C.24

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Lorenzo




Desperté sintiendo el intenso calor que desprendía el fornido cuerpo de mi compañero de cama. No tenía idea de que hora era, pero sí sabía que era de día.
Tardé unos minutos, ubicándome en el ahora, recordando lo que había sucedido. 

Con Uriel finalmente nos habíamos dejado llevar, nos habíamos entregado el uno al otro, no solo una, sino tres veces. Al parecer los lobos tenían una buena resistencia.
Pero no era momento para pensar en esto, no cuando Azul llegó a mi cabeza. La había olvidado y probablemente ella continua en compañía del demente de Michael.

¿Cómo mierda había sido tan irresponsable de no pensar en mi hija? ¿Y cómo diablos había logrado Uriel que me olvidara de todo excepto de él?
Un vicio. Eso era este hombre para mi, un vicio que terminaría perjudicándome. Pero mientras buscaba en el suelo por mi ropa, le di una buena mirada, consciente de que no me importaba lo que sucedería, simplemente quería seguir teniéndolo así.

Cuando estaba despierto era difícil de tratar, poniendo frente a él una barrera de arrogancia, que solo daban ganas de tirarla debajo de un maldito golpe, llevándolo a él con los escombros. Pero cuando dormía, tan tranquilo como lo hacía ahora, parecía incluso decente.

Terminando de vestirme, no perdí tiempo en salir de la habitación y bajar las escaleras. Los ruidos que provenían de la cocina me impulsaron a ir hacía allí, ver si conseguía alguna información de mi hija.
Al entrar, me encontré a los padres de Uriel, a quienes solo había visto una vez y apenas si recordaba sus nombres.

—Buen día. —saludé, llamando la atención de ambos.

—Buenos días Lorenzo, ¿Quieres te, café o alguna otra cosa? Yo estoy tomando leche con chocolate y es el cielo, si quieres puedo prepararte. —la madre de Uriel sonaba bastante alegre, por lo que imaginaba que esa leche no solo tenía chocolate, probablemente tendría alcohol también. Nadie podía estar tan alegre a la mañana temprano.

—En mi caso estoy tomando café, negro y amargo, pero igual de delicioso y no me dará diabetes en unos pocos años. —Miré a Robert, viéndolo llevar la taza a su boca, ocultando una media sonrisa.

—Pero te priva de los beneficios del chocolate. Piénsalo Robert, el chocolate ayuda a producir endorfinas, lo cual nos hace más felices y alivia el estrés. —cambié mi mirada hacia Tracy, preguntándome si eran así cada mañana.

—La verdad no tengo mucho tiempo para desayunar, tengo que ir a buscar a mi hija a casa de Michael.

No quería ni siquiera imaginar lo que habrá tenido que soportar. Por lo poco que vi, ese hombre era lo más intenso en este mundo.
Envidiaba la paciencia de sus hijos y sobretodo la de su esposa, pero ahora tenía que rescatar a mi hija de su locura.

—Si esta con Mich no tienes de que preocuparte, ese hombre ama a los niños. Es más, no te sorprendas si decide adoptarla como una ahijada más. —¿Acaso hablaban del mismo hombre?

—No creo, no cuando lo primero que hizo al verla fue amenazar con devorarla y luego tomarla como su rehén. ¿Alguna vez pensaron en llevarlo a ver un psiquiatra?

—Abby lo intento una vez, no resulto tan bien. —Respondió Robert; antes de que él y Tracy comenzaran a reírse.

—No le hagas caso a lo que te haya dicho, Mich es una gran persona, solo un poco infantil. Estoy segura de que si le das la oportunidad, terminaras adorándolo. —no lo creía, sin embargo asentí.

—¿Creen que puedan indicarme como llegar a su casa? Tengo que ver como esta Azul, me tiene un poco preocupado.

—Claro, te acompañaré. De paso aprovecharé para hablar con ese idiota. —Robert dejo su taza vacía sobre la mesa y se acercó a besar a su esposa, antes de caminar hacia la puerta.

Lo seguí, no sin antes despedirme de Tracy, quien seguía tranquilamente consumiendo su chocolate especial.
Mientras caminaba junto al padre del hombre que había dejado durmiendo desnudo en la cama, luego de tener una noche de sexo, no pude evitar sentirme un poco cohibido.

—De verdad no debes preocuparte por Michael, puede ser un idiota, pero no tiene una gota de maldad.

—Puede ser, pero no puedo evitar sentirme un poco sobre protector hacía Azul. He pasado poco tiempo con ella y ahora soy todo lo que tiene, debo protegerla de todo y de todos. —tal vez me sentía culpable por no haber estado con ella sus primeros meses, pero no había podido.

—Te entiendo, un hijo es prioridad siempre, tenga un año o veinticuatro. —no era tonto, por lo que entendí su indirecta.

—No estoy dispuesto a exponer a Uriel a ningún peligro.

—En caso de que el peligro se presente, no serás quien elija exponerlo, él solo lo hará. —Sin detener su caminar, volteó a mirarme  — ¿Qué tanto sabes de lobos?

—Sé más de lo que me gustaría saber.

—Bien. —su silencio era incomodo, no era difícil notar que quería decirme algo más.

—Dime lo que estas pensando, sé que algo te molesta.

Su expresión era tensa, sus hombros rígidos y sus pasos poco firmes. No iba a engañarme tan fácilmente.

—Conozco a mi hijo y sé que esta asustado, esto es nuevo para él y seguramente no te dijo todo. ¿Sabes lo que son los compañeros para los lobos?

—No lo sé.

—Un compañero es como un alma gemela, la pareja que esperamos y buscamos sin parar. Tracy es mi compañera, Rubí es compañera de Gael y tú, eres el compañero de mi hijo.

Frené mi caminata, absorbiendo lo que acababa de decirme. Era compañero de Uriel, según él su alma gemela, si es que esa mierda siquiera existía.
Un recuerdo vino a mi, uno donde Uriel había dicho que esperaba una compañera dócil, pero había obtenido un compañero, es decir, a mi.

—Eso parece muy drástico, no se puede obligar a alguien a estar con una persona, porque alguna Diosa así lo quiso. ¿Entienden lo loco que es eso?

—Nadie obliga a nadie, pero es imposible luchar contra la atracción. ¿No te sientes atraído hacía Uriel?

—¿Tratas de decirme que mi atracción solo se debe a que su Diosa así lo quiso?

—No, pero ayuda un poco.

—No creo en esto, es demasiado irreal, tal vez puedan engañar a los niños, pero no a mi.

Esto no estaba bien, no sabía como reaccionar, pero conseguiría respuestas. Uriel tenía mucho por explicar.





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