Capitulo 9

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Beau

—¿Te comió la lengua el gato? Contéstame pececito ¿Por qué le dijiste a mi padre que tuve sexo en su oficina? De más esta decirte que estabas equivocada, no lo hice, pero eso no te da derecho a ser una bocaza de mis actos. —volteé creyendo que la encontraría avergonzada o culpable, pero en su lugar la encontré cruzada de brazos, mirándome con una ceja alzada.

Esta chica me desconcertaba, no sabía que demonios esperar. Nada la intimidaba y siempre estaba lista para cobrárselas, como hace rato, cuando casi me deja ciego.

—No planeaba decirlo, tú me provocaste y simplemente se me escapo ¿Feliz? Tampoco es que me interesa tu vida privada, siempre y cuando no interfiera con mi paz. Veras, te puedes follar a media ciudad si así lo quieres, pero como vuelvas a molestarme…

—Como vuelva a molestarte ¿Qué? ¿Qué harás pececito? —pregunté acercándome hasta quedar frente a frente con ella.

Mi cercanía no le pasaba inadvertida, la ponía nerviosa. Fueron dos las veces que la vi tragar saliva, antes de clavar su mirada en mi boca.
Me preguntaba si era tan apasionada a la hora de besar o intimar, como lo era al discutir. Diablos, quería conocer la respuesta a esa pregunta y si no daba un paso atrás, no tardaría en besarla.

—Como vuelvas a molestarme, hare que lo lamentes. ¿Lo entiendes King? —su voz temblaba, pero no hacía ningún intento por alejarse

—¿Y como lo harás? ¿Qué técnica usaras para que lo lamente? —di otro paso, logrando que nuestros cuerpos estuvieran pegados.

—No quieres saberlo.

—Si quiero.

—¿Seguro?

—Dime de que estas hecha pececito. —la vi sonreír y alzar sus manos, posándolas en mis hombros.

—Lo primero que haría es inmovilizarte, así —no esperé el rodillazo en las pelotas que me dio, pero terminé de rodillas frente a ella. —Lo segundo, seria atarte, lo malo es que ahora no tengo al alcance las cuerdas y por último, usaría mis propias manos para arrancarte eso de lo que tanto te enorgulleces.

—¿Acaso soy tu maldito muñeco para golpear? En la mañana casi me matas, hace rato casi me dejas ciego y no dudo que ahora me has dejado estéril ¿Quién demonios te crio? ¿Un paciente psiquiátrico?

—¿Y si así fuera qué? Desde que nos conocimos no haces más que provocarme y  no debería ser así, eres la jodida excepción al maldito destino y me enojas por eso. Lo único que haces es sacar lo peor de mi. —pasó ambas manos por su cabello, antes de voltear y señalarme — Y tampoco actúes como si te golpeará adrede. En la mañana te colaste a mi casa como un delincuente ¿Acaso esperabas que te reciba de brazos abiertos? Pues no. Hace rato, me tomaste por la espalda…

—Ya me gustaría tomarte por la espalda…

—¿Qué dijiste imbécil?

—Lo que oíste, no finjas Laurie, me escuchaste claro. Eres bonita y me atraes, claro que quisiera tomarte, pero lo que más me hace querer empotrarte contra esa pared y demostrarte porque anoche no pudiste dormir, es tu jodida boca. Cada vez que la abres sueltas algo que no espero y lejos de molestarme, me prende como si estuviera en las malditas Vegas.

—¿No has pensado que la chica fingía y sobreactuaba tu desempeño? —¿Qué mierda?

—¿Quieres comprobarlo?

—Tú no me atraes.

—No mientas, hace rato cuando me acerque a ti, no pudiste disimular los nervios. —me puse de pie y volví a caminar hacia ella. —Querías que te bese, deseabas que lo hiciera.

—Tampoco soy de piedra, pero no significa que lo haré. Algunos sabemos controlar nuestros impulsos.

—¿Tan segura estas? ¿Qué pasaría si te beso ahora? —estaba tan cerca, que podía oler su perfume. Era una mezcla de caramelo con jazmín .

—Lo mismo que hace unos minutos.

—Esta vez no me podrás patear. ¿Qué harías? ¿Me devolverías el beso o me alejarías?

—Te alejaría. —no se escuchaba muy convencida de ello.

—¿Probamos? —sonreí, antes de tomar su cintura y atraerla hacia mi.

Cuando la bese dudo, no estaba yendo como espere, pero tampoco me alejaba. Cuando finalmente comenzó a responder, lo hizo de la manera en que sospeche que lo haría, entregada y demandante.
Llego un momento en el que no era yo quien lo controlaba, sino ella. Odiaba ceder el control, pero esta vez iba a permitírselo, me estaba quemando y ella era quien podía apagarlo.

En el instante en que ambos nos quedábamos sin aire, creí que me golpearía por besarla, pero capturo mi labio con fuerza, hasta que sentí mi propia sangre.

—No esta mal, pero necesitas practica. —quise reír ¿Ella me decía que me faltaba practica? Cuando estuvimos iguales.

—¿Por qué simplemente no admites que te gusto?

—¿Debería?

—Vamos pececito, casi me arrancas un pedazo.

—¿Te dolió? Lo siento, solo quería que tengas un recuerdo de un verdadero beso. Algo que no se repetirá.

—Yo creo que te asusta lo que sentiste. Es normal, todas lo hacen; es por eso que no me ató a nadie. No podría privar nadie de alguien como yo. —sonreí cuando su expresión segura cambio. Era tan fácil hacerla enojar y enserio disfrutaba haciéndolo.

No tenia una razón, simplemente se veía hermosa cuando se cabreaba.

—¿Quién querría atarse contigo? ¿No crees que tienes el ego por las nubes? Tan inflado como un globo.

—No es lo único pececito.

—¡Largo! Sal de mi vista antes de que te mate y créeme lo haré. Estoy segura de que mis padres y mis tíos me ayudaran a esconder tu cadáver, principalmente cuando les diga que te colaste dos veces en mi casa.

—¿Tanto te cuesta admitir que te sientes atraída?

—No, pero no admitiré nada que no sienta.

—Eso te convierte en una chica muy terca.

—¿Por qué rayos no te vas? ¿Tengo que sacarte a empujones?

¿Cómo podía esperar que no bromeé, cuando me lo dejaba servido de esa manera? Me era imposible no provocarla.

—¿Acaso buscas otra excusa para poner tus manos sobre mi? Debes recordar que soy tu jefe Laurie y eso se pondría complicado.

—Te voy a decir dos cosas imbécil, la primera es que este no es horario de trabajo y ni siquiera eres mi jefe, lo es tu padre. Y la segunda es que no necesito poner mis manos sobre ti, no cuando puedo terminar de dejarte ciego. —en cuanto se acerco a su bolso, supe que era momento de salir.

Caminé hacia la puerta y salí al pasillo, sintiendo como cerraba la puerta tras de mi.

—¡Loca! —gruñí muy cerca de la puerta, con intensión de que me escuchará, algo que claramente hizo.

—¡Imbécil! —su voz sonó amortiguada por la puerta, pero lo que termino de hacerme sonreír, fue escucharla poner el cerrojo.

Me divertiría provocando a esta chica, veríamos hasta donde llegaba su autocontrol. Porque una cosa era segura, se sentía atraída por mi y por la reacción de mi cuerpo, también ella me atraía.

Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora