C.29

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Lorenzo




Una semana, llevaba siete largos y tortuosos días, perdido en mis pensamientos, evaluando lo bueno y lo malo de aceptar quedarme con Uriel e intentar llegar a considerar esa idea descabellada y absurda de los compañeros, es decir, las almas gemelas lobunas.
Me seguía sonando como una imposición que un ser supuestamente supremo les imponía y a lo que ellos debían aferrarse. ¿Qué pasaría si mi hija crecía con esta absurda idea y el día de mañana descubría que su compañero era un déspota golpeador? Claramente mataría a ese hombre si solo una vez se atreviera a poner un solo dedo sobre ella, pero no sabía como absorber esta locura.

Uriel, ha pesar de verse claramente preocupado por mi comportamiento distante, buscando respuestas por mi mismo, sin acercarme y hablarlo con él, decidió respetar mis tiempos y no presionarme, aunque sabía que esa actitud no duraría para siempre.
Robert y Tracy también percibían la tensión en el ambiente, pero al igual que su hijo, no me presionaban para decidirme o para hablar con Uriel.

Me aferraba al tiempo, creyendo que eso solucionaría todo, como un mago haciendo un truco para un niño, pero sabía que estaba siendo ingenuo, ya que solo demoraba algo que pasaría tarde o temprano.
No podía siquiera aceptar la idea alejarme. Con cada defecto y forma de vida anticuada a la que este hombre parecía aferrarse, seguía sintiéndome atraído hacía él.

—Lorenzo, ya no soporto toda esta mierda, creo que es momento para que hablemos. —levanté la mirada, centrándome en el motivo de cada una de mis discrepancias.

Sabía que no tardaría en buscarme e intentar encontrar una solución a nuestros problemas o al menos una respuesta a mi actitud distante actual.
En mi mente tenía un cierto orden que me permitiría darle lo que esperaba fuera una respuesta acertada.

—Tienes razón, es momento de que aclaremos todo.

—Sé que debí buscarte cuando supe que mi padre te había informado lo que sucedía con los compañeros, pero todos creían que debía darte tiempo y aunque me costó, hice lo posible por darte eso.

Él no se acercaba, seguía manteniendo la distancia, quedándose con la espalda apoyada contra la puerta de cedro pintada de color caoba.
No estaba seguro de que fuera a darle una respuesta agradable, quizás pensaba que terminaría de huir de él y de todo lo que su mundo traía. Pero olvidaba que mi hija pertenecía a este caótico mundo, que tenía que aprender de ellos para darle una mejor educación y apoyo.

—Necesitaba pensar, habían muchas cosas por aclarar en mi mente y aunque sigo sin creer en toda esa locura acerca de las almas gemelas, creo que necesito escuchar tu punto de vista y lo que esperas de mi. 

—Como mi padre te dijo, eres mi compañero. Entiendo que te asusta un poco, el hecho de que para nosotros eso conlleva un para siempre…

—¿Un poco? Eso es un eufemismo, me aterra la idea de lo que eso significa. —principalmente porque seguía dudando de su veracidad.

—Bueno, nosotros hemos crecido viendo como estas relaciones funcionan. Solo tienes que mirar alrededor, todos aquí son compañeros.

Entendía lo que quería decirme, para él esto era algo normal, pero para mi era algo nuevo, algo que me llevaría mucho más de una semana asimilar.
Lo observaba y notaba sus nervios, sus inseguridades saliendo a flote y aunque quería decirle que todo estaría bien, primero tenía que saber muchas cosas más.

—¿Entonces esperas que acepte eso y me quede aquí?

—No. Sé que eres un poco liberal te he escuchado más de una vez hablar de vivir un día a la vez y eso es lo que quiero proponerte. —por primera vez desde que comenzó a hablar, se despegó de la puerta y caminó hasta sentarse a mi lado. —Sé que la idea del para siempre es un poco abrumadora, pero me importas, he dejado caer mis barreras y estoy listo para intentar que esto que esta surgiendo entre ambos pueda crecer y prosperar.

—Sabes que no será sencillo, ¿Verdad? —necesitaba más seguridad, más información sobre sus sentimientos.

—Soy consciente de ello, pero quiero intentarlo 

—Entonces te escucho.

—Quiero que intentemos estar juntos. Si no quieres algo permanente, te propongo que comencemos a vivir nuestro día a día, ver como funcionamos y el día que te sientas preparado y comprendas que llegué para quedarme en tu vida, aceptes el para siempre.

Acababa de proponerme exactamente lo que iba a ofrecerle, había pensado durante días como decirle esto y él lo había resumido sin complicación.
Ambos teníamos tantos obstáculos y prejuicios propios por superar, que intentar una relación día a día, sin promesas de un futuro perfecto, era lo correcto. Seguir conociéndonos, hacer crecer los sentimientos, definitivamente esto podía aceptarlo.

—He considerado esa opción, por lo que estoy bien con ello. Creó que sabes que me atraes y esta semana ha sido un infierno mantenerme alejado de ti, pero lo necesitaba.

—Ambos lo hacíamos. Sin ir más lejos, míranos, no estamos peleando.

—No tientes a la suerte Uriel. —a pesar de mi, sonreí, él tenía razón, esta era la primer conversación madura que teníamos.

—Ya estoy cansado de pelear. Piénsalo Lorenzo, ¿Qué ganamos con ello? Nada. Ambos tenemos personalidades que pueden chocar, pero también nos complementamos.

—También estoy cansado de eso, perdemos tiempo de hablar cosas importantes, de conocernos mejor o de pasar tiempo con tu familia, por estar peleando como un perro y un gato. No es eso lo que quiero que Azul vea al crecer.

—¿Entonces aceptas intentarlo?

—¿Sigues dudándolo? —voltee a observarlo y sonreí. —Si aún sigo aquí es por ti.

Al terminar de decirlo, Uriel se inclinó y unió nuestros labios. Nuestras bocas ya se conocían, pero el beso era algo tímido, pidiendo autorización, la cual fue dada, cuando lo profundicé.
Me sentía tan cómodo a su lado, que la sola idea de alejarme y dejarlo aquí se sentía incorrecto, erróneo.

—Te prometo que no habrá presiones, todo se dará con el tiempo. —prometió al alejarse un poco de mi.

Me sentía abrumado y algo imbécil por haber pasado tanto tiempo alejado de él. Me centraba tanto en lo malo, que le daba poca importancia a lo bueno y tal como me había dicho Leticia, de seguir con esa actitud pesimista e insufrible, podría perder mucho.
El orgullo puede ser bueno, pero de nada sirve aferrarse a él y solo hacerlo crecer. Me dejaría solo, me haría perder personas buenas y arrepentirme más adelante.

—Yo te prometo intentar no sobre reaccionar por pequeñeces y siempre esperar escuchar tu versión. Si lo intentaremos, lo haremos como se debe.

Ya no era solo yo, ahora tenía a Azul y era momento de madurar, comenzar a tomar mis decisiones basándome en lo que sería mejor para ella y lo mejor era ver a su padre feliz.
En este pueblo, manada o como sea que a ellos les gustará llamarlo, reinaba el sentido de la familia, algo que también era tan nuevo que me asustaba. Pero quería que ella creciera rodeada de esto, adquiriendo los valores que vio en esa fiesta: lealtad, amistad y amor. Cada uno de ellos se amaba y no dudarían en siempre estar para el otro.

Personalidades tan diferentes, pero que armonizaban tan bien con el otro. ¿Si ellos podían hacerlo funcionar, por qué yo no podría?
Debía confiar un poco más en Uriel y en mi, permitiendo que si esa locura de destino que ellos dejaban que los impulse, existía, hiciera su magia nuevamente.

Por primera vez en toda mi vida, iba a dejar mi futuro a la suerte, confiando en que todo funcionaria bien y cada pieza se acomodaría en su lugar, sin tener que intervenir.


Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora