C.19

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Lorenzo



Había ocasiones en las que la personalidad misteriosa de Uriel era bien recibida. Cuando guardaba ciertas cosas para no preocuparte o para hacerte sentir mejor. Pero claramente esta no era una de esas ocasiones.
Su improvisado viaje, el cual creí que sería una rápida escapada, nos tenía hace tres malditos días encerrados en este maldito auto, conduciendo a través de un camino de tierra olvidado por Dios.

No me quejaría sino viajara con una bebe que necesita leche caliente y ciertas comodidades, pero al parecer no tuvo en cuenta estos detalles a la hora de tomar esta bendita decisión.
Todo lo que hizo fue aferrarse a la idea y no tardar en subir las maletas al auto, para luego por poco subirnos a nosotros también.

—¿Falta mucho? —Pregunté por cuarta vez.

A esta parte, el camino estaba lleno de hoyos y el auto no dejaba de dar grandes saltos, provocando que Azul se pusiera demasiado inquieta.
Sus quejidos, a causa del sueño frustrado pronto se transformarían en sollozos.

—No. —eso fue lo único que respondió. No.

Al menos debería decirme a cuantos kilómetros de su bendita manada nos encontrábamos, pero solo conseguía evasivas y largas.

—Perfecto, ya que es la misma respuesta que me llevas dando hace dos días.

—Llegaríamos antes si no te quejaras tanto. Cada media hora estas preguntando: ¿Ya llegamos? ¿Ya llegamos? Pareces un jodido niño y estoy seguro de que ellos no se quejarían como tú. —Giré mi cabeza, listo para mandarlo a la mierda, pero preferí guardármelo para mi. Con el mal carácter que se cargaba, era capaz de dejarme tirado aquí mismo.

—Azul tiene sueño y no puede dormir así.

—No mientas, ella descansa como si nada. El único con problemas eres tú. —Bufé, pero lamentablemente era cierto. No pude pegar un ojo desde que salimos hacia aquí. —No entiendo como puedes ser tan quisquilloso, pero creo que solo lo haces para ver por donde vamos por si tienes que huir.

¿Y el podía culparme? Estaba llevándome a un lugar donde mi hija y yo podríamos ser la cena.

—Que bueno que te hayas dado cuenta.

Vi a Uriel negar y subirle a la música, eso era algo bueno, ya que si él no estaba de humor para hablar, tampoco yo lo estaba.




                     (***)





Cinco horas más tarde, estábamos llegando a un pequeño pueblo, lleno de niños corriendo por donde sea que mires, como si fueran los dueños del lugar.
Nada parecía perturbar a quienes estaban aquí y tal vez así era. Solo necesitaba un escondite, al menos hasta encontrar un lugar estable.

—¿Aterrador? —Preguntó Uriel con una mueca de burla.

Me sentía un idiota, este lugar era más parecido a un jardín de niños que a un matadero. A simple vista no había peligro, pero debería mantenerme un poco atento, al menos hasta lograr hablar con Rubí.

—¿Es tan difícil que te quedes callado? Estoy tratando de pensar. —tenía que poner en su lugar mis ideas, de lo contrario terminaría por volverme loco.

—Esto es genial. —Sonrió al mirar por la ventanilla y al hacerlo, me encontré con la espalda de una chica.

Tenia el cabello largo y con bastantes ondas despeinadas, pero parecía molesta. Su andar así lo revelaba, pero eso no desmotivo a Uriel de hablarle.

—¿Te llevó? —preguntó este al bajar la ventanilla, consiguiendo que la chica volteará y lo mirará con una enorme sonrisa.

—¡Uri! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo no avisas que vendrás? —se veía algo joven, unos dieciocho, diecinueve talvez. Pero era evidente que ambos se llevaban demasiado bien, ya que Uriel detuvó el auto y bajo solo para abrazarla.

—Quería darles una sorpresa. ¿Cómo esta todo por aquí?

—Todo esta bien, ya conoces a los demás, Cedric es un idiota pero hace un buen trabajo. —ella paso ambos brazos por su cuello, antes de volver a reírse. —Te extrañe, lo peor es que no podré estar nada de tiempo contigo. Tú llegas y yo estoy a días de viajar.

—¿A dónde vas?

—A visitar a mis abuelos. —ella hizo una mueca de disgusto, antes de poner los ojos en blanco. —Ya sabes que tanto ellos como mi madre tienen planes para mi.

—¿Siguen con esa idea?

—Más decididos que nunca. Pero no quiero hablar de ello ahora, prométeme que antes de irme hablaremos bien de todo.

—Claro, solo debo llevar a Lorenzo y a Azul a un lugar seguro. —respondió, consiguiendo que la chica mirará dentro del auto, viéndome por primera vez.

—Hola, mucho gusto. ¿Tú cómo estas? —Preguntó, sonriéndome como si fuera alguien a quien conoce de toda la vida.

—Bien supongo, gracias. —Era bonita, aunque no me sentía muy feliz con la idea de verla abrazada aún a Uriel.

—Bienvenido, no sé que te habrán dicho pero no te preocupes por nada, solo si te encuentras a Michael. No es peligroso, solo bromista, ya me entenderás. —pero no le entendía, ¿Por qué me decía esto?

—¿Tú quién eres?

—El amor de su vida. —respondió empujando un poco a Uriel, quien no tardo en mirarla y sonreír. —Aunque no de esta vida, eso sería raro, ya que no me gustan los ancianos.

—¿Ahora soy un anciano? Creí que me querías Leti. —era la primera vez que veía a Uriel tan relajado y no sabía si la razón era por estar aquí o si ella tenía algo que ver.

—Ya dije que eras el amor de mi vida, uno imposible, pero si te quiero. Pero ahora me tengo que ir, debo seguir empacando. —bufó y me señalo —Tú no olvides lo que te dije, no dejes que te asusten, principalmente Uriel, solo finge ser malvado.

—A mi me parece un idiota. —Respondí y ella giro su cabeza para  mirarlo.

—También lo es, pero es el mejor amigo que tengo. —tras darle un último apretón, se volvió para irse. —No lo olvides, me debes una conversación Uriel Harrison.

—En un rato voy a tu casa. —Ella asintió y se despidió, haciendo un gesto con su mano.

Cuando Uriel volvió a subir al auto, poniéndolo en marcha, no podía dejar de preguntarme: ¿Quién era esta chica en su vida?
Tenían mucha confianza y parecía haberlo puesto de muy buen humor.

Podía ser una de las personas a las que él había venido a ver, a quien dijo que extrañaba. Odiaba el sentimiento de molestia que pensar en eso me provocaba, pero no podía hacer nada para impedirlo.

—Es bueno finalmente estar en casa. —Suspiró tranquilo.

—Me imagino. —yo no podía decir lo mismo, al menos no aún.

Me sentía amargado, pero no podía obviar los sentimientos que él me provocaba y verlo con una chica colgada de él, no hacía otra cosa que molestarme.




Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora