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Gael




Al parecer había convencido a Rubí de darnos una oportunidad, pero por alguna razón, aún mantenía mis reservas en cuanto a ella.
Había pasado el resto del viaje pensando que iba a hacer. No podía dejar que los demás supieran que mi compañera estaba investigándolos, ellos ya me creían un inconsciente, pero tampoco tenía otro lugar tan seguro como la manada al cual llevarla.

Me sentía entre la espada y la pared, tratando de que ella desistiera de la idea de exponernos y poder protegerla, llevándola al lugar en el que más información podía conseguir.
Es como si mi suerte con las mujeres fuera una mierda, un karma que no dejaba de pagar.

Lo peor es que cada vez que sacaba el tema de ser compañeros, ella se espantaba como si le hubiera dicho la peor cosa del mundo.
¿Cómo la convencería de estar juntos, si no me dejaba sacar el maldito tema?

—Creo que ya no estoy tan segura de esto, quizás deberíamos volver. —estábamos llegando, este no era el momento para decirlo, no cuando habíamos pasado tres largos días conduciendo.

—Ya estamos aquí terremotito, el momento para arrepentirse fue no se, quizás hace tres días. Pero ahora tengo las piernas acalambradas, un poco de sueño, hambre y apesto como si un zorrillo hubiera orinado sobre mi. —La mire y encogí un hombro. —Además estamos a poco de llegar.

—Sí, pero estuve pensando y mira si no les agrado o peor, si se enteran que soy periodista y que estuve investigando a su especie durante bastantes días. —ella tenía que dejar de pensar un poco.

—Tranquilízate y respira, el hecho de que aquí la mayoría seamos lobos, no significa que te comeremos. Yo podría, pero dudo que eso importe en este momento. —ella seguía creyendo que la callaríamos, pero vería que éramos inofensivos, o eso esperaba. Nunca sabía con que locura saldría papá.

—No puedo creer que hables de sexo en un momento como este. En serio creo que lo mejor es que le des vuelta a este auto y volvamos a la ciudad, donde puedo no se, encerrarme en un manicomio tal vez.

—Deja de bromear y mira a tu alrededor. Mira como los niños corren tranquilos, nada les preocupa aquí. —Al menos por ahora.

—Es por eso que quiero irme, has logrado que mi culpa llegara hasta un nivel que no creí posible.

—Esa nunca fue mi intención.

Mi intención al traerla aquí siempre fue su seguridad, eso no había cambiado. Además, podría tener más oportunidades de conquistarla, estando aquí y no con ella siendo amenazada cada dos días.
Sin ir más lejos, el día que por fin nos besamos, terminamos casi baleados. Eso aquí no sucedería.

Seguí avanzando hasta llegar a casa de mis padres. Extrañaba estar aquí, los extrañaba a ellos y extrañaba  Aryeh.
Pero mientras yo estaba emocionado y feliz de estar aquí, Rubí se aferraba con ambas manos a su cinturón de seguridad.

—Llegamos. —ella ni siquiera se movió, parecía estar ignorándome. —¿Terremotito vas a bajar?

—No lo creo, aquí estoy muy cómoda.

—Tarde o temprano tenemos que entrar, piensa en que podrás darte una ducha y relajarte.

—No lo digas de esa manera, tampoco apesto.

—No estoy diciendo eso, solo pienso que adentro estaremos más tranquilos. Mira yo voy a entrar, ¿Segura que quieres quedarte aquí sola y expuesta? —eso la hizo quitarse el cinturón y bajar.

—Te odio.

—Es por tu bien, así que con el tiempo lo superaras.

—Estoy segura de que si, pero no se si los demás superaran las cosas. Gael, en cuanto sepan todo, me lincharan.

—Deja de creer que somos de una manera que no somos.

—De acuerdo. —entramos en la casa, pero no había nadie. No sabía a dónde habían ido mis padres, ni cuanto tardarían.

—Parece que tienes suerte terremotito, no hay nadie. —la tome del brazo y comencé a caminar hacía la cocina. —Vamos a buscar algo para comer.

En la cocina lo único preparado que encontré, fueron unas galletas de chocolate y nuez y si tenía que suponer, Samara las había preparado.
Preparé dos café y los puse sobre la mesa junto a las galletas.

—Vamos Rubí, no pasará nada malo. —dije tomando una galleta y dándole una mordida—Mmm… definitivamente las preparo Samy. Pruébalas Rubí, están buenísimas.

Ella aún con un poco de desconfianza tomó una y dio apenas un mordisco.

—Tienes razón, están buenas.

Seguimos comiendo en silencio, hasta que la puerta de entrada fue abierta y mi compañera pareció congelarse en su lugar.

—No lo puedo creer fortachón, casi logras que Nathan te golpee. ¿En qué demonios pensabas? —escuché la voz molesta de mi madre.

—Creo que es obvio que en nada. Fosforito no es mi culpa que Nathan este celoso de mi, no tengo la culpa de ser perfectamente encantador.

—¡Oh claro! Ahora lo eres, pero mientras corrían por todo el restaurante como dos niños revoltosos, no te importaba ser tan encantador.

—Incluso corriendo como un cachorro soy encantador mujer. Niega que me veía completamente adorable.

—No te veías así. —las voces cada vez estaban más cerca.

—No me puedes engañar, me querías besar allí mismo, vi tus ojos, soy el hombre de tu vida.

—Eres un idiota fortachón, eso…—la voz de mi madre se apago en cuento nos vio, pero parece que pronto la recupero. —¡Gael!

—Hola mamá, hola papá. —saludé, pero mi padre no me observaba a mi. Él tenía una picara mirada puesta en Rubí, quien se había puesto de pie y lucía algo atemorizada.

—Hola hijo, es bueno tenerte en casa. ¿Quién es campanita?

En cuanto observe a Rubí, vi que realmente se parecía al hada de Peter Pan, sobretodo mientras inflaba sus mejillas algo molesta.

 —Rubí, te presento a mis padres. Él es Michael y mi madre es Abigail…

—Solo Abby. —me corrigió mi madre.

—Ella es Rubí.

—¿Rubí? Me gusta más campanita. Así que dime pequeña, ¿Qué los trae desde el país de nunca jamás? —gemí, sabiendo que mi padre no dejaría de molestarla con ello.

—¿Michael, verdad? —Ante el asentimiento de mi padre Rubí continuó. —Aquí el niño perdido, cree que este es el lugar más seguro para mi. Digamos que me metí con personas malas y ahora encabezo la lista de las más buscadas.

—¿Y quien te busca? ¿Garfio o Peter Pan? —Rubí se volvió a sentar y cruzó sus brazos, sin apartar la mirada de mi padre.

—Ninguno de los dos, sino el lobo feroz. —Dijo, como si no le hubiera pedido que omitiera esos detalles.

—¿Gael? —Preguntó mi madre y gemí.

—Puedo explicarlo. —O eso esperaba.

Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora