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Aysel

—Te quedaste hasta tarde anoche en el hospital, no sabía que eras tan cercana con Cedric y los demás. —sabía que en cuanto pusiera un pie en la cocina, su interrogatorio comenzaría y a pesar de creer que estaba lista, claramente no lo estaba.

—Nos hemos vuelto cercanos, él me cae bien, además ayuda que compartamos varias clases. —eso solo  era el comienzo, también estaba nuestro lazo de compañeros y los sentimientos que empezaban a nacer hacía él. — Pero desde cuándo te has vuelto tan insensible, creí que te gustaría saber que decidí apoyarlos, en vez de ser egoísta.

Esta era una de las cosas que ella solía reclamarme, mi supuesta falta de empatía hacia los demás.  Pero ahora que lo hacía se quejaba por ello. ¿Quién la entendía? Al parecer creo que ni ella lo hacía.
Ahora mientras me miraba tratando de descubrir si le mentía o le ocultaba algo, sabía que no sería sencillo sacar el tema de los compañeros.

—No me malinterpretes, me gusta verte rodeada de más lobos, pero me sorprende que pases tanto tiempo con ellos. Hasta hace unas semanas debí obligarte para asistir a su fiesta y ahora pareces no despegarte de ellos.

—Al parecer nada de lo que haga te hará sentir feliz. —respondí con amargura. Era imposible no comenzar a ponerme a la defensiva, cuando todo lo que hacía le disgustaba.

¿No quería que me relacione más con lobos? Bueno eso hacía, me aferraba a ellos, principalmente a uno.

—Aysel no quiero que comencemos a pelear nuevamente, te adoro. Lo que digo es que me sorprende, pero para bien. —Entonces se sentó, antes de soltar un fuerte suspiro de cansancio. —La verdad es que he estado muy preocupada por ti, temí haber cometido un error al traerte aquí y darte la libertad que te dado. Si el alfa Santiago nos viera, seríamos severamente sancionadas. No puedo negarte que estos días he pensado en la posibilidad de mandarte nuevamente allí.

En cuanto lo dijo, todo el aire dentro de mi desapareció. ¿Ella estaba considerando librarse de mi, enviándome a ese maldito lugar? Ella mejor que nadie conocía como eran las cosas allí, las anticuadas costumbres y nuestros padres, siempre tratando de imponernos una manera de vivir, tan injusta. Ella no podía hacerme esto.
Siempre habíamos sido tan unidas y ahora decidía que podía darme la espalda, como si fuera un maldito desconocido. Me sentía tan traicionada, tan sola, si ella que era de mi propia sangre podría tomar una decisión así sin pestañar, que podía hacer alguien más.

Me levante de mi asiento, sin dirigirle una mirada, sentía que debía salir de aquí, sentía que me ahogaba y si no lo hacía, podría decir algo de lo que luego me arrepentiría.
Pero no era la única que comenzaba a sentirse mal, cuando Carmen imito mi movimiento, supe que comprendió el dolor que sus palabras me causaban, la traición que ella estaba por cumplir.

—Aysel, cariño,  no lo haría, solo fue un pensamiento. —intentó acercarse, pero me aleje.

—¿Querías deshacerte de mi, enviándome a ese infierno? Que rápido olvidas como era nuestra realidad allí, como escapamos hacía aquí cuando nuestros padres trataron de casarte con ese viejo viudo. Tú querías a tu compañero, luchaste por ello, pero ahora que lo tienes, me quieres devolver, para que hagan conmigo lo que no lograron contigo. No volveré Carmen, pero tampoco puedo seguir confiando en ti.

En nuestra manada, las lobas éramos precarias, la mayoría no encontraba a su compañero, ya que según la ley del alfa, al cumplir la mayoría de edad ya era elegible por algún lobo.
Cuando el viejo González comenzó a frecuentar a mi hermana, con una clara intención, ella hizo lo posible por salir de allí. Convencerla de traerme con ella no había sido sencillo, pero lo había logrado y ahora amenazaba con regresarme a ese lugar. Yo no podía seguir confiando en ella…

—Solo quería que entraras en razón, estas destruyendo tu vida. Te he dado más libertad de la que puedes manejar y te descontrolas. Sales con hombres mayores, no me obedeces, te erizas ante la idea de un compañero. —eso era cierto, pero eso no era razón para darme la espalda.

—Tú lo único que quieres es que me vaya. —esa era la verdad, por eso su insistencia en que encontrará un compañero.

—¡Eso no es verdad!

—¿Qué pasa, por qué gritan? —Ambas volteamos a ver a Sam.

Él lucia cansado, seguro había llegado muy tarde anoche y hoy debía repetir su turno. No estábamos dejándolo descansar, estábamos armando un escándalo por algo que no tenía razón, tenía que salir de aquí.

—No pasa nada Sam, vuelve a dormir, yo ya me iba. —miré a mi hermana, dándole a entender que no lo decía al pasar, prefería refugiarme en algún lugar, pero nunca volvería a la manada.

—Aysel no me hagas esto, no dije que te enviaría de regreso, solo te dije que lo estaba pensando. Pero nunca te haría algo así, por la Diosa, eres mi hermana.

—¿De qué hablan?

—Le dije a Aysel que estaba pensando en mandarla de regreso a la manada, pero era solo eso un  pensamiento, nunca lo haría. Es solo que me ha tenido preocupada, no se como ayudarla, siempre me aleja y no me escucha. Esta con ese hombre, que solo le causará problemas…

—¡Hace semanas terminé con él! Si solo preguntaras lo sabrías, pero no, solo supones y piensas lo peor.

—Me preocupas cariño—volvió a intentar acercarse, pero ya no podía dejarla tocarme, ella me había lastimado.

—No lo parece, solo tratas de deshacerte de mi. No puedo creerlo, nunca, escúchame Carmen, nunca volveré a ese lugar.

—No Aysel, este es tu hogar y nosotros somos tu familia. Ambas están ahora muy enojadas y sensibles, lo mejor es que se tranquilicen.

No podía resistirlo más, tomé mi cartera de arriba de la mesa y corrí hacía afuera. Debería encontrar algún lugar para irme, ellos decían que eran mi familia y que ese era mi hogar, pero pensaban en alejarme.
¿Cómo podía confiar en alguien cuando incluso mi familia se portaba así?





Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora