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Gael





-Me llamó Peñalosa. -dijo Uriel entrando a mi casa, sabía que no tardaría en aparecer-¿Se puede saber por qué demonios renunciaste?

Alcé una ceja ante su tono, ambos manejábamos la agencia de seguridad y no iba a permitir que me tratará como un simple empleado. Aunque sí había actuado mal, debí avisarle de mi renuncia, en caso de que el hombre llamará para quejarse.

-Esa niña solo me ocasionaría problemas si seguía allí, ya no soportaba la idea de ser su último capricho.

Había aguantado muchas escenas coquetas y varios avances de Tina Peñalosa, pero esta vez esa niña se había sobrepasado.
Tenía solo dieciséis años, pero se comportaba como alguien mayor y en su afán por hacerme caer en su juego, me había esperado en su apartamento solo con una toalla. Toalla que dejo caer en cuanto entré.

No era un idiota, no iba a meterme con una niña. Tampoco lo haría porque no me interesaba, era demasiado atrevida, incluso para mi gusto y de seguir así, Alberto Peñalosa tendría graves problemas.

-¿Continuó con el dichoso acoso?

-Demonios si lo hizo, cuando llegue a su apartamento me esperaba completamente dispuesta a joderme. Tuve que salir de allí, de lo contrario no estoy seguro de que no hubiera saltado sobre mi. -bufé y tomé mi teléfono comprobando mis mensajes. Tenia dos mensajes de la chica en cuestión, preguntando a que hora iría por ella. - Mira a la acosadora, no hay manera en que regrese a trabajar con ella.

-Tendré que poner a Carlos, no creo que se atreva a acosarlo a él.

Carlos Hernández tenía cuarenta y siete años, un hombre recién retirado de la policía federal. Era un buen activo a nuestra empresa, aunque se caracterizaba por su carácter tosco.
Era un hombre de familia, diez años de matrimonio, tres hijos. Había frecuentado su casa, interactuando con su esposa y los niños.

-Si lo intenta también saldrá perdiendo, no hay manera de que ese hombre engañe a Lucrecia.

-Muy bien, hablaré con ellos. Primero llamaré a Carlos y luego a Peñalosa. Aunque el verdadero reto será que esa niña no arme un escandalo por su juguete. -Que bueno que lo encontrara divertido, ya quería verlo en mi lugar.

-Yo no soy el juguete de nadie. -respondí cortante.

Desde hace años las relaciones estaban prohibidas para mi, no quería volver a preocuparme de una manera tan intima por alguien y luego tener que alejarme.
Había aprendido de una manera demasiado cruel que eso solo causaba dolor, no solo a la otra persona, sino sobretodo a uno mismo.

-Esta noche estoy pensando en ir a infierno. ¿Vienes?

-Claro que voy, hace mucho no me distraigo.

Además sería bueno encontrarme a Beau y a Laurie, conversar un rato y distraerme de todos los problemas.

-Entonces quedamos así. Ahora iré a solucionar un poco de la mierda que me dejaste.

-Ese también es parte de tu trabajo.

Volvi a tomar mi teléfono cuando Uriel se marchó, tratando de distraerme, pero fracasaba de manera monumental. No era lo mismo desde que Aryeh volvió a la manada junto a Samara, se extrañaba el ruido y las locuras que siempre estaban haciendo.
Ahora solo tenía mi trabajo para distraerme y acababa de renunciar a un cliente.

El trabajo no era difícil, la mayoría de las veces era acompañar a alguien, por si acaso pasaba algo. Pero nunca pasaba nada, eran personas que creían que los demas querían atacarlos.
A pesar de haberme preparado para ser un policía, un mes después de estar sometido a pasármela detrás de un escritorio, decidí renunciar. Esperaba la acción, no el papeleo.

Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora