335. Iros De Aquí

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Los primeros rayos del día replegaron su luz en el más profundo norte de Azgeda, la ya conocida Nación del Hielo, haciendo que la abundante nieve del invierno resplandeciese a simple vista.

Centenarios árboles repletos de desnudas ramas, soportaban el duro peso de las estalactitas que parecían haberse incrementado aún más durante la noche cuando las temperaturas habían alcanzado un par de grados bajo cero, quedaban eclipsados por la copiosa nieve que parecía caer del cielo eclipsando la nueva mañana.

Ontari buscó en el horizonte un atisbo de cálida luz que desvelase que el sol se encontraba allí, más no lo encontró.

No esta vez.

Siempre le gustó ver despuntar el sol en el cielo, más no ser testigo de como este se ocultaba. El frío de la noche era incomparable con cualquier otra cosa que hubiese sentido.

Cuando Nia vivía Ontari jamás se quejaba por ello. Entendía bien que no podía hacerlo, porque eso hubiese acarreado consecuencias terribles para ella.

Ahora que ella era la reina, que seguía sin poder hacer nada contra aquel implacable frío se preguntaba si alguien a su servicio la odiaba por ello.

El poder y la voluntad eran una cosa pero contra las inclemencias del tiempo ni siquiera la Heda de los Catorce Clanes podía luchar.

Ontari bien pudo ser la primera y única Heda que la Nación del Hielo bajo el mando de la Reina Nia de Azgeda tuvo jamás, pero prefirió renunciar a ello y prestar su lealtad a la autentica Comandante en pago por el incalculable favor obtenido.

Recuperar a su hijo había sido algo con lo que alguien tan realista como ella, nunca soñó pero en el fondo siempre anheló.

Y Lexa no solo contenta con otorgárselo, le había atribuido la Nación que no solo la había visto crecer, sino que le había arrebatado los mejores años de su vida, los cuales no tuvo más remedio que entregar entre sufrimiento y dolor para convertirse en la guerrera fría e implacable que era hoy.

Recordaba ahora con gran pesar los interminables días que había pasado entre aquellas paredes, las interminables noches en que había deseado ser Lexa para así poder escapar de aquel odioso tormento y enfrentar de algún modo la paz.

Muchas veces se preguntó que cosas tendría el destino reservadas para ambas, y ahora que tenía algunas respuestas no estaba segura de querer conocer las demás.

El sonido de la puerta de sus estancias privadas en la Fortaleza del Hielo al abrirse, la sacó de sus pensamientos por un efímero instante, y cuando volvió la cabeza dispuesta a arrancar la suya a cualquiera que osase adentrarse en sus aposentos sin permiso ni invitación tal como había ordenado desde su Ascensión al trono se quedo totalmente quieta.

No era ningún extraño.

Es más hasta no hacía mucho, ni siquiera era un intruso y todo aquello le pertenecía mucho más que a ella.

Era Roan, Príncipe de Azgeda, único heredero de la Reina Nia de Azgeda y consorte de la Heda de los Catorce Clanes, padre del futuro rey de la Nación del Hielo y por lo que entendía ahora, padre del futuro heredero de Lexa.

La última vez que le vio le advirtió que no regresase a Azgeda sin Halena y al no verla ante si y por la expresión del rostro de él temió descubrir las noticias que pudiese traer sobre ella.

—¿Halena...? —preguntó Ontari en apenas un murmullo sintiendo su corazón comenzar a latir con fuerza dentro de su pecho.

Roan que se la quedo viendo a los ojos largamente apartó la mirada bajándola un instante después.

—Ella está bien —murmuró quedamente él tras unos instantes en silencio—. La he llevado junto a su madre, y se encuentra a salvo.

Ontari que no pudo sentirse más aliviada en aquellos momentos, dio dos pasos hacia él desconcertada por la funesta expresión de su cara.

—Hay algo más, ¿verdad? —preguntó ella conociéndole demasiado bien como para andarse por las ramas—. Algo que no me estás contando.

Roan que levantó la mirada lentamente para enfrentar sus ojos se la quedo viendo en silencio.

—Roan...

—Tú y Eilan debéis iros lejos —murmuró afligidamente él viéndola con dolor a los ojos—. Muy lejos...

La expresión en el rostro de Ontari se endureció de pura sorpresa.

—¿Irnos? —inquirió ella sin comprender a qué venía todo aquello—. ¿Por qué íbamos a...?

Roan que dio un par de pasos hacia ella la tomó inesperadamente del rostro enfrentando sus ojos con honesta angustia.

—Ontari sé que te he fallado, os he fallado a los dos... —comenzó diciendo Roan afectadamente—. Y sé que tienes motivos para no confiar nunca más en mi palabra pero créeme si te digo que esto es serio. Tenéis que iros de aquí, llegaran por el norte y no debéis estar aquí cuando suceda.

Ontari que le miraba completamente perdida dilucidó un atisbo de autentico temor en sus ojos y verdaderamente se desconcertó.

—¿Llegarán? —preguntó ella sin entender nada de lo que hablaba—. ¿Quienes llegaran? ¿De qué hablas, Roan?

Roan que se inclinó posando los labios muy cerca de su oído comenzó a hablar muy, muy bajo como si las paredes fuesen tan finas que el sonido pudiese colarse más allá sus muros, y la expresión en el rostro de la Reina de la Nación del Hielo fue cambiando lentamente del desconcierto a la impresión, y de la impresión a la más absoluta consternación a medida que sus palabras le llegaban.

Cuando Roan se separó ligeramente de ella y sus ojos se encontraron con los de Ontari la expresión en el rostro de ella reflejaba el temor y el desasosiego que sentía en aquellos momentos.

Roan tenía que estar completamente equivocado.

Halena debía estar completamente equivocada.

Aquello no podía ser cierto, aquello no podía ser...

Más allá de los límites de Azgeda solo estaba el inmenso y helado mar, un implacable mar que ponía fin a toda tierra conocida.

Por todos era sabido que quien se aventurase a tratar de meterse en sus aguas sufriría una muerte lenta, prematura y dolorosa.

La Nación del Hielo era implacable en más de una forma y esa era una de ellas.

Nadie sobrevivía a las glaciares aguas del mar, absolutamente nadie.

¿Cómo era posible siquiera sugerir que algo o alguien podría llegar por mar a tierra tal y como insinuaba él para nada menos que hacer frente a los Catorce Clanes y a su Heda?

No, sencillamente era una locura.

Un disparate...

Sin duda, algo provocado por alguna fiebre o por la aflicción que Nirrath había provocado en la joven Anorah lo que hacía que profetizase eso, si... seguro que se trataba de eso.

Estaba influenciada por las amargas y nefastas palabras de Nirrath pero en cuanto pasase más tiempo en Polis, Halena se daría cuenta de que ningún peligro acechaba.

Ninguno digno de una huida de su deber, como aludía él.

Ninguno que la apartase de Azgeda, de la seguridad de su pequeño y de toda aquella responsabilidad que tenía ahora con su pueblo.

Absolutamente, ninguno...

Continuara...

Asumamoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 3 ... (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora