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Rubí






Llevaba tres meses en esta investigación, sacrificando horas de sueño, horas de almuerzo, salidas con amigos y el poder conseguir por fin una duradera relación amorosa. Aunque esperar esto, era lo más parecido a esperar un milagro, ya que mis tiempos eran complicados como para dividirlos también en otra persona.
Pero ahora mientras me escondía en esta habitación polvorienta, fría y probablemente repleta de insectos desagradables como arañas, cucarachas, hormigas y millones de otros en los que no quería pensar ahora mismo o podría arrepentirme y salir de aquí a como diera lugar, no dejaba de tratar de escuchar lo que decían en el piso inferior.

Había recibido de una fuente algo segura el dato de que esta noche se encontrarían aquí algunos de los peces gordos que investigaba. Al principio dudé que fuera cierto, pero de igual manera asistí y ahora que lo había comprobado, agradecía ser alguien que perseguía sus corazonadas.
Hacía poco más de cuarenta minutos los senadores Gibbs, Marino y Lozano, habían llegado y la conversación sobre la inauguración del nuevo centro de rehabilitación juvenil, se había transformado en la manera de embolsarse varios miles de dólares, justificándolos en gastos de publicidad, permisos y algunas terminaciones que surgirían a último momento.

Nunca confié en ellos y ahora comprendía que no me había equivocado.

―En cuanto a los permisos no se preocupen, me deben un par de favores y los obtendremos gratuitamente. Es solo cuestión de solicitarlo y que muy pocas personas lo sepan. ―no podía verlo, pero Lozano se escuchaba confiado, ni en sus peores pesadillas creería que estaba grabándolo.

―¿Seguro que es alguien confiable? No quiero tener que terminar pagándole a un idiota por mantener su maldita boca cerrada. ―Gibbs hacía bien en dudar, después de todo ellos estaban tratando de estafarnos a todos también.

―¿Acaso no confías en mi idiota? Estoy asegurándote que es alguien confiable, si él intenta chantajearme puede salir perdiendo más de lo que yo perdería. 

―La prensa tampoco es un problema, tenemos al canal diez en nuestro bolsillo. Solo por tener una primicia lamerían nuestros malditos zapatos. ―Se burló Marino y por desgracia estaba en lo cierto. Podían haberse graduado de periodistas, pero eran una fabrica de crear mierda. Puras noticias falsas que pronto lograrían desestimar el canal, solo faltaba que la gente terminará de entenderlo.

Estaba demasiado concentrada en escucharlos que ignoré la araña caminando por mi pierna. No fue hasta que baje mi mano y sentí algo raro que miré y salté, golpeando por accidente una de las cajas detrás de mi. 

―¡¿Qué demonios fue ese ruido?! ―no sabía cual de los tres lo había preguntado, ya que estaba terminando de darle un manotazo al bicho, lanzándolo lejos de mi.

―¿Y cómo rayos vamos a saber? Ve a fijarte. ―esta vez reconocí la voz de Lozano, pero no fue lo que me preocupó. Sino que si me encontraban aquí, no vería el día de mañana.

Comencé a mirar a los lados y solo veía cajas. Era inútil esconderme aquí, me encontrarían en un abrir y cerrar de ojos.

―Piensa Rubí, piensa. ―murmuré volviendo a pasear la vista por el pequeño lugar, dando con mi posible vía de escape. ―Ya pensé.

Caminé con cuidado hacía la vieja ventana. Está estaba algo trabada y estaba en un segundo piso, pero un brazo roto era mejor que morir.
Luché por abrirla, mientras los pasos se acercaban por las escaleras. Mientras el chirrido de la vieja madera no dejaba de sonar, pude abrir la ventana y comencé a sacar mi cuerpo, aunque un clavo suelto, que se aferraba a mi pantalón, impidió mi gran escape.

Forcejee, hasta que me vi cayendo hacía atrás, siendo salvada de una inminente muerte, por el toldo de esta vieja ferretería.
Aún con el corazón latiendo en mi boca, hice lo posible por bajar, para luego comenzar a correr sin mirar atrás. Tenía parte de mi largo cabello rubio, cubriéndome el rostro, pero no me detuve hasta llegar al siguiente cruce de calles.

Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora