás haciendo?— le dije enojado.
— ¿Qué estás haciendo tú?— dijo él.

Me separé de él. Lo observé.

— Yo... no lo sé— dije—. Creo que lo que siempre hago... yo... sólo huyo.

Nos miramos atentamente. Fueron unos cuantos segundos los que duramos observándonos pero con eso me bastó. No estaba bien. Para nada bien.

— ¡Zac, vamos a acercanos pero no salgas corriendo!— gritó Evan.

Lo observé. Estaba en la puerta con Laura.
Corrí hacia ellos.

— Zac, por favor— dijo Laura—, debemos hablar...

No pudo decir nada más. La abracé. Cerré los ojos. Ella olía a vainilla. Siempre olía así.

— Estás helado— me dijo ella—. Eso te pasa por salir sin abrigo.
— ¡Yo te daré calor!— dijo Evan y nos abrazó a ambos.
— ¿Hay espacio para mí?— dijo Jimi.

Lo observamos.

— Claro que sí— dije.

Se acercó. Lo abrazamos.
Ya no sentía frío.

— Vamos adentro o Jimi empezará a mutar en un muñeco de nieve— dije.

Entramos. Jill estaba en el sofá.

— Hola— dijo—, ¿Necesitan algo?

La observé. Me sentí ridículo. ¿Por qué siempre le hacía eso a Jill? ¿Por qué siempre la preocupaba aún cuando me juraba a mí mismo cada día que no lo haría? ¿Qué demonios estaba mal en mí?

— Té— dijo Evan—. Quiero té. Y pastelitos.
— ¡Ya no hay!— gritó Madie desde la cocina.
— Claro que sí, sé dónde los guardan— dijo Evan mientras se iba a la cocina. Jimi lo siguió. Laura también.

Me quedé solo con Jill.

— ¿Estás bien?— me preguntó.

Fui a abrazarla. Siempre me había gustado abrazar a Jill porque aunque yo era más alto que ella, me sentía protegido. A salvo, como si con eso nada más pudiera pasar.

— Lo siento— le dije.
— No, no tienes que disculparte— dijo ella.
— Sí debo hacerlo— dije—. No sólo contigo. Hay muchas personas con las que debería hacer eso.

La imagen de Will llegó automáticamente a mi cabeza.

— Posiblemente siempre tendré que disculparme contigo porque me conozco y sé que seguiré haciendo cosas tontas toda mi vida— le dije—. No debí decir eso, podrías arrepentirte de casarte con papá.
— Nunca haría eso— dijo ella—. Adoro esto. Y a tu padre y a ti.
— ¿Aún cuando voy a hacer que te preocupes mucho en el futuro?
— Aún así— dijo ella.

Sonreí. Jill olía a navidad. No sabía qué olor era ese, sólo sentía que si existía algún olor que podría definir lo que era la navidad, era el perfume de Jill.

Papá llegó. Nos observó. Nos separamos.

— ¿Qué pasa?— preguntó él un poco confundido.
— Abrazo de navidad— dijo Jill.
— Mentira— dije—, sólo nos dábamos un abrazo de reconciliación.
— ¿Reconciliación?— preguntó él.
— Salí huyendo pero volví— dije—. Ya lo arreglamos.
— ¿Por qué huíste?— preguntó papá.
— Porque soy tonto— dije—. Pensé que eso ya había quedado claro.
— Técnicamente no huíste nunca— dijo Jill—. Encerrarse en el auto de Lucille no cuenta como huír.
— Hasta para huír soy patético— dije—. Como sea, iré por té.

Fui a la cocina. Había mucho ruido. Evan y Madie peleaban por los pastelitos mientras Jimi trataba de separarlos sin éxito. Las demás personas sólo los miraban.
Lucille se acercó a mí.

— ¿Y las llaves de mi auto?— preguntó.
— En tu auto— dije.
— ¿Por qué están ahí?
— Porque yo debía estar ahí escuchando música. Ahora sólo está la música, reproduciéndose para nadie.
— ¿Y por qué no la apagaste?
— Porque voy a volver. Tú vendrás conmigo— dije.

Me observó.

— ¿Para qué?
— Quiero que me ayudes— dije.
— ¿Con la música?
— No— dije muy serio—. Con Will. Quiero que vuelva.

Ella me miró totalmente asombrada.

— ¿Perdón?— dijo.
— Tú eres su amiga— dije—. Ayúdame a que vuelva a mí.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora