187. El diario de Laura

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Cuando Zac subió al escenario, miré a Will por instinto. Él parecía afligido. Más de lo normal. De hecho había estado así desde que llegó luego de ir a contestar una llamada.

— Ya debo irme— dijo él.
— ¿Qué?— dije.
— Sólo me dieron unas horas para quedarme— dijo—. Prometí regresar.
— Pero...
— Lo siento— me dijo—. En verdad lo siento.

No había forma de detenerlo. Ya había hecho demasiado simplemente al ir hasta allá por mí.

— Iré contigo— dijo Madie—. Vendré por mi auto luego.

Will se levantó. Salió sin mirar atrás. Yo iba a seguirlo. Al menos quería asegurarme que se iba con su auto. Pero él no me esperó y Zac empezó a hablar. Entendí lo que pasaba cuando me giré para ver a Zac: Will huía de él.

Se habían encontrado. Por eso Zac parecía estar haciendo un esfuerzo enorme para hablar sin que se le quebrara la voz.
Al principio me abrumó ver a Zac así. Porque no sabía qué pasó  entre ellos y no quería dejarlo. Pero entonces recordé que lo que estaba diciendo ya lo había escuchado antes.

Era el discurso de Will. El que dijo en la boda de Lucille. Aquel que todos creyeron que era para los novios pero que yo sabía que era para Zac.
Si él lo estaba diciendo era para que Will lo escuchara. ¿Por qué? ¿Qué pretendía lograr con eso? Quizá no lo sabía, él nunca sabía nada, simplemente hacía las cosas como las pensaba. Pero ahí estaba, diciendo cosas que nuevamente no eran para los novios. Y otra vez nadie además de mí lo sabía.

Odiaba eso. Porque sabía que se amaban y no podía hacer nada más. Me sentía inútil porque Zac tenía cara de querer ponerse a llorar y yo no podía ayudarlo. Nuevamente no podía hacer nada.

Zac terminó y bajó del escenario. Pensé que regresaría a su lugar. Pero no lo hizo. Fue al otro extremo del salón y salió.
Él iba a buscar a Will. Porque ya no estaba pensando nada. Estaba sintiendo cosas. Y las obedecía. Naturalmente buscaría a Will. Pero no lo sabía. Porque aunque la posibilidad de amarlo estaba ahí él nunca la había creído y mucho menos la pensó. Simplemente llegó a la conclusión lógica de que era imposible.

Pero a mí la lógica no me interesaba en lo más mínimo.

Lo seguí. Lo encontré de pie al lado de la calle, mirando el horizonte vacío.

— Se fue— le dije.

Se giró para verme.

— ¿Qué?— dijo.
— Se fue— dije—. En su auto.

Desvío su mirada. Observé su espalda. No podía mirarlo a los ojos y aún así sabía que no estaba feliz.

— Sólo le dieron permiso para salir unas horas— dije—. Debe volver a su trabajo.

Se giró y me observó. Parecía sorprendido.

— Pero está bien, Madie se fue con él— agregué.

Volvió a mirar al horizonte.

— Ah— dijo.

Y ese “ah” fue la gota que derramó el vaso. Al menos sí el vaso que representaba mi paciencia. Sabía que particularmente yo era alguien que se desesperaba con facilidad, y cuando me sentía así generalmente terminaba haciendo algo tonto y ridículo. En ese momento entendía que lo que estaba por hacer era riesgoso y cuyas consecuencias podrían ser fatales para todos, en especial para el plan de Jason.

Y aún cuando le prometí que no iba a interferir, no podía evitar pensar en lo injusto que habían resultado las cosas. Y en lo cansada que me sentía. Tanto que quería gritar. Por obviedad, terminé haciéndolo.

Problemas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora