487. Espías

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Oculta entre algunos barriles apilados en el patio exterior de la Fortaleza del Hielo, los desnudos dedos de Alektrah temblaban aferrados al borde de la curva madera, mientras su cuerpo entero tiritaba por las gélidas temperaturas a las cuales aun estando acostumbrada le resultaban tremendamente frías.

Algunas altas hogueras apostadas por todo el patio esparcían su luz a lo lejos al tiempo que los salvajes trakaras danzaban, comían y bebían sin pudor alguno acabando con las provisiones de la helada fortaleza que tanto había costado a los suyos almacenar durante meses.

Podía escuchar los desgarradores gritos de lo que les estaban haciendo tanto a mujeres, hombres como a niños azgedakrus los cuales habían quedado atrapados sin remedio cuando los trakaras habían asaltado la hasta ahora inviolable fortificación de piedra.

Alektrah había conseguido escapar de sus garras a duras penas y escabullirse del interior de la fortaleza ocultándose entre los barriles y las montañas de leña.

Tenía que encontrar la manera de salir de allí lo suficientemente indemne como para contar presentarse ante Heda o su reina y contarles lo que estaba pasando con su pueblo el cual estaba siendo diezmado por esos salvajes foráneos.

Agazapándose nuevamente al ver pasar a tres de ellos con pedazos de carne humana entre sus manos, masticando y mordiendo vorazmente, Alektrah se agacho aún más, pegando la espalda de la fría pared antes de deslizarse entre las sombras por ella hasta alcanzar una pila de cuerpos ocultándose tras ellos.

El olor mezcla a carne putrefacta, sangre y vísceras le cosquilleo en la nariz y la bilis le subió a la garganta teniendo que apartar la mirada. Al hacerlo, los escondidos y estrechos escalones que daban a lo alto de la muralla llamaron su atención. Llegar a ellos le llevo menos de diez segundos antes de que la oscuridad se la tragase por completo.

Subió escalón por escalón con extremo sigilo y al llegar arriba vio a uno de los trakaras de espaldas a ella paseándose en lo alto del muro.

Alektrah miró a un lado y a otro viendo a todos abajo tan distraídos como para no prestar atención a lo que ocurría arriba y lo decidió.

Saliendo de entre las sombras se lanzo corriendo hacia él elevando sus pies en el aire a la vez que le golpeaba de lleno en las pantorrillas, y antes de que el trakara cayese al suelo, Alektrah sacó una de sus dagas y se la clavó en el cuello.

El hombre profirió un sonido estrangulado y desenterrando la daga Alektrah se giro alertada por sordos pasos y la lanzó con fuerza golpeando de lleno a una guerrera trakara directamente en el corazón lanzándola hacia atrás.

La azgedakru permaneció con la respiración acelerada y el corazón latiéndole con fuerza dejando caer al guerrero hacia delante que borbotó en su propia sangre.

Alektrah continuó agachada y se asomó al otro lado del muro. La enorme superficie de nieve y hielo que se extendía alrededor de la Fortaleza del Hielo se perdía hasta donde alcanzaba la vista. La densa bruma que cubría el helado páramo impedía ver bien el gélido mar, aunque la oscura silueta de los decrépitos barcos trakaras se desdibujase en la lejanía.

¿Cuantos había? ¿veinte? ¿treinta, tal vez?

¿Cuantos más arribarían? ¿de donde venía toda aquella gente? ¿quienes eran?

Al menos, sabía lo que querían. Conquistar y vencer. Ese debía ser su mayor objetivo, y por ahora lo estaban consiguiendo. No sabía como de mal se encontraban las cosas en las aldeas vecinas pero debían estar realmente mal para que el ejercito Azgeda no hiciese acto de presencia y tratase de recuperar la Fortaleza.

Quizás estuviesen defendiéndolas, o quizás sus desmembrados cuerpos abonasen ahora la nieve por toda la Nación del Hielo.

Alektrah cruzo la muralla hasta llegar al torreón que ocupaba segundos antes la trakara, y se asomó por la tronera viendo a lo lejos al fondo una enorme jaula la cual la reina Nia solía utilizar en su día y la cual se mantenía colmada por sus heridos y cansados hombres.

La guerrera azgedakru vislumbro una silueta alta y esbelta. La larga melena oscura cayendo por la espalda, pintura blanca en el rostro y negra alrededor de los ojos, rasgos finos y sagaces, astutos como ningunos vigilándolo todo como buena espía que era.

Echo...

La reconocería entre cientos, había sido la mano derecha de la reina durante muchísimo tiempo convirtiéndose en la mayor y más eficiente espía de Azgeda.

Quizás Echo también estuviese buscando una forma de escapar de allí dentro junto con sus hombres aunque parecía demasiada arriesgada esa maniobra dada la cantidad de trakaras y salvajes que allí habían.

No, Echo jamás sería tan imprudente.

Ella no actuaría de cualquier manera sin detenerse a pensar en los posibles contratiempos que pudiesen surgir en el camino.

Alektrah supo que debía hallar la manera de comunicarse con ella y bajando la mirada a la mujer trakara sopeso bien la idea durante un momento y rápidamente comenzó a desvestirla para tomar sus ropas y pasar desapercibida entre los suyos.

Si, juntas hallarían la manera y pronto los trakaras caerían.

Continuara...

Asumamoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 3 ... (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora