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Aysel



—Estuvo delicioso. —dije al terminar.

Estaba nerviosa, no por sentirme asustada, sino lo opuesto, estaba excitada, expectante. Quería creer que hoy por fin iba a tener a mi compañero todo para mi.
Estar con él es algo que quería hacer hace tiempo, la cantidad de pensamientos de nosotros juntos, habían ocupado varias de mis noches.

—Hubiera preferido que probaras la comida casera, pero deberás esperar a otra oportunidad. —estaba tan tentada a reír. Es que cada vez que recordaba que la carne se le había quemado, su rostro parecía el de un niño a punto de iniciar un berrinche.

Mordí mi labio, tratando de no estallar en carcajadas. No sería muy agradable de mi parte burlarme de su desgracia.

—Tarde o temprano terminaré comiendo tu carne. —dije sin pensar, entendiendo muy tarde que eso solo sonaba inocente en mi cabeza.

—Estoy seguro de ello.

—¿Así?

—Acabas de decirlo rayita, quieres comer mi carne, saltar por mis huesitos. Eres un poco salvaje. —era increíble, ver lo rápido que la chispa de picardía había vuelto a sus ojos, pero era algo bueno, me hacía preguntarme cuanto tardaría en venir por mi.

—¿Te gustaría que sea salvaje?

—Estas jugando con fuego.

—¿También me dejaras quemarme o podrás manejarme Cedric? —provoque, cansada de esperar. Si él no lo hacía, sería yo quien de el paso.

No estaba dispuesta para seguir así, por lo que me levante de mi asiento y caminé hacía él, bajo su atenta mirada, sentándome en su regazo.
Coloqué mis manos en sus hombros y me incliné, casi rozando sus labios, antes de echarme hacía atrás nuevamente.

—Dímelo Cedric. —tomé la parte de trasera de su cabello y eché su cabeza hacia atrás. —¿Jugamos con fuego? Es divertido.

—¿Te gusta tener el control rayita?

¿Me gustaba? Demonios sí. Disfrutaba sentir el mando, verlo desearme, mientras tomaba mis tiempos.

—Sí. —no tenía porque negarlo, me encantaba.

—A mi también me gusta tenerlo y puedo ceder en muchas cosas, menos en esto. Te tomaré, te deseo tanto. —sus manos subían y bajaban desde la curva de mi cintura, hasta mi trasero. Era como si su toque, aún sobre la ropa, quemará, dejando sensible cada parte por la que pasaba.

—¿Es el alfa en ti hablando?

—En parte, pero también es el hombre enamorado y totalmente hambriento de su compañera. Iba a hacer esto diferente rayita, pero no me ayudas. —quizás el que ahora estuviera meciéndome sobre su entrepierna, se lo complicaba un poco.

—Yo creo que si te ayudo.

—Si, lo haces. —dijo antes de tomar mis labios con los suyos.

Su lengua barre en mi boca y gimo, agarrando su cabeza para sostenerlo hacía mí. No hay manera en que rompa este beso y como él lo haga, podría lastimarlo.
Cuando se levanta, alzándome con él, en un movimiento rápido, no tardo en envolver mis piernas en su cintura.

Lo sentí caminar y sabía que estaba llevándome al cuarto, no es como si me importará, en este momento cualquier lugar estaría bien.
Al llegar a destino, me deja caer en la cama y en lo único que puedo pensar es que, si no vuelve a tocarme pronto, no lo hará en mucho tiempo.

—Eres tan hermosa rayita, no tienes ni una jodida idea de lo mucho que te deseo. —él no aleja la mirada de mi, mientras me estiro en la cama.

Estoy por responderle con alguna provocación, que lo haga apurarse, pero todas las palabras mueren en cuanto se saca la camiseta con una mano. Muerdo mi labio, mientras sin ningún tipo de vergüenza miro su ancho pecho, con apenas un poco de vello en medio.
Sigo el movimiento de sus manos, bajando por una v, por la que tengo tantas ganas de pasar mi jodida lengua. Pero no es hasta que se deshace de sus pantalones, que mi boca se seca.

¡Maldito descarado, no tenía bóxer!

—¿Te gusta lo que ves Aysel? —preguntó, poniéndose de rodillas a los pies de la cama, haciendo que me levante sobre mis codos para tener una mejor vista de él.

—Me gusta mucho, pero eso ya lo sabes. Ya ven aquí. — llegue a él, volviendo a unir nuestros labios.

Sus manos comienzan a subir mi vestido y los besos comienzan a extenderse por mi mandíbula, bajando a mi cuello y volviendo a subir.
Una vez el vestido esta fuera, sus manos aprietan mis pechos, provocando que mi espalda se arquee contra el colchón, empujándolas más adentro de sus palmas.

De pronto, una de sus manos suelta mi pecho y comienza a bajar, de una manera tan tortuosa que pudiera volver loca, hasta a la persona más paciente. Pero cuando finalmente comienza a acariciar la parte de mi que tanto lo ansiaba, gimo su nombre.
Sus dedos juegan  con mis pliegues, hacen círculos, antes de introducirse en mi.

¡Diosa! Resisto el impulso de gritar, elevando mis caderas, para que no aleje su toque.
Mientras sus dedos se hunden en mi interior, su boca tortura mi pecho, lamiendo, chupando y mordiendo. El placer en este momento es increíble, pero quiero más, lo quiero todo y ese todo ahora esta presionado contra mi pierna izquierda.

Armándome de valor, estiro mi mano y alcanzo su polla, dándole un suave apretón.

—Ya deja los juegos Cedric, por un demonio, estoy jodidamente lista.—mis palabras salen como una especie de orden, gruñido y suplica a la vez.

Una pequeña sonrisa aparece en su rostro antes de negar y acercarse a besar mi nariz.

—Lo sé, solo estoy viendo que tanto te tardabas en mandar.—con una sonrisa aún en su rostro, toma el paquetito plateado del suelo, se lo coloca y se posiciona sobre mi, apoyándose en sus antebrazos.—Te amo Aysel.—su mano acaricia mi mejilla de manera tan intima.

Comienza a empujar dentro de mi, contrayendo cada musculo en mi interior, pero sé que esta conteniéndose. ¿Acaso cree que me lastimara?
Levanto mis caderas, tomándolo todo de él e instándolo a no tener dudas.

—Estoy bien, no te contengas.

—Muy bien rayita, hasta aquí. Desde ahora tomaré el control, ya no puedo.— y eso hizo exactamente.

Sus caderas chocan con las mías, mientras mis pechos se balancean contra su musculoso pecho. Lo beso, pero rápidamente se hace cargo, introduciendo su lengua y acallando cada gemido que suelto.
Extrañaba tanto el sexo, pero hasta ahora comenzaba a ser tan intenso y no quería que terminara pronto. Pero mientras más lo disfrutaba, más al borde me sentía y no sabía cuanto más resistiría.

—Estas a punto de venirte, vamos rayita, déjate ir, estoy allí también. —sí lo estaba, pero quería seguir.

—No, aún no pares.

Pero supe que perdí, cuando desliza su mano entre nosotros y frota mi clítoris. Sus caricias y sus empujes cada vez más duros, terminan por hacerme explotar.
Todo mi cuerpo tiembla contra el suyo mientras le entierro mis uñas en la espalda y las rastrillo a lo largo de su piel.

—Te dije que te vendrías.

—Y yo que esperaras, se sentía muy bien.

—Tenemos toda la noche.—y sonreí, apoyando mi cabeza en su pecho.

Esperaba que esta noche nunca terminara.


Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora