C.6

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Uriel





En el preciso momento en que entramos en mi casa, cada centímetro de esta se lleno con su olor, al punto de que creí que podría volverme loco. Era bueno que supiera controlarme, uno de mis mayores fuertes era sin lugar a dudas: mi control.
Pero incluso luego de haber trabajo en el durante tanto tiempo, Lorenzo no dejaba de volverme loco, como ahora mismo.

Tal y como lo pensé en el auto, mis palabras le habían entrado por una oreja y salido por la otra, no le importaba ni un poco su seguridad y la de su hija.

—Ya te dije que es peligroso que salgas ahora, no me pasé casi una hora manejando, con intención de distraer a tus perseguidores, para que ahora salgas y te expongas, para luego volver y esperar que vengan a matarte. —¿Es que acaso no entendía la dimensión que tenía todo lo que estaba sucediendo?.

—Entiendo todo lo que me estas diciendo, pero tú debes comprender que tengo responsabilidades y no pueden esperar.

—No te dejaré salir.

—Muy bien, entonces ve tú. —cerré los ojos y respiré con fuerza, tratando de retener la paz que se me escapaba.

—¿Ir a donde? —pregunté en un tono tranquilo, algo tan diferente a como me sentía.

—Azul necesita cosas básicas como pañales, leche, talco, una mamadera, ropa. No creo que deba señalar que fue imposible que tomará esos artículos durante mi tranquila retirada de mi casa.

Él tenía razón, me había olvidado por completo de la bebe. Esto sería algo complicado, gracias a Christine , mi hermana pequeña, bueno ya no tanto, sabía que había infinidad de marcas y tamaños.
En momentos como este prefería enfrentarme a esos lobos que lo perseguían que continuar con esta locura. Aunque ir a comprar me daría una excusa para salir un rato y despejar mi ahora nublada cabeza.

—De acuerdo, pero tú te quedas aquí y no le abres la puerta a nadie. ¿Me entiendes? A nadie. —era imposible que dieran con esta casa, pero en caso de que me equivocará, prefería que este seguro.

—¿A dónde más iría? Pero solo te diré que odio que traten de darme ordenes, nunca obedecí ni siquiera a mis padres, pero si ahora estoy haciendo esto, es porque sé que servirá para mantener segura a Azul. Solo por eso.

—Lo que sea, solo ten cuidado.

Luego de que me diera algunos detalles de las cosas que debía conseguir, salí de la casa, como si esta estuviera infestada de pulgas.
Esta misión iba a ser más complicada que cualquier otra que he tenido en mi vida.

Conduje hacia el supermercado, de manera lenta, no tenía prisa por llegar, ni tampoco por regresar.
Pero para mi mala suerte, este solo pareció durar cinco minutos, así que estacionando en el estacionamiento, dejé caer mi cabeza sobre el volante.

Él no estaba mal, parecía ser decente, una buena persona, pero también era un mentiroso. No entendía que podía ocultar, porque lo hacía y hasta que lo descubriera, no podría solucionar sus malditos problemas.
Salí del auto y caminé hacia el interior del negocio. Tomé uno de esos canastos y empecé a buscar los productos.

—¿Qué mierda? Me puso leche para doce meses y no la jodida marca. —dentro de mi lo maldecía en tantos idiomas que de alguna manera lo sabría.

Comencé a dudar mientras miraba la cantidad de variedades frente a mi, me sentía como si estuviera frente a una bomba y cada uno de esos pequeños envases fuera un cable que podría salvarme o destruirme.
Cansado de esto, marqué un número que quizás me arrepentiría de haber llamado luego.

—¿Sucedió algo malo? Por Dios Uri, son las once de la noche. —y ahí estaba, ese era el arrepentimiento viniendo a mi.

—Nada grave mamá, solo necesito hacerte una consulta.

—Soy toda oídos mi vida.  —negué volviendo a mirar la cantidad de leches.

—Estoy encargándome de la seguridad de un cliente y este tiene prohibido salir, por lo que soy el encargado de sus malditas compras. —gemí, al escuchar su regaño por mi vocabulario. —Lo siento, lo sé. Pero la cosa es que necesito leche para su bebé de un año.

—¿Y cuál es el problema?

—Que frente a mi tengo veinte marcas distintas— respondí comenzando a frustrarme.

Hablé un poco más con mi madre, mientras elegía los demás productos, lo cual fue muy útil, ya que si dudé a la hora de elegir una leche, los pañales serían mi muerte. Pero una vez que tenía todo, debí despedirme y prometer llamarla en la mañana.
Extrañaba a mi familia, pero ahora era el único encargándose del trabajo. Aryeh fue quien renunció primero, siguiendo a Samara de regreso a la manada y ahora Gael, debió irse, para mantener a salvo a su compañera. Por lo que el peso de la responsabilidad caía sobre mi.

—Compañeros… llegan y traen con ellos miles de problemas. —Me quejé mientras subía a mi auto.

A pesar de tratar de demorarme nuevamente, el camino entre mi casa y el supermercado era muy corto y en poco tiempo, me vi llegando a mi entrada. 
Al entrar fui saludado por el silencio, algo que me extraño al recordar que había un bebe ahora aquí. Pero al llegar al cuarto encontré a mi compañero completamente dormido, con la niña acostada a su lado.

Me paré, apoyándome en el marco de la puerta, mientras los observaba. Por mucho que tratara de luchar, sentía una pequeña atracción hacia él, pero no era el momento para ese tipo de drama.
Ahora tenía que hacer mi trabajo y mantenerlos seguros a ambos.

Tomé del segundo cajón de mi armario una manta y los cubrí, antes de regresar a la cocina y ordenar las cosas.
Eso hacía cuando mi teléfono comenzó a vibrar, alertando varios mensajes. Abrí el primero, encontrando a Laurie.

*Laurie: ¿Cómo va todo? ¿Acepto que seas su guardaespaldas?

La verdad no se lo había preguntado, pero hace poco me dio una respuesta a ello.

*Uriel: No parece muy feliz, pero no tiene otra solución. Además no solo él esta en peligro, sino también su hija.

*Laurie: ¿Hija? ¿Qué hija?

Sabía que su respuesta no tardaría, si había algo que movía a Laurie, era el chisme.

*Uriel: Tiene una bebé de un año con él. Ya luego te explicaré bien.

Se lo explicaría, pero cuando yo pudiera entenderlo.

*Laurie: Eso espero.

Preferí no responderle, pasando directamente al siguiente mensaje. Y aunque era obvio que él escribiría, no esperé que fuera tan pronto.

*Michael: Mi cachorro y campanita están aquí. ¿Por qué tú no? ¿Acaso ya no me quieres? Si es así, solo dilo.

Ahogué una carcajada, tratando de no despertar a Lorenzo y Azul. Pero es que seguía sin superar las locuras de Michael, siempre dramático, adoptándonos a todos como sus hijos postizos. 
Él nunca crecería y ya ninguno esperábamos que lo haga.

*Uriel: Lo siento, mucho trabajo.

Apagué el teléfono, consciente de que si no lo hacía este se convertiría en una lluvia de mensajes.



Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora