C.23

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Uriel




—¿Cómo que lo escuchaste? No puedes escuchar conversaciones privadas, si alguien no quiere contarte algo, deberías respetar su maldita decisión. —espetó, demasiado molesto hacia mi.

Si él esperaba que me disculpara, no pensaba hacerlo, eso significaría que me arrepentía de haberlo escuchado y nunca estuve más feliz de usar mi excelente audición que en ese momento.
De no haberlo hecho, seguiría esperando que él decidiera abrirse a mi, algo que al parecer no haría.

—Lo hice, no te forcé a decirme lo que sucedía, pero no me quedaría quieto a la espera de que quienes te buscaban, te encontraran. Vi la oportunidad y conseguí la información necesaria, ahora gracias a eso, tú y Azul están seguros.

—¿Es decir que para ti el fin justifica los medios?

—Sí.

—Eso es simplemente una mierda Uriel, no puedes estar hablando en serio. —llevó ambas manos a su cabeza y tomó buena parte de su cabello entre sus dedos. — Estas loco y lo peor es que también lo estoy. No solo te seguí hasta aquí, la maldita cuna de los dementes, sino que sigo pensando… no mierda, esto esta malditamente mal.

—Me vives acusando de pensar demasiado las cosas y ahora lo haces tú. No esta mal, ahora están seguros ¿No es lo más importante?

¿Qué importaba si había escuchado o no una conversación entre él y Rubí? Tenía que centrarse en lo que en realidad importaba, solo en eso y en nada más.

—¿Cómo quieres que confié en ti cuando haces cosas como esta?

—¿Y cómo se supone que voy a protegerte si no se lo que te persigue?

Ya estaba cansado de discutir con él, todo lo que decíamos era motivo para nuevamente chocar, por lo que no diría más nada, por esta vez iba a dejar a mis instintos actuar.
Me acerqué y sin darle tiempo a reaccionar, lo tomé de la nuca y choque mis labios con los suyos. Ya habría tiempo para pensar luego, pero ahora, ahora solo quería sentir a mi compañero.

Una vez que Lorenzo superó la sorpresa, no tardo en enredar sus dedos en mi cabello, atrayéndome más cerca, algo a lo que no hice ningún movimiento para resistirme.
Sabía que esta vez no podría detenerme, quería estar con él, lo necesitaba. Había follado con varias mujeres, pero nunca imaginé que lo haría con un hombre. Pero a pesar de no dejar ese pensamiento, todo se sentía demasiado bien, correcto.

Quería morderlo, marcarlo, reclamarlo como mi maldito compañero, pero no podía hacerlo, no aún.
Lorenzo no comprendía lo que significaba ser un compañero de un lobo y aunque debería explicárselo, este no era el momento.

Cuando se alejo, apenas un poco para quitarse la camiseta, pude vislumbrar en sus ojos el mismo ardor de deseo, que quemaba en mi interior.
Siguiendo su ejemplo, me deshice de mi propia ropa, arrojándola hacia cualquier lugar en la habitación. No importaba ahora, solo importábamos los dos.

—¿Estas seguro de esto? Porque luego no podrás dar marcha atrás. —entendía su pregunta, ya una vez había elegido ignorar lo que sentía.

—Quiero esto tanto como tú, no me hagas pensarlo, no cuando todo lo que quiero y deseo es estar contigo.

Gemí como un maldito cachorro teniendo su primer encuentros sexual, cuando Lorenzo tomó mi pene y el suyo y comenzó a acariciarlos juntos.
Era una sensación tan nueva, sentir el calor de mi compañero, el cual solo quería darme placer, que me sentí sin aliento, al pie del precipicio y dispuesto a saltar.

—Mierda. —gruñí, atrayéndolo hacía mi, necesitaba su cercanía, sentirlo.

Entre besos y toques, nos acercamos a mi vieja cama de infancia. Aquella donde tantas veces me pregunté como seria mi compañera, ahora sería testigo de la unión con este.
Caímos sobre el colchón, quedando él sobre mi. No era común esta posición, incluso cuando me acostaba con mujeres, prefería estar arriba, al mando, pero por esta vez no me importaba.  

Quería hacer tanto, pero no sabía como actuar. Por lo que simplemente me entregue a él.
Se encargo de esparcir besos por mi cuello, mi pecho, pero no fue nada como cuando su aliento chocó contra la cabeza de mi pene. La sola imagen de él, entre mis piernas, casi me hace venirme en sus manos, pero logré resistirlo.

Lo vi deslizar la lengua por toda mi dureza, hasta llegar a la punta, haciendo que me sea cada vez más difícil respirar.
Lamía de abajo hacía arriba, tomándolo todo en su boca, sin dejar de succionar.

No pudiendo seguir soportando el estar quieto, tomé con fuerza su cabello, manteniéndolo en su lugar, mientras comencé a mover mis caderas. Estaba tan cerca de venirme, pero lo sentía tan bien que era difícil detenerme, sin embargo antes de terminar en su boca, cesé mis movimientos.
Lo vi mirar a los lados, hasta que encontró una de las maletas que él había preparado. Se acercó y rebuscó dentro de esta hasta hacerse con un pequeño frasco y un condón, que no tardó en lanzarme.

—No sabía si sucedería, pero debíamos estar preparados. —Solo eso dijo antes de destapar el frasco y colocar una buena cantidad en su mano.

Cuando comenzó a acariciar mi pene, lubricándolo con el frio liquido, sentí la contracción que en este se provoco. No aguantaría mucho de seguir así.

—Estoy por venirme, no sigas así o terminaremos antes de comenzar. —mi voz sonaba un poco estrangulada, medio forzada.

—Entonces prepárate. —se sentó sobre mi miembro, duro como una roca y comenzó a frotarse, lubricándose a si mismo con este.

Lorenzo tomó mi pene y lo alineó  en su entrada, antes de dejarse caer, clavándose a si mismo tan profundo.
No me moví, hasta comprobar que este se encontraba bien, pero una vez que asintió, empecé a mecer mis caderas lentamente hacia abajo y hacia arriba.

—Ya muévete Uriel, no vas a romperme maldita sea. —gruñó, marcando él mismo el ritmo que quería.

Eché la cabeza atrás y gemí, mientras sentía como mi miembro entraba y salía de él. Por mi el mundo podía estarse acabando, que no me importaría, solo quería seguir estando junto a Lorenzo.
Mi cuerpo ardía con la necesidad de liberarme, pero quería retrasar lo más que pudiera ese momento.

Me alcé, uniendo nuestros labios en un beso tan o más ardiente que nuestros cuerpos en este momento. Saboreaba mi propio placer en su boca y sin poder evitarlo, comencé a masturbarlo, mientas seguía embistiéndolo.
Entre tres veces más en él, antes de explotar, pero no fui el único, ya que no tarde en sentir el liquido caliente chocar contra mi abdomen.

—Al parecer pelear no es lo único que hacemos bien. —dijo, levantándose de mis piernas y recostándose a mi lado.

—No pelearíamos tanto si no te mostraras tan a la defensiva.

—No empieces Uriel, estoy cansado.

Y también lo estaba, aunque lo que más existía en mi, en este momento, era la sorpresa. Creí que me sentiría mal luego de estar con él y fue todo lo contrario, no quería alejarme ni un solo centímetro.

Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora