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Samara


Estaba muy ansiosa, tenía que llegar o ninguno de los gemelos me lo perdonaría. Antes de ir a la ciudad les prometí que estaría presente el día de su cumpleaños, como cada año, pero papá tuvo que detenerse a cambiar un neumático y tardó más de lo que esperé.
Gael ya me había bombardeado a mensajes y la constante vibración en mi bolsillo, me decía que en cuanto mirará mi teléfono, tendría una nueva catarata de reclamos.

Mordí mi labio, realizando una pequeña oración. Si llegaba antes del pastel estaría bien, y quería creer que así sería.
Conocía al pequeño demonio y si me veía llegar después, atraería la atención hacía mi. Algo con lo que nunca me sentí muy cómoda. Esa es una de las razones por las que no festejaba mi cumpleaños en la manada, me asustaba un poco que la gente me mirara fijamente.

Había asistido a un par de sesiones con una psicóloga, que me dijo que mi miedo deriva en las multitudes, lo cual ya sabía, pero no era grosera como para recordárselo. Sin embargo, la realidad era que amaba pasar desapercibida, era mi forma de ser.

—Relájate cariño, vamos bien de tiempo. —le sonreí a mi madre, y a pesar de mis nervios, era una sonrisa sincera.

—Es que se molestaran si no llego, ya saben cuan sensible es Gael. —él principalmente estaría esperando que llegue con un regalo y noticias de Faith.

Elegir algo para ambos no fue tan sencillo, pero lo logré. Para Gael había conseguido un perfume, pero para Aryeh, había encontrado una campera de cuero que sabía que se le vería perfecta. Por un momento planee conseguirle a ambos lo mismo, pero la verdad me gustaba el perfume actual de Aryeh.

—Quizás sea bueno, él esta muy mimado. —dijo mi padre con una sonrisa.

—¡Papá! —dije al mismo tiempo que mi mamá gritaba ”Logan”.

—¿Qué? Es la verdad. Michael los ha mimado y aunque Aryeh parece más responsable, están acostumbrados a siempre obtener lo que quieren.

—Logan, te amo, pero eres exactamente igual con Samara.

—Ella es mi princesa.

—Y ellos son sus príncipes. —mi mamá comenzó a reír, mientras yo cubría mi rostro. —Los dos son iguales, padres sobreprotectores y consentidores.

—¿Por qué nunca puedo contradecirte pajarito?

—Porque me amas y yo te amo, además sabes que te digo la verdad y eso impide que puedas encontrar una excusa convincente. Pero Samara tiene razón, si tardamos mucho se comerán todo el pastel y ya tengo hambre.

Mi padre comenzó a reír, pero la verdad es que yo también comenzaba a querer algo para comer, habían pasado dos largas horas desde que terminamos las provisiones.
Nota mental: la próxima vez, empacar el doble. En vez de tres días, llevar comida para una semana.

Mientras mis padres seguían hablando de los cambios que surgirían ahora que Benjamín volvería a ser el comisario, decidí tomar mi teléfono y controlar al lobito rebelde.
Me sorprendió ver que me había dejado quince mensajes, QUINCE, preguntando cuánto me faltaba. Él sin dudas estaba bastante loco.

*Samara: Estoy llegando. Los quiero.

Respondí de manera rápida, antes de volver a guardar el teléfono y acomodarme con la intención de dormir al menos un poco. Solo esperaba que papá se apurara.

Desperté cuando mi madre repitió mi nombre incontables veces. Me enderece bostezando y miré por la ventanilla, para ver que ya estábamos aquí.
No podía perder tiempo, ya era bastante tarde, pude ver que la noche había caído. Por lo que rápidamente pase mis dedos por mi cabello, en un intento desesperado de ordenar el nido de carpinchos que se había formado y tomé los regalos, antes de salir.

—Samara espéranos. —advirtió mi padre a mi espalda.

Asentí y me quede en mi lugar, mientras movía un pie y luego otro. Estaba segura de que habría pastel de chocolate, con crema y fresas, no podía esperar, estaba convencida de que hasta la ciudad se escuchaba el sonido de mi estomago.

—Apúrate papá, hay un trozo de pastel con mi nombre. —dije, haciéndolo sonreír.

—No se porque sigo sorprendiéndome, deberé rescatar a mis chicas o mañana terminaran descompuestas de tanto comer dulces.

—Ni se te ocurra Logan. Samara tiene razón, hay que entrar. —sí, podría abrazar a mi madre, si no tuviera mis manos ocupadas en los regalos.

En cuanto entre, no tarde en visualizar a los gemelos. Estaban sentados junto a Uriel, ya comiendo el pastel, que tal como supuse, era de chocolate.
Sin esperar a mis padres corrí, llegando a ellos y abrazándolos por detrás. Pero no me di cuenta de que en ese momento Aryeh había llevado un trozo a su boca y mi demostración de cariño solo provocó que se ahogara.

Mientras él no dejaba de toser, dando pequeños golpes a su pecho, perdí mi compostura y solté mi parte de supervivencia. Comencé a golpear su espalda con fuerza, antes de envolver mis brazos desde su espalda y presionar su abdomen.

—¡Papá ayuda! ¡Papá! ¡Aryeh se esta ahogando por mi culpa! —ahora estaba fuera de control, gritando de manera desesperada sin dejar de apretar su abdomen. —¡Oh por Dios! ¡Oh por Dios! ¡Necesitamos un médico! Tranquilo estarás bien, no te dejare morir.

Estaba tan desesperada por ayudarlo, que no sabía si lo que hacía estaba funcionando, pero quería que no le sucediera nada malo.
De repente dos fuertes manos, tomaron mis hombros y me alejaron de Aryeh. No entendía que sucedía, ya que mi vista se había nublado y si debía suponer, estaba a nada de desmayarme de la impresión.

¿Lo había salvado? ¿O acaso lo había terminado de asesinar? No lo sabía, lo que sí sabía es que ahora tenía a Michael y a Gael frente a mi, mirándome bastante preocupados.

—¿Lo maté? ¡Oh no, yo solo quería ayudarlo!—me lamenté, provocando que ambos estallaran en carcajadas frente a mi.

Empecé a mirar hacía todas partes y pude ver a Aryeh, sentarse en una silla y respirar con pesadez. Al menos estaba bien, aunque no dudaba que iba a estar bastante molesto conmigo.

—Claro que no lo mataste bichito de luz, pero casi lo logras. —respondió Michael, luchando con los espasmos de la risa.

—¿Estas bien cariño? —miré a mi padre, quien estaba detrás de mi, igual de divertido que los demás y negué.

—Nunca estuve tan asustada en mi vida, casi asesino a Aryeh. —entonces me di cuenta que todos me estaban mirando. —¡Oh por Dios! ¿Por qué no puedo convertirme en avestruz y esconder mi cabeza en la tierra? —pregunté consiguiendo otra ronda de carcajadas. ¿Es qué acaso no podía mantener mi boca cerrada?

Ahora lamentaba que el viaje no se hubiera retrasado un poco más. En este momento, sentía que podía morir…

Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora