C.22

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Lorenzo





—Creo que no debí venir aquí y es momento para que nos vayamos. Debo volver a la ciudad con mi hija. —no podía seguir en este lugar, lo mejor era irme, intentar llegar con mis padres y empezar desde cero en un nuevo país.

Si seguía aquí ellos me volverían loco, ya sea con bromas o con verdades escondidas. Pero no podía arriesgarme a que nos hicieran algo.
Rubí estaba perdida, lo había visto en sus ojos, ella seguiría a Gael a donde sea, como una persona completamente enamorada.

Confiaba en Uriel y Dios sabía que lo deseaba, pero no estaba tan loco como para morir por él. Una cosa era la atracción, fuerte y ardiente y otra muy diferente, era la ilusión del amor trágico, algo que no deseaba sentir.

—¿Te quieres llevar a Arenita? Pero si recién me conoce, no puedes, no te dejaré. —clavé mi mirada en Michael, lucharía si debía hacerlo. 

—Trata de impedírmelo, es mi hija.

—Lorenzo cálmate, él solo esta jugando, no debes ponerte tan a la defensiva.

—Estamos hablando de mi hija Rubí, tengo todo el maldito derecho a ponerme a la defensiva.

Estaba actuando un poco intenso, podía notarlo, pero a pesar de querer bajar la intensidad de mis reacciones, estas simplemente parecían ir en constante aumento.
Todo me parecía mal, era como si fuera un globo y cada comentario me llenará más y más de aire y en cualquier momento pudiera explotar.

—Creo que todos deberíamos calmarnos, Lorenzo tiene razón en comportarse de esta manera, ya que no nos conoce. Michael estas asustándolo, dale a la bebe y deja de bromear.  —al menos alguien parecía tener la cabeza puesta sobre los hombros, en este maldito lugar.

—No estoy haciendo nada Jack, solo juego con la niña. ¿Por qué me regañas?

—Porque lo estas poniendo nervioso.

—Él lo estaba desde antes de verme. —se defendió, encogiéndose de hombros.

—Ya basta, tú ven conmigo—Uriel me señalo —debemos hablar. Michael, ¿Puedes cuidar a la bebe un rato?

¿Por qué de todos los presentes se lo pedía a él? Podía pedírselo a Rubí, a Gael e incluso a Jack, quien a mi entender era el más sensato, pero no, se lo pide al demente.

—Claro que sí, debo mostrársela a fosforito, quizás una niña vuelva a despertar el instinto maternal en ella. —suspiró y apretó mi hombro. —Una mujer cruel que no quiere darme otro hijo.

No me importaba su vida intima, no me importaba si tenia o no otro hijo, solo me importaba solucionar esto de una vez.
Tenía que ver que quería decirme Uriel y luego tomar una decisión.

—Luego iremos a buscarla. Ven conmigo Lorenzo.

Uriel comenzó a caminar, sin despedirse de ninguno, sin mirar hacia atrás. Y como un tonto, lo seguí.
¿Qué esperaba? No sabia que iba a decirme, pero quería escucharlo.

Caminamos hasta su casa y entramos. Sabia que nadie se encontraba allí, sus padres habían ido a casa de un tal Logan, a preparar la bienvenida de Uriel.

—¿Qué vas a decirme? ¿Qué estoy exagerando? Si vas a decirme esa mierda, mejor resérvala para ti. Creí que este lugar sería seguro, pero no confió en nadie. —Me apresuré a decir, de nada servía retrasar la verdad. Él había visto como estuve a nada de atacar al padre de Gael.

—Sé que no confías en nadie, ¿Me crees tan idiota? —preguntó, riéndose amargamente. —Es por eso que te traje aquí, puedes desconfiar de nosotros, pero estarás a salvo. Crees que Michael le hará daño a tu hija, cuando el hombre es lo más parecido a un niño aquí, incluso Jack trató de que te sintieras a gusto. No te permites conocerlos y por eso no confías.

—Tienes que entender que no es tan fácil conocer a alguien, puedes llevar meses a su lado, pero seguir sin conocerlo. ¿Acaso tú confías en mi? ¿Me conoces bien Uriel?

—No te conozco bien, pero confió en ti. Puedo ver que lo único que quieres es poner a tu hija a salvo.

—Entonces no trates de intentar juzgar mi comportamiento, tú quisiste traerme, ahora no te quejes.

—¿Cómo puedo no quejarme cuando todo lo que haces es enloquecer? Estabas a nada de golpear a Michael, ¿En que mierda pensabas?

—En mantener segura a mi hija.

—¡Ella esta segura! Aquí nadie la dañará, pero te estas empeñando en llevarla de regreso a la ciudad. ¿Acaso te quieres morir?

Discutir no nos iba a llevar a ningún lugar, ya que últimamente era todo lo que hacíamos. Y aunque sabíamos que uno de los dos debía ceder, ninguno estaba listo para hacerlo.
Esta era una lucha de poder, ver quien era más terco, más orgulloso, más idiota, porque al final eso éramos, dos malditos idiotas.

—No, no es eso lo que quiero.

—Entonces es momento de que dejes de mostrarte como un imbécil, no ganaras nada con esa actitud. Una cosa es que yo deba aguantar tu maldito carácter y otra diferente es que ellos deban hacerlo.

—Tú tampoco estas actuando muy simpático, llevas días siendo un insoportable.

—Lo sé y es tu culpa, trato de entenderte y trato de ser paciente, pero nunca nadie me puso tan al limite como tú, es increíble pero logras sacar lo peor de mi. —bueno, él tenía el mismo efecto en mi.

—Lo mismo digo, trato de ser paciente, pero no ayudas.

—Creo que tenías razón, no soportaremos la tensión sexual entre ambos.

—¿Recién te das cuenta? Somos un accidente a punto de suceder y si seguimos así, acarrearemos varias victimas con nosotros.

—¿Qué podemos hacer? Tener sexo no solucionará nada, puede ser una solución pasajera, pero necesitamos algo definitivo. —¿Por qué mierda le decía que no al sexo? Lo habíamos pospuesto durante mucho tiempo.

—Yo creo que deberíamos tener sexo—me encogí de hombros, mientras él ponía los ojos en blanco.

—Eso no lograría que confíes en mi.

—¿Y qué propones? ¿Hablar? Muy bien Uriel Harrison, hablemos. Sé que quieres saber mi verdad y te lo diré, tal vez haber hablado antes hubiera evitado muchos problemas.

—No hace falta que lo hagas.

—Si que lo hace. Desde que supiste que los lobos me perseguían, todo perdió sentido. Estabas avanzando, acercándote a mi y retrocediste a pasos agigantados. No soy un idiota, sé que te molesta que no me abriera a ti como un libro, pero no todo es tan fácil de decir.

—Te dije que no hace falta que me digas eso.

—Y una mierda que no, no vas a escapar de esto Uriel, así que saca tu maldita cabeza de tu maldito trasero y escucha, porque solo lo diré una vez. —Era ahora o nunca, si iba a matarme para defender a los suyos, lo haría luego de escucharme.

—Sé todo Lorenzo, te escuché. ¿Por qué demonios crees que te traje aquí sino? —espera ¿Qué? —¿Sorprendido? Debes saber que los lobos escondemos muchos ases bajo las mangas.

Todo este tiempo había sabido la verdad, pero aún así había actuado como un imbécil.
¿Qué más estaba escondiéndome este hombre?








Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora