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Rubí




Un guardaespaldas. Esa era la milagrosa solución a mis problemas, bueno, según Ángela.
No le veía sentido tener a alguien detrás de mi todo el tiempo, viendo que hago y que no, a donde voy, con quien me veo, aunque no viera a nadie más que a mis informantes.

No tenía amigas, en casa al vivir en medio de un campo, no podía frecuentar a las demás como quisiera y cuando vine a estudiar, aunque hice amigas, perdí el contacto con todas.
Era entendible que lo hiciéramos, todas crecíamos y empezábamos a concentrarnos en otras cosas. Unas en buscar una familia, un esposo, hijos e incluso un perro que cuidar. Pero yo no. Mi vida se encontraba aquí, detallado en montones de palabras, en un articulo de revista.

¿A quien engañaba? Mi vida era patética, no tenía ni siquiera un animalito al que cuidar. Quizás debería conseguirme un gato. Amo los gatos.
Pero lo que no amo, ni siquiera un poco, es la idea de un guardaespaldas. No necesito otra sombra, ya tengo una.

—¿Puedes dejar de morder ese lápiz? El solo verte esta haciéndome doler mis dientes. —Puse los ojos en blanco hacia Lorenzo y observe el lápiz, el que definitivamente tenía las marcas de mis dientes en él.

—Aún estoy nerviosa, no todos los días recibo regalos tan… exclusivos. De hecho creo que preferiría no volver a hacerlo, con flores sería feliz.

—Flores da cualquiera, ¿Pero una cabeza? Sin dudas querían dejarte una buena impresión.

—Y demonios si no lo hicieron, no estoy olvidándolo. Mucho menos con todo ese interrogatorio que me realizaron. ¿Y en las calles me llaman tiburón de preguntas? Deberían conocer al oficial Stone, solo le falto preguntar el talle y color de mi sostén. —el hombre estuvo interrogándome por casi una hora.

No tenía idea de quien pudo enviarlo, tenia demasiados enemigos que sabían que podrían encontrarme aquí, aunque nunca espere que hicieran algo parecido.
Una cosa era odiarme por exponerlos, pero no creía que a un punto tan extremo.

—Ángela no se detendrá, estuvo hablando de mejorar la seguridad en la entrada. Imagina si en lugar de una cabeza, hubieran ingresado una bomba.

—¿Me lo dices a mi? Me pondrá un guardaespaldas. Es eso o no publicar mis artículos. —mire la pantalla de mi computadora y suspiré. —Es incluso peor que despedirme, porque me retendrá como un adorno. ¡Estará cortando mis dedos!

—Creo que la expresión correcta sería “Cortando mis alas”.

—No soy un pájaro, Lorenzo y corta mis dedos al no permitirme escribir. Esto es demasiado injusto, porque solo hacia mi trabajo, no pedí que empezará todo esto.

—Solo dale el gusto, sabes que se comporta como una madre, incluso conmigo que hago su vida imposible. —lo que era verdad.

Lorenzo y Ángela tenían una relación difícil de amor y odio. Había días en los que se adoraban y otros donde no dudaría que otra cabeza terminaría rondando por aquí.
Demonios, no entiendo porque siguía pensando en ello. Esta noche seguro no podre dormir.

—No tengo otra opción, solo puedo rogar que no joda mi trabajo.

Con eso volvi a la investigación que había comenzado hacía días. Cuando había buscado en google, personas que se transforman en lobos, solo aparecían artículos sobre leyendas urbanas. Había perdido la cuenta de las veces que leí "hombre lobo, es el séptimo hijo varón  de una familia que no fue bautizado".
No podía poner eso o mi credibilidad terminaría en el suelo. No quería guiarme por una leyenda, tendría que conseguir mis propias pruebas.

—¡Rubí, ven por favor! —dijo Ángela y sabía que mi verdugo había llegado.

Apague la computadora y mire a mi amigo.

—Deséame suerte.

—No la necesitaras, solo será un hombre. Uno que te cuidara por un tiempo y quizás te pueda ayudar, ya sabes a ¿Cuál era la palabra? Oh si, socializar. —le regale mi mejor sonrisa y mi dedo medio, para amigos así…—También te quiero Rubí.

Caminé hacia la oficina de mi jefa y allí, habían dos hombres dándome la espalda.
Ambos eran imponentes, físicamente hablando. Hombros anchos, espalda rígida y sin dudas ambos tenían un buen trasero a admirar.

¿Me creerían desvergonzada por mirarlos de esta forma? Bueno no me importaba, peor sería que leyeran mi mente y vieran las ganas de nalguearlos que tenía, para comprobar si en verdad eran tan firmes.

—Rubí, quiero presentarte a los señores, él es Uriel Harrison —El chico castaño volteó, dándome una sonrisa de lado. Era en verdad atractivo, o quizás la abstinencia comenzaba a jugarme una mala pasada.

—Mucho gusto. —incluso su voz era agradable.

—Igualmente. —respondí y pese a lo que dije antes, me daba mucho gusto conocerlo. 

—Y al señor Gael Doll. —Voltee a mirar al chico rubio, que parecía sorprendido.

Este era incluso más atractivo, lo que me llevaba a darme cuenta de que no podría hacer esto. Soy una persona responsable y no puedo involucrarme con uno de ellos y sin dudas lo haría, solo hizo falta una mirada para llenar mi cabeza de pensamientos indecorosos.

—Un placer señora. —al momento en que estreche su mano, sentí como una descarga. Definitivamente esto era malo.

—No soy señora, soy señorita. —le aclaré. Tenía solo veinticinco años, no podía considerarme una señora.

Él solo me sonrió y estuve a nada de derretirme, pero no lo permitiría, tenía que pensar en mi trabajo.
De hecho, uno de ellos dos se encargaría de mi cuidado y esperaba que por algún milagro, me tocara el chico castaño, el rubio me ponía demasiado nerviosa.

—Mi nombre es Rubí Beck, creo que ya se los han informado. —trate de encontrar un poco de compostura, debía recuperar el control y no mostrarme como una tonta. —No soy muy receptiva a la idea de que estén controlando todo lo que hago, pero no soy una persona difícil de tratar. Por lo que aunque no estoy de acuerdo con la idea de un guardaespaldas, no buscare dar demasiados problemas.

La mirada de los tres quedo en mi, quizás estaba comenzando a divagar, pero no era inmune a los ojos celestes clavados en mi rostro.

—Es bueno escuchar eso, ya que las personas poco receptivas tienden a comportarse de manera irresponsable, dificultando nuestro trabajo. —Asentí hacia el chico castaño. Uriel, ese era su nombre.

—No se emocionen tanto, Rubí dice esto ahora y luego puede ser bastante difícil.  —Ángela estaba decidida a hacerme pasar un mal momento.

—¿Quién me cuidara? —pregunté cansada de seguir en su oficina.

—Yo. Yo te cuidaré. —miré a Gael y dudé, aún más cuando su sonrisa se torno un poco intimidante.

No sabía nada de este chico, pero en sus ojos vi que escondía algo y lo único que hizo fue despertar mi curiosidad.

Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora