26.

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Faith







Dolía mucho. No importaba que fuera una loba, la cantidad de golpes que me dieron, de seguro romperían los huesos de cualquier persona, pero los míos, sanaban con mayor velocidad, por lo que solo quedaba el dolor.
Tenía sangre seca por donde mires, pero cada herida se cerró hace tiempo, dejando solo la sensación de ardor en todas partes.

Dante, maldito sea Dante, estaba aprovechando esto para vengarse por cada vez que me enfrente a él. Pero el muy cobarde no era capaz de soltarme, sabía que de hacerlo no sería yo quien resultaría más lastimada.
Con él habían varios hombres más, los cuales no tenía ni una maldita idea de quienes eran. Pero sin dudas sabía quien era el que se encargaba de dar las ordenes, puesto que no dejaba de hacerlo.

No tenía derecho a quejarme, había salido porque así lo quise, en lugar de escuchar a mis padres y a Jonás. Jonás, él se volvería loco cuando supiera que me tenían, queriendo matar al mundo en lugar de molestarse conmigo que soy la verdadera culpable.
Luego estaba Gael, esperaba que hayan podido ayudarlo, ya que cuando me trajeron él estaba perdiendo mucha sangre.

―Es hora de despertar, tenemos muchas cosas de las que hablar. ―escuché una profunda voz de hombre, antes de sentir el golpe en mi rostro. ―¡Que despiertes te he dicho!

Gemí, ya no soportaría mucho tiempo más el dolor, pero no dejaría que lo noten.
Abrí mis ojos lentamente y encontré al hombre de traje, aquel que se quedaba alejado, ladrándole ordenes a todos.

―¿Y tú quien eres? ―pregunté con cierta alarma en mi voz.

―Soy el hombre a quien tu jodida boca le ha costado bastante dinero ¿Entiendes lo que es invertir tiempo en preparar a dos buenos repartidores y que una idiota chica los ponga bajo el reflector de la policía? Estas en muchos problemas ahora mismo.

―Yo no he hecho nada.

―¿Acaso no eres tú quien acusa a mis chicos de matar a alguien? ―en ese momento recordé a Dante.

―Ese imbécil, pedazo de poco hombre mató a mi amiga, por supuesto que lo voy a denunciar. ―mis palabras solo consiguieron que tras un gesto del hombre, otro se acercara y me volviera a golpear.

―Puede ser que tengas razón, pero eso a mi no me importa. Perdí varios kilos cuando estos idiotas se marcharon, ni hablar cuando señalaste a uno de ellos. No es fácil mantenerse bajo el radar tanto tiempo, te lleva tener que gastar mucho dinero, haciéndote a los amigos correctos, pero ni ellos pueden evitar que algunas cosas no puedan esconderse bajo alguna polvorienta alfombra. Tal vez podamos esconderte a ti en una.

―¿Acaso estas tratando de amenazarme? ―Sabía que lo hacía y sabía que me matarían, no había que ser muy inteligente para verlo. Este viejo hombre frente a mi, podía aplastarme con solo mover su pulgar.

Intentaba recuperarme, buscando dentro de mi la fuerza necesaria, pero estaba muy golpeada y me llevaría tiempo recuperarme.
Había estado esperando a que me encontraran, pero ya no podía seguir confiando en ello. Mientras más débil me sentía, más esperanza moría.

―¿Lo estoy? ―Fingió pensarlo unos momentos antes de espetar con furia. ―¡Por supuesto que estoy haciéndolo! Me pusiste en una muy mala posición con un buen número de personas y no puedo permitirte salir como si nada, serás un ejemplo para todos de que no deben meterse con Leopoldo Sosa.  

―Yo solo he dicho la verdad, ese imbécil al que proteges asesinó a alguien cercano a mi y lo volvería a señalar como sospechoso mil veces más. ― él echó su mano hacía atrás y volvió a abofetearme. Gemí cuando sentí el pinchazo de dolor, que sería un corte en mi mejilla por el contacto con su anillo.

―No tengo protegidos, en mi trabajo todos son reemplazables y tu amigo pronto lo entenderá.

No entendí que quiso decir, hasta que le volvió a hacer un gesto a uno de los hombres detrás de él.
Todo paso tan rápido, que no sabía si lo había imaginado. Pero en un momento el hombre que estaba parado tres pies detrás de Leopoldo Sosa, caminó y sin dificultad alguna, desenfundó su arma y disparó, haciendo que explotará la cabeza de Dante.

Su sangre estaba cubriéndome y aunque no lo había notado, mis gritos llenaban el lugar. No comprendía porque lo hizo, pero ahora mi nivel de temor había crecido y estaba segura que sería la próxima.

―Las personas que contrato deben ser cuidadosas, no impulsivas como este chico. No pudo controlar a su mujer y no pudo deshacerse de ella sin generar toda esta mierda, ahora sabe lo que sucede cuando no piensas las cosas.

Esta vez sin dudas me había superado, yo sola y sin ninguna ayuda, me había jodido enormemente. Nadie llegaría para salvarme y me lo merecía, fui terca, fui imprudente, fui una grandísima idiota al haber salido, pero no imaginé que sucedería esto.

―Álvarez, encárgate de ella. ―mi mirada recorrió a todos los presentes hasta detenerse en el hombre que había asesinado a Dante.

Era un hombre joven, de unos treinta años como mucho, castaño, de ojos color café. Su mirada no expresaba nada y eso era lo que más me asustaba.

―Lo siento muñeca, tú te lo buscaste. ―el primer golpe no lo esperé, creí que me dispararía como Dante, pero en su lugar, me golpeó.

Disfrutaba golpeándome, mientras yo luchaba con las ataduras. Si pudiera soltarme, al menos le daría algunos golpes, antes de que sus amigos se sumaran a la fiesta y terminaran conmigo.
Si iban a matarme, esperaba que lo hicieran de una maldita vez y se dejaran de torturarme.

―No te escucho muñeca. ¿No tienes nada para decir?

―¡Ojala te mueras maldito hijo de…!―un nuevo golpe acalló mis palabras.

Escupí sangre y terminé de rendirme, no podría soltarme, no podría escapar de esto.

―Creí que el jefe era Sosa, ahora veo que siempre fuiste tú…

―Es más valioso aquel que se ensucia las manos y sabe como mantenerlas limpias para todo el mundo, que alguien que solo manda. ¿No crees?

No lo creía, estaba segura de que esas palabras no habían sido las más inteligentes a utilizar. Menos cuando Sosa aún no se había ido de la habitación.
Pero mientras este hombre me golpeaba, de manera ferviente, sin importarle nada, detrás todos comenzaban a moverse y por segunda vez en menos de dos horas, la cabeza de un hombre era baleada frente a mi, aunque esta vez no había explotado, sino que un hilo de sangre comenzó a bajar de su frente.

Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora