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Aysel

No se que diablos me había poseído para invitar a salir a Cedric. No podía seguirme resistiendo, las ganas de verlo y hablar con él eran demasiadas, cuando quise acordar el mensaje ya había sido enviado.
Me avergoncé un poco cuando los minutos pasaron y su respuesta no llegaba. En mi cabeza rebotaba, sin parar, el pensamiento de que él en verdad podría no estar interesado en mi.

Le había pedido encontrarnos a dos calles de la casa de Faith, desde ahí solo caminaríamos diez minutos y llegaríamos a la heladería cerca del campus.
Y ahora mientras lo esperaba, cuestionaba todo, mi forma de vestir, el haber dejado mi cabello suelto e incluso el maldito perfume que me puse. Esto era una locura y no dejaba de arrepentirme de haber asistido a esa fiesta de bienvenida, aunque  sabía que tarde o temprano, íbamos a encontrarnos.

—Lo siento, me retrasé, aún no conozco bien esta ciudad. —se disculpó, dándome una de esas malditas sonrisas que ansiaba ver desde hace días.

—No importa, recién llegó también.— Mentí, ya que llevaba bastante tiempo esperándolo, pero él no debería saberlo.

—Me sorprendió que me invitaras, más cuando te muestras aún reticente a ser mi amiga. —entonces me miró, con esa picara mirada que siempre me daba. —¿Qué te hizo cambiar de opinión y decidir salir conmigo?

—No lo se, estaba en casa aburrida, había discutido con mi hermana y pensé en salir. La verdad, incluso yo me sorprendí cuando me di cuenta de que te había escrito a ti. —no solo eso, me pateaba ante la idea de mostrarme demasiado interesada.

—¿Inconscientemente piensas en mi? Muy bien rayita. —giré mi cabeza tan rápido en su dirección, que me sorprendía no haberme provocado algún  daño.

—Tampoco lo hagas sonar así. ¿Quién te crees? ¿Un regalo de la Diosa? —él sin dudas esta bueno, pero alguien debería bajarle las rayitas a su maldito ego, porque si esperaba que siguiera alimentándoselo, estaba perdido.

—De cierta manera lo soy, después de todo soy tu compañero. Ella me eligió para ti, así que sí, soy un regalo de la Diosa. Pero sacando eso del camino, puedo ser quien quieras, solo debes pedirlo. —él movió sus cejas de manera provocadora, pero de mi parte solo recibió una mirada molesta.

—Eres un idiota. —Espeté, pero no pude evitar que mis ojos recorrieran, de manera descarada, todo su cuerpo.

Él era mucho más alto que yo, y a diferencia de mi, parecía que cualquier cosa le quedaba perfecta. Ahora con camiseta bordo, arremangada hasta los codos y esos vaqueros negros, se veía como salido de un maldito anuncio.
Yo en cambio, había optado por vestido naranja. ¿Quién usa un jodido vestido naranja? Pues yo, evidentemente. No solo eso, las sandalias bajas no ayudaban, me hacían lucir mucho más pequeña de lo que en realidad soy.

Debí haberme esforzado un poco más, así no estaría tan fuera de lugar junto a él.

Al llegar a la heladería, la chica tras el mostrador, se encendió como uno de esos malditos carteles brillantes de las Vegas, tras recibir una de las sonrisas de mi compañero.
¿Es qué debía sonreírle a todo el mundo? ¿No podía quedarse serio?

Miré a la chica, la cual encima de su delantal florido, traía una etiqueta rosa chicle, con su nombre: Lily.
Con su cara redonda, sus rizos chocolate y grandes y esperanzados  ojos marrones, la chica esperaba atraer la atención de Cedric. A pesar de que obviamente me encontraba junto a él.

—Mi recomendación es el chocolate bombón, es simplemente delicioso. —puse mis ojos en blanco, al verla aplaudir con entusiasmo.

¿Por qué la emocionaba tanto, dar una maldita sugerencia de helado? ¿No podía disimular un poco?

—Suena delicioso. ¿Tú qué dices Aysel? —yo solo pensaba en como hundiría uno de estos conos en su ojo, si no dejaba de mirarlo.

—Claro suena bien. —Me limité a responder, sin alejar la mirada de la tal “Lily”.

No me gustaba sentirme así, con Pablo, las escenas de celos eran al revés. Siempre estaba celándome, reclamándome todo lo que hacía y lo que no.
Era extraño ponerme en su lugar, pero estaba a nada de saltar este mostrador y golpearla, solo debía dar otra maldita insinuación y lo haría.

—Vamos a sentarnos Aysel. — volví a la realidad, encontrándolo con dos copas de helado de chocolate y una sonrisa conocedora.

Rodé mis ojos y caminé hasta la mesa más cercana, no tenía derecho a estar celosa, yo le dije que quería libertad. ¡Estuve a punto de rechazarlo!.

—¿Qué tienes ahí? — estiré mi mano y tomé el papel debajo de su copa. Cuando lo miré bien, me di cuenta de que Lily, decidió hacer su jugada. —Espera aquí.

En el momento en el que llegué al mostrador, me dio otra de sus falsas y enormes sonrisas. Si claro, voy a creerle cuando coquetea con el chico junto a mi.

—¿Se les olvido ordenar algo más? —Preguntó con dulzura.

—De hecho, a ti se te olvido algo. —puse el papel con su número sobre el mostrador e iguale su sonrisa. —Estas en tu lugar de trabajo, no es correcto ligar con los clientes y menos si vienen acompañados. Por favor, ubícate, porque no me molestaría hacerlo por ti.

—Lo siento, no volverá a suceder. —miró a los lados, probablemente esperando que su jefe no hubiera escuchado.

—Eso espero, porque mi simpatía, es demasiado limitada. —luego darle una última mirada volví a caminar hacía Cedric, quien con su oído lobuno, escuchó todo. — No se te ocurra decir nada al respecto.

—Yo simplemente disfruto mi helado rayita, vamos pruébalo.

—Ya no quiero, comételo tú. —gruñí empujando mi copa hacía él.

—Los celos te hacen comportarte como una niña.

—No estoy celosa. —respondí de mala manera.

—Sí lo estas. —y sí que lo estaba.

—Apúrate que se derrite—hundí la cuchara en mi copa y la introduje en mi boca. Era eso o hablar y no quería admitir la verdad.

Esta salida lo único que hacía era ponerme en evidencia, demostrarle lo mucho que estaba interesada en él.
¿Por cuánto tiempo más iba a seguir resistiéndome?




Pocas pulgas    Donde viven las historias. Descúbrelo ahora