380. No Habrá Guerra

320 32 39
                                    


A medida que avanzaba la noche, el repugnante hedor de la carne quemada, y de la pútrida sangre filtrada en la espesa nieve viciaban el frío aire de Azgeda volviéndolo indeseable y denso.

Las elevadas columnas de humo se elevaban hacia el cielo en primera línea costera, pudiendo vislumbrarse desde los innumerables y fantasmagóricos barcos dispersos en el helado mar.

Ontari kom Azgeda, reina de la Nación del Hielo, había ordenado a sus guerreros recoger los cuerpos de los enemigos caídos, muertos o agonizantes, desollarlos y exponerlos en cruzados tablones que arderían iluminando toda la costa formando un extenso pasillo hasta la Fortaleza del Hielo donde imponentemente ella junto a Roan, y ocho de sus mejores guerreros aguardarían.

Los casi dos mil guerreros de la Nación del Hielo que habían acudido al encuentro, se encontraban apostados por todo el lugar y tenían orden estricta de no atacar a la delegación enemiga que había comenzado a desembarcar en la costa, y que atravesaba el pasillo de fuego bajo los desesperantes y tortuosos alaridos que desprendían los últimos supervivientes atacantes que ellos mismos habían enviado a sembrar pánico y muerte.

Los intrusos cruzaban el improvisado paso a caballo contemplando con consternación como los condenados cuya carne se descomponía devorada por el lento fuego se deshacían ante sus impotentes miradas.

El implacable rostro de Ontari se endureció aún más al verles aparecer en su línea de visión. La inclemente reina ataviada con ropajes oscuros y el rostro marcado con pintura blanca y negra de guerra, alzó ligeramente una ceja de su bello rostro enmarcado por la larga melena negra que caía por debajo de sus hombros y la cual la fría brisa movió.

Roan que permanecía de pie a su lado a poco menos de dos metros de ella también endureció su rostro sintiendo como tras ellos a una prudencial distancia, los ocho guerreros que conformaban la guardia privada de Ontari se preparaban viendo aproximarse al enemigo.

El primer guerrero en aparecer a la vista, aquel que encabezaba la delegación era un hombre alto, prominente y fornido, de aspecto cruento y brutal. Su torso desnudo revelaba muestras de bien libradas batallas y bajo su larga capa de oscura piel, su escasa indumentaria era completada con adornos de oro, huesos, metal y piel.

Escoltándole a su alrededor, seis enormes y robustos guerreros más con el mismo aspecto bronco se erguían orgullosos a lomos de los caballos con los ojos puestos en los guerreros de Azgeda que les condenaban y desafiaban con la mirada al verles pasar frente a ellos.

La amenazante presencia de estos fue percibida en cuanto el primero de ellos tomó tierra pesadamente seguido por el resto de los hombres que habían detenido sus caballos frente a la gélida Reina del Hielo y el consorte de la Heda de los Catorce Clanes.

La voz grave y gutural del primero de ellos en aproximarse se elevó por encima de los ya cada vez menos existentes alaridos.

—¡Exijo hablar con vuestro rey!

—¡Azgeda no posee rey, posee una reina y tú inmundo gusano estás ahora mismo frente a ella! —contestó Roan, Príncipe de Azgeda lanzándole una mortífera mirada.

El guerrero enemigo endureció su rostro y dirigió la mirada hacia Ontari cargada de insolencia y desprecio.

—¿Una mujer?

—¡Una reina! —repuso Roan con inclemencia—. ¡Inclínate ante ella y consideraré no desollarte vivo como hemos hecho con el resto de tu gente!

El guerrero curvó la comisura de sus labios en una cruel sonrisa antes de volver la cabeza hacia el resto de sus hombres que se sonrieron irreverentes, todos menos el rey que no apartó sus ojos de los de ella ni un solo momento.

—¡Nadie va a inclinarse ante esta puta! —contestó el guerrero con una sonrisa de desprecio desenvainando su espada—. ¡Y vosotros, cerdos pagareis por lo que habéis hecho a los nuestros!

Nada más elevar su espada para señalarla, Ontari lanzó una de sus dagas tan velozmente que este apenas tuvo tiempo de sentir el dolor cuando esta se clavó directamente sobre su frente derribándole brutalmente hacia atrás.

El resto de ellos desenvainaron y se tensaron hasta que el rey alzó la mano en una señal que les hizo detenerse.

—¡Contemplad bien a vuestro emisario, pues ese es el destino que le aguarda a aquel que ose volver a levantar una espada contra mi o contra alguno de los míos! —advirtió Ontari con dureza alzando la barbilla orgullosa—. ¡He accedido a recibiros solo porque quería ver los rostros que amenazan mis tierras, pero ni por un momento creáis que tenéis algo que hacer contra nosotros! ¡Esto es Azgeda, estás son mis tierras y si creéis que podéis venir aquí y apropiaros de ellas, os equivocáis tanto como ese estúpido necio al subestimarme!

—¡Molrok siempre tuvo una lengua viperina y larga! —repuso el fiero rey con un severo gesto devolviéndole la mirada directamente a a ella—. ¡Pero no se equivocaba en sus palabras¡ ¡No me arrodillaré ante una insignificante mujer!

Un murmullo comenzó a elevarse mientras los guerreros de la Nación del Hielo se ensalzaban en defensa de su reina, más Ontari ni se inmutó. Ni siquiera cuando Roan llevó la mano a la empuñadura de su espada aferrándola con más fuerza.

—¿Estáis seguro de eso? —preguntó ella con soberbio gesto contemplándole.

—¿Arrodillarme yo, delante de una....? —el gutural grito que escapó de sus labios fue tal que resonó por toda la vasta extensión nevada cuando otra de las dagas se incrustó sobre su rodilla derecha haciéndola caer a tierra.

Ontari que le vio forzado a hincar la rodilla en tierra dibujó una gélida y cruel sonrisa acercándose a él mientras que todos sus hombres desenvainaban.

—No lo habéis comprendido... —apuntó Ontari desafiante arrastrando las palabras con desprecio en voz muy baja—. Coged a vuestra gente, coged vuestros barcos y desapareced de mis tierras o masacraré a cada mujer, hombre y niño que os pertenezca...

—¡Estás muerta! —gritó el guerrero levatándose con ímpetu con intención de atacarla, Ontari fue más rápida y al tiempo que le esquivó rodó sobre ella desenvainando su espada y cortando su garganta con fuerza.

En cuanto el rey se llevó las manos a la garganta de donde cuya sangre brotaba a borbotones sin que los suyos pudiesen hacer nada para detenerla, cayó al suelo nuevamente hundiéndose en la espesa nieve que enseguida comenzó a teñirse de rojo.

Los guerreros enemigos se miraron entre si y palidecieron hasta que Ontari volvió la cabeza.

—¿Alguno más quiere discutir mis términos?... —preguntó Ontari al tiempo que arqueaba una ceja viendo como a pesar de las miradas de rencor, alarma y odio que despertaba ninguno se atrevía encararla con la conmoción de la caída de su rey aún en sus venas—. Bien, tenéis hasta que el sol corone lo alto para abandonar estas tierras o deseareis no haber partido de donde sea que vengáis, decidselo a los vuestros, decidselo a quien sea que le suceda... —ordenó Ontari al mirar con desprecio el cuerpo como advertencia a su posible sucesor—. Esta es nuestra tierra, no os quedareis con ella...

Los guerreros se dispusieron a recoger el cuerpo pero ella se interpuso y Roan, se acercó a ella viendo como el resto de ellos regresaban a los caballos para partir rumbo a los barcos.

Ni siquiera conocía el nombre de aquel rey, no conocía de donde provenían aquellas gentes y tampoco le importaba demasiado. Ahora ellos si conocían su nombre, el nombre de sus tierras y lo que les ocurriría si intentaban de algún modo apropiárselas.

Esto no iba a ser una guerra.

No iba a ser una tregua.

No habría negociación, ni habría pacto.

Azgeda pertenecía a Ontari, Azgeda pertenecía a Heda y algún día pertenecería a Eilan, ningún extraño iba a adueñarse de ella.

Ninguno mientras ella, fuese reina..

Ninguno...

Continuara...

Asumamoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 3 ... (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora