119. El extraño diario de Zac (y una boda)

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Era cuestión de tiempo. Papá y Jill pusieron una fecha para su boda. Se casarían en Enero. No faltaba mucho, pero papá decía que era mejor que ocurriera pronto porque una vez que empezaran las campañas políticas él no tendría tiempo. Por cuestiones de honor y moral, Lucille y George serían sus padrinos. Por fin entendí porqué papá fue padrino de George: para que cuando él decidiera casarse, lo eligiera porque se lo debía.

Obviamente comenzó la locura de planear la boda, de organizar todo, de las damas de honor. A comparación con la boda de George que fue espontánea y pequeña, la de papá sería más grande y mediática. La gente ya lo consideraba el ganador de las próximas elecciones y seguramente algunos medios locales cubrirían su boda. Yo odiaba esa idea, demasiada gente.

En realidad la simple idea de otra boda en mi casa me ponía muy nervioso. Aún no superaba la última.

Ya hasta me había convencido de que nunca lo haría.

Lucille llegó rápidamente nada más se puso fecha para la boda. Tenía toda una carpeta sobre cosas de boda con lo que planeaba ayudar a Jill. La tía Janeth y Gigi aparecieron poco después. La presencia de Laura terminó por confirmar mis sospechas: la locura de las damas de honor había comenzado.

— Me gustaría pensar que vienes a visitarme— le dije a Laura cuando llegó a mi casa—. Pero no.
— También vengo a visitarte a ti— dijo.
— Pues qué considerada...
— ¡Ahí está Jill!— dijo feliz.

Se pasó de largo y me dejó ahí, sosteniendo la puerta de la entrada. La miré abrazar y felicitar a Jill.

— Sí que está emocionada— dijo Jason, que apareció de repente.
— ¿Vienes con ella?— le pregunté.
— Dijo que se sentiría apenada si llegaba sola— dijo él—, pero lo hizo y la pena le duró poco.
— En verdad quiere ser dama de honor, ¿Verdad?— dije.
— Si Jill no la elige se va a deprimir y no me va a dejar dormir— dijo él.

Lo observé intrigado.

— ¿Perdón?— dije—, ¿No te va a dejar dormir?
— ¿Alguna vez has tenido una mascota?
— Mi mamá tuvo un perro chihuahua hace tiempo— dije.
— Pues si se emocionan de más corren por muchas partes y se meten a tu habitación por las noches porque no pueden dormir— dijo él—. Algo así.

No entendí pero parecía que Jason ya no quería hablar de eso.

— ¿Y Evan?— me preguntó.
— No está— dije—. Fue con Jimi.
— Debí sospecharlo— dijo.

Su teléfono empezó a sonar. Lo tomó. No era de mi incumbencia pero no pude evitar ver la pantalla de su teléfono. Decía “Madie”. Salió. Me quedé muy confuso. ¿Por qué hablaba con Madie? ¿Desde cuando eran tan amigos?

El lugar estaba atestado de presencias femeninas (y eso que aún no llegaba la madre de Jill), así que me fui a la cocina. No quería regresar a mi habitación. Además, seguramente Jason necesitaria compañía.

Me serví un vaso de agua. Lucille entró de repente.

— Hola— dijo.
— Hola— dije.

Buscó algo en los estantes.

— ¿Todo bien?— preguntó.
— No, hay demasiadas mujeres en mi casa— dije.
— No tantas como las que vendrán el día de la boda— dijo ella.
— No me lo recuerdes— dije.
— Va a ser divertido— dijo—. Vendrán muchas personas interesantes.
— Claro— dije.
— Podrías invitar a alguien a que te acompañe— dijo ella—. Hay muchas chicas que sin duda quieren salir contigo.
— No, gracias— dije.
— ¿Por qué no? Podrías divertirte.
— No, no voy a divertirme. Odio las bodas.
— ¿Todas?— preguntó.
— Todas han sido terribles.
— ¿Hasta la mía?— dijo.

La observé. No había pensado bien mis palabras.

— No, esa no... bueno, para ser honesto...
— ¿Odiaste mi boda y nunca me lo contaste?— dijo ella afligida.
— No, no odio tu boda, sólo odio lo que me pasó ese día, pero tú y George se veía muy bien y... todo fue hermoso, lo juro, es sólo que yo...
— Admítelo, George y yo no te agradamos— dijo ella enojada—. No sé porqué, él comparte material genético con Jill y yo con Evan, y ellos dos te agradan mucho. Somos casi iguales.
— No es por eso, ustedes en verdad me agradan— dije, no sabía qué más decir—, y estoy feliz porque se hayan casado. Sé que ese fue un buen día para ustedes pero... no lo fue para mí.

Miré al suelo. Odiaba recordar lo que pasó. Traté de apartarlo de mi mente, como siempre. En verdad no deseaba tener que pensar en eso.

— Es por Will— dijo ella—. Lo que sea que pasó entre ustedes comenzó ese día, ¿Cierto?

La observé sorprendido.

— Lamento que no haya sido un buen día para ti— dijo—. Pero creo que realmente ningún día ha sido bueno para ti desde entonces, ¿No?
— Así es— dije.
— ¿Por qué?
— No quiero pensar en eso— dije.

Ella me observó. Se acercó.

— Zac— me dijo—. Eres una buena persona. Mereces que cada día de tu vida sea un buen día.

La miré, me sentía muy triste.

— Quizá ya es momento— dijo ella.
— ¿Momento de qué?— pregunté.
— De solucionar las cosas.
— ¿Y si ya no hay solución?
— Entonces debes dejarlas ir.

¿Dejarlas ir? ¿No ya había hecho eso cuando me alejé de Will?

— Pensé que ya había dejado todo— dije.
— ¿Entonces porqué sigue haciéndote daño?— preguntó.

Nos observamos. Me sentía expuesto. Me alejé un poco.

— Nos vemos Zac— dijo ella.

Salió. Me quedé ahí un rato pensando. ¿Y si tenía razón? Porque nada se sentía bien, eso era lo único que sí sabía. No había pensado en nada más, me daba miedo. No sabía qué hacer.

Desde ese día, cada vez que pensaba en Will y comenzaba a preocuparme, trataba de enterrar lo que pasó, como si nunca hubiera pasado.

Ahí estaba el problema. No podía hacer eso. Porque sí pasó. Todo lo de ese día sí pasó. No importa cuánto tratara de fingir que nada ocurrió, no podría engañar al mundo.

De repente todo llegó a mi cabeza: sí pasó.

Salí de ahí rápidamente. Fui a la sala a buscar a Lucille.

— ¿Dónde está?— pregunté.
— ¿Quién?— dijo Laura.
— Lucille, ¿Dónde está ella?
— Acaba de irse— dijo Jill, me observó—, ¿Estás bien? Pareces... perturbado.
— Necesito hablar con ella— dije—, ¿A dónde fue?
— A casa— dijo Gigi.
— ¡Regreso al rato!— dije.

Salí de ahí rápidamente. Corrí por las calles, perdiendo el aliento. No podía ignorar lo que estaba pasando.
A cada paso que daba, más me daba cuenta. Comprendía las cosas. Las organizaba en mi mente. Me dolían. Sentía ganas de llorar. Todo empezaba a tener sentido y... no me gustaba.

Llegué a su casa. No me preocupé por tocar. Estaba abierto. Ella acababa de entrar. No sabía cuánto tiempo había pasado. De hecho no sabía muchas cosas. Sólo una.

— ¡Zac!— dijo ella sorprendida cuando me vio irrumpir en su casa—, ¿Qué haces aquí?
— ¡En verdad pasó!— le dije, tratando de recuperar el aliento—, ¡Es real, ahora lo entiendo!
— ¿De qué hablas?— dijo ella.

La observé.

— Ese día, Will me dijo algo— dije, aún cansado.
— ¿El día de mi boda?— dijo ella.
— Yo no quería pensar en eso, como si todo pudiera desaparecer con sólo desearlo y me convencí a mí mismo de que era una mentira... de que Will estaba confundido y no sentía eso pero... ¿Y si en verdad lo sentía? ¿Y si no estaba confundido? ¿Qué pasa si no era una mentira?
— No sé de qué me hablas— dijo ella.
— Will dijo que yo le gusto— le dije—, pensaba que no pero... creo que es verdad. No sé qué hacer con eso. No supe qué hacer. Sólo lo lastimé y huí. Pero ya no quiero ser así. No sé qué hacer y siento que me duele... tanto que quiero llorar pero no puedo. Como si ya no tuviera lágrimas, sólo el dolor atorado ahí, sin poder escapar. Yo...

Me observó atónita. Luego me abrazó. Aún me dolía pero... todo se sentía mejor.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora